martes, 25 de enero de 2011

AL ROJO VIVO. Antonio Forcellino


El Renacimiento (siglos XV y XVI) es una de las épocas mas apasionantes de la historia italiana. Un periodo de fuertes contrastes. Por un lado el esplendor del humanismo, el retorno de la cultura clásica grecolatina y su triunfo en la literatura y las artes, con figuras de la talla de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel o Tiziano, entre una enorme pléyade de artistas. De otro, la corrupción del poder  eclesiástico, los Borgia, la venta de bulas e indulgencias pontificias para sufragar las grandes obras vaticanas, la lujuria de los cardenales de Roma, el nepotismo, las ambiciones políticas de los Papas, y la intransigencia religiosa, más propia del Medievo, representada por la Inquisición. El fracaso de los intentos reformistas en el seno de la Iglesia, personificados en Erasmo de Rotterdam, abocaron a la reforma luterana y a las guerras de religión de finales del XVI y principios del XVII.
En este contexto histórico Italia se convirtió en un auténtico tablero de ajedrez en el juego de las ambiciones políticas europeas. Los grandes poderes de la época eran el Reino de Nápoles al sur, controlado por Aragón y luego España, los Estados Pontificios en el centro, y al norte el ducado de Milán y las repúblicas de Florencia y Venecia. Entre estos últimos y los estados papales había toda una serie de pequeños ducados como Ferrara, Modena, Parma, Urbino, o Mantua, todos ellos controlados por familias como los Este, Gonzaga, Sforza, Farnesio, Colonna u Orsini, que colocaban a sus hijos en la curia cardenalicia con intención de aspirar al papado o establecían alianzas políticas, vía matrimonial, continuamente hechas y desechas según soplaran los vientos políticos que venían desde Francia, España o el Imperio, las grandes potencias extranjeras que aspiraban a dominar Italia.
       
La novela histórica que comento hoy, “Al rojo vivo”, atrajo mi atención por la breve sinopsis de su contraportada que centraba la acción en esta convulsa Italia de la primera mitad del XVI, cuyas protagonistas, históricas casi todas, son un grupo de princesas de aquellas casas nobiliarias que, inspiradas por las ideas humanistas de Erasmo y su discípulo Juan de Valdés, intentaron iniciar un movimiento reformista de la Iglesia durante el pontificado de Paulo III de Farnesio y promocionar al papado al cardenal  inglés Reginaldo Polo. Este intento fracasó con la Contrarreforma iniciada en el Concilio de Trento y la llegada al pontificado del antiguo inquisidor, el cardenal Caraffa (Paulo IV).
Tras la lectura de esta novela tengo que admitir que ha defraudado mi interés inicial. La narración tiene un comienzo prometedor que poco a poco conduce al aburrimiento cuando se comprueba la ausencia de acción, de auténtica tensión narrativa, y el relato se reduce a una mera crónica social que sólo pretende reflejar las costumbres, vestidos, y etiqueta cortesana de la época.
La protagonista central, la única ficticia, una cortesana, es un ser pasivo que contacta con toda una serie de personajes históricos apenas insinuados y no adquiere verdadero protagonismo hasta el final un poco forzado. Parece más bien un personaje secundario que deambula de un sitio a otro con el único objeto de justificar la presencia de los otros personajes históricos. En cuanto a éstos últimos son descritos de forma superficial, en sus rasgos físicos y vestimentas que en realidad reproducen sus imágenes representadas en otros tantos cuadros de pintores famosos de aquella época, pero casi nada de sus ideales o su personalidad.
        Cuando he buscado información sobre el autor, Antonio Forcellino, resulta que es un importante restaurador  italiano, especialista en Miguel Ángel, con importantes trabajos publicados sobre arte pero casi nula experiencia literaria. Eso explica el fracaso de esta obra como pretendida novela histórica que quizás hubiera tenido más éxito como ensayo artístico o histórico prescindiendo de sus aspectos de  ficción. 
Para terminar de arreglarlo, la traducción es abominable hasta el punto que parecería hecha por un estudiante italiano de Erasmus, de vacaciones en España, después de una fiesta de “botellón”. Son muy frecuentes los errores de género en los artículos o la confusión de términos, tales como “convenio” por “convento”, “exterminado” por “extenso” o  “celante” por “celoso” y hasta se permite crear neologismos inexistentes en nuestra lengua como "escandido".
       
En resumen, la lectura de esta novela me parece totalmente desaconsejable. Si yo fuera aquél personaje de Vázquez Montalbán, el detective Pepe Carvalho, que encendía la chimenea con libros de su biblioteca, éste sería sin duda el primero que arrojaría al fuego purificador.
       

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