sábado, 30 de abril de 2011

CONCIERTO DE PIANO. Volker Banfield


Se celebra en nuestra ciudad una nueva edición del  Concurso de Piano, un certamen ya tradicional que ha alcanzado cierto prestigio internacional si se considera la calidad creciente de los participantes que acuden desde lugares tan remotos como Japón, Rusia, o América. Un año más hemos asistido al concierto inaugural que suele ser interpretado por un pianista consagrado que formará parte del jurado del concurso. En esta ocasión el elegido ha sido el pianista alemán Volker Banfield, educado en su madurez en Estados Unidos y de larga trayectoria profesional.
En estas actuaciones preliminares al concurso los intérpretes suelen elegir obras que destacan por la complejidad y dificultad de ejecución, con frecuencia poco conocidas por el público en general  pero muy apreciadas por los entendidos. Yo desde luego no me incluyo entre estos últimos pero, aún así, como simple aficionado pude apreciar la calidad del pianista en un programa adecuado para el lucimiento en la interpretación.
       
En la primera parte tocó cuatro sonatas compuestas para teclado por Domenico Scarlatti (1685-1757), músico italiano que vivió y compuso casi toda su obra en España, al servicio  de los Borbones. Música barroca con importante influencia del folclore hispano, y acordes que en ocasiones recuerdan sonidos de guitarra. Por su dificultad técnica estas sonatas fueron consideradas en su tiempo como estudios de virtuosismo. A continuación abordó el romanticismo musical  con una obra de Robert Schumann (1810-1856). En concreto la fantasía titulada Kreisleriana Op. 16, un conjunto de ocho piezas para piano compuestas por el autor alemán en honor de Frédéric Chopin, de fuertes contrastes que impresionan de forma dramática, consideradas como las mejores piezas del músico para este instrumento. En estas dos obras la interpretación me pareció bastante académica pero algo fría, con poco sentimiento, o esa fue al menos mi impresión.
En cambio, durante la segunda parte, la actuación fue de menos a mas, quizás porque las obras elegidas se prestaban al virtuosismo pero inspiraban también una tensión capaz de provocar  la pasión del intérprete y despertar la emotividad del público. Me refiero a esa sensación vaga, difícil de precisar o asociar con sentimientos concretos, que provoca un escalofrío o incluso puede hacer brotar una lágrima en el oyente. 
En primer lugar tocó una sonata de Alexander Scriabin (1872-1915), un compositor ruso con fuerte influencia del impresionismo modernista francés de finales del XIX y principios del XX. Una música impregnada de misticismo y algo de misterio que recordaba algunas de las obras del francés Debussy. Para terminar interpretó una sonata de Charles Griffes (1884-1920) un autor influenciado igualmente por el impresionismo musical de Scriabin pero con el inconfundible sello de la música norteamericana. No sabría precisar si eran toques  de jazz, pero en ciertos momentos me recordaba a Gershwin.
Después de alcanzar su cenit de apasionamiento con esta última interpretación, el pianista recuperó  la típica frialdad germánica y respondió con cortesía a los aplausos del público que premió su maestría pero no solicitó  un bis que tampoco el músico parecía dispuesto a conceder. 

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