domingo, 14 de agosto de 2011

PEDRO PÁRAMO. Juan Rulfo


Muchos críticos y especialistas en la obra de Juan Rulfo recomiendan varias lecturas de esta novela  corta, en razón de su complejidad estructural y del elevado nivel simbólico de la trama argumental. Hace años la leí por primera vez, en una edición no comentada, y me gustó  por  los matices fantásticos de la narración, mas intuidos que comprendidos, y por la visión estética de la dura realidad que describe.  Mis primeras impresiones favorables sobre la novela y su autor, que por aquel entonces me era casi desconocido, se vieron confirmadas cuando me informé sobre su obra literaria. En efecto, Rulfo fue el precursor e introductor de las modernas técnicas narrativas en la literatura latinoamericana. Autor perteneciente al realismo mágico, el movimiento literario que inspiró, en mayor o menor medida,  a muchos escritores hispanoamericanos y contó con seguidores tan afamados como Gabriel García Márquez. Juan Rulfo (1917-1986) fue un escritor poco prolífico, solo publicó un libro de cuentos, El llano en llamas y la novela  Pedro Páramo que está reconocida por escritores y críticos como una de las cumbres de la literatura en castellano del siglo XX. 
          He tenido ocasión de volver a leer esta novela, esta vez en una edición de Cátedra (colección Letras Hispánicas) estupendamente introducida por un estudio analítico de la obra completado con notas, apéndices, y bibliografía, que por su precisión técnica más parece una tesis doctoral resumida que unos comentarios divulgativos. Mi interés por comprender algo mejor la compleja estructura de la novela se ha visto  así plenamente satisfecho.
El relato rompe con la narración lineal, tan típica del realismo del XIX, y se desarrolla en una serie de fragmentos cortos que distorsionan el tiempo con alternancia de pasado y presente, con frecuentes interpolaciones y cambios de narrador. Esta estructura narrativa fragmentaria a modo de mosaico, aparentemente caótico, aporta por el contrario una visión poliédrica de la historia que se ofrece así desde distintos puntos de vista. El lenguaje está enriquecido con abundante léxico mexicano y con términos derivados del antiguo idioma indígena, el náhuatl. Está además cargado de simbolismo, alusiones a mitos y leyendas locales, con frecuentes recursos propios de la prosa poética, al tiempo que  suele ofrecer pistas que relacionan sutilmente unos fragmento con otros.  Para ilustrar estos aspectos citaré dos ejemplos: la imagen del fantasmal caballo sin jinete que recorre enloquecido la pradera como anunciador y símbolo de la muerte; o la frase “entonces el cielo se adueñó de la noche” (y no al revés) como imagen poética para significar que se apagaron las luces del pueblo.
          La novela, aunque fragmentaria, tiene dos partes claramente definidas. En la primera Juan Preciado, supuesto hijo bastardo de Pedro Páramo, cuenta en primera persona su viaje al pueblo de Comala, una especie de viaje iniciático hacia sus orígenes. Allí encuentra un pueblo desolado y a personajes que el autor dibuja deliberadamente de forma ambigua, en el límite entre la vida y la muerte. Este mundo, a medio camino entre la realidad y la ensoñación, conduce al personaje hacia la enajenación mental y la muerte. El relato está veteado con frecuentes interpolaciones sobre la infancia de Pedro Páramo. Sobre este personaje principal trata la segunda parte narrada en tercera persona. Un terrateniente y cacique local, con derecho de pernada y poder de vida o muerte sobre los habitantes del pueblo.
          La narración, al margen de los aspectos simbólicos y míticos, tiene un fondo de realismo como retrato sociológico y político de la sociedad mejicana de principios de siglo XX, con problemas como la desigualdad social y económica entre una minoría de propietarios criollos y la mayoría de mestizos e indígenas que forman el peonaje agrícola; el sistema caciquil; la sumisión del clero ante los poderosos y su rapacidad con un pueblo pobre y religioso; por fin la revolución que, con altibajos, termina por oficializarse  y  cumplir con aquella frase de El Gatopardo: “es preciso que todo cambie para que todo siga igual”.
          Lo que mejor refleja Pedro Páramo es el carácter del pueblo mejicano. Un carácter forjado en el mestizaje, más cultural que racial, basado en el sincretismo entre la  religión cristiana y los antiguos ritos y creencias indígenas. También los abusos de poder institucionalizado que comenzó con las encomiendas y condujo al desigual reparto de la tierra. Todos estos aspectos, y otros muchos, templaron ese carácter indígena mezcla de estoica laboriosidad en la pobreza, sentido fatalista ante la vida y la muerte, y profunda religiosidad, muy ritual y no exenta de superstición.


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