lunes, 27 de junio de 2011

EL OBSERVATORIO. Michael Connelly


La novela negra es un subgénero literario ideal para el verano. Y es que el calor produce con frecuencia cierto grado de embotamiento  mental  y tendencia al sopor, situación nada apropiada para iniciar  la lectura de literatura más profunda. En esas tardes estivales de persianas bajadas, habitaciones en penumbra y zumbido del ventilador o del aire acondicionado, nada mejor que una buena hamaca, un refresco con poco alcohol, y una novelita policiaca de fácil digestión pero con el suficiente nivel de intriga para mantenerte interesado y despierto, evitando así una “siesta” prolongada.
        Con este ánimo de refrescante entretener y pasar las agobiantes horas de la canícula, inicié la lectura de “El Observatorio” de Michael Connelly, un autor norteamericano especialista en este tipo de novela, que se dice admirador de Raymond Chandler  y que, al igual que éste, ha creado su propio personaje, el detective Harry Bosch de la policía de Los Ángeles, nombrado así en recuerdo del pintor holandés Hieronymus Bosch que nosotros conocemos como “el Bosco”. A partir de aquí hay que decir que ese es  todo el parecido de Connelly con el genial maestro antes mencionado. Superficial donde Chandler es profundo, nada de la denuncia social de éste, nada de su estilo cuidado ni de su característico ingenio. El detective Philip Marlowe duro, cínico, e irónico mereció grandes versiones cinematográficas y fue interpretado a la perfección por Humphrey Bogart. A su lado el detective Bosch solo es tozudo y obstinado, apenas merecedor de protagonizar una serie de televisión. 
        El argumento, en trazos generales, es la investigación de un crimen relacionado con el robo de sustancias radiactivas de un hospital, por lo cual se termina convirtiendo en un asunto de terrorismo. En el trascurso  de la historia se pone de manifiesto la tradicional enemistad entre las policías locales y la federal (FBI) en Estados Unidos, traducida en celos profesionales, lucha por las competencias y jurisdicción, retención de pruebas y testigos etc.
       
La trama, en resumen,  es entretenida, superficial, y consigue mantener la atención, con el añadido del correspondiente final sorprendente, algo básico en este tipo de literatura. Insisto, una novela ideal para leer casi de un tirón en una calurosa y aburrida tarde de verano.

viernes, 24 de junio de 2011

LOS GIRASOLES CIEGOS.Alberto Méndez


Hay escritores de un solo libro y en ocasiones uno sólo justifica a un gran escritor. En el caso de Alberto Méndez toda su vida giró de forma indirecta en torno a la literatura; hijo de poeta, licenciado en Filosofía y Letras, guionista, redactor y fundador de editoriales. Por fin, escritor tardío de este libro de relatos que lo llevó a la fama póstuma cuando fue galardonado con el Premio Nacional de Narrativa en el 2005, un año después de su muerte. A partir de ahí el éxito de ventas pero sobre todo su consagración y reconocimiento como uno de los grandes autores de la narrativa actual en castellano.
        Y es que, en  mi opinión, “Los girasoles ciegos” no es una novela más sobre la posguerra española. Las historias incluidas en la narración son de un realismo crudo pero además son verdad, es decir, pueden no ser reales pero son absolutamente veraces. No en balde, fue en un  Madrid derrotado y acosado por el miedo durante los primeros años de nuestra posguerra donde vivió su primera infancia nuestro autor. Los que vivimos la nuestra años más tarde aún pudimos sentir  las últimas secuelas de aquel ambiente opresivo y escuchamos historias muy parecidas, contadas “en voz baja”, estas sí reales. En aquella época eran pocas las familias que no contaban entre su parentela con algún muerto, encarcelado, o represaliado. Somos muchos los españoles que, sin haber vivido directamente la guerra civil, podemos atestiguar la veracidad de estos relatos que nos recuerdan otros de nuestra propia  infancia, cuando aún no teníamos  capacidad crítica ni elementos de juicio, historias que escuchábamos asombrados y que nos asomaban a un pasado de barbarie y crueldad, cuyos protagonistas tenían nombre y en ocasiones vivían “de milagro” como entonces se decía.
        Son cuatro los relatos de esta novela, incluido el que da título al libro; historias que discurren de forma casi paralela en el tiempo y que están sutilmente interrelacionadas porque los personajes de unas aparecen de forma tangencial y secundaria en otras. Todas tienen un nexo común reconocible y reconocido por el autor en los títulos, son historias de derrotados, incluido alguno del bando vencedor, porque nuestra guerra civil terminó, como todas, con vencedores y vencidos, pero al fin y a la postre todos fueron derrotados por el miedo, la miseria, el resentimiento y la venganza. En este sentido los relatos no pecan de maniqueísmo, no son historias de buenos y malos, son de una crudeza dramática que no excluye la emotividad. Los hechos parecen discurrir como determinados por una especie de fatalismo que recuerda a los dioses y el destino de las tragedias griegas. Víctimas y verdugos saben que han de serlo necesariamente y se resignan a su papel, unas veces con dignidad, y otras acosados por la debilidad y el miedo. La crueldad y los rasgos humanitarios se reparten por igual entre los personajes, sean vencedores o vencidos.
        En cuanto a la técnica narrativa es variada en cada uno de los relatos, desde el narrador en tercera persona, alternando con la técnica epistolar, hasta el narrador en primera persona, o el enfoque narrativo múltiple con varios narradores.  El estilo es de lenguaje sencillo y directo pero muy cuidado.
        La historia de “los girasoles ciegos” ha sido llevada al cine por el director José Luis Cuerda y estrenada en 2008. En general el guión  es bastante respetuoso con el texto original pero algo más maniqueo. En cuanto al personaje de Elena protagonizado por Maribel Verdú es poco creíble porque no es el físico ni el erotismo que inspira la aparente viuda lo que atrae al diácono sino su propia lascivia reprimida y su apostolado fascista lo que reclama la rapiña del vencido.
        En resumen, se trata de una gran novela, hermosa y emotiva, que puede agradar a una mayoría de lectores aunque recomiendo que se abstengan de leerla los nuevos revisionistas de nuestra historia reciente y los partidarios de la “memoria histórica” con ánimos revanchistas, es decir, los descendientes o seguidores de aquellos que Unamuno llamó “los hunos y los hotros”.