viernes, 19 de octubre de 2012

LA CIVILIZACIÓN ROMANA. Pierre Grimal


Parece un hecho cierto que los españoles leemos poco y tengo la impresión que sobre historia aún menos. No me refiero  sólo a las obras consideradas como fuente histórica o a los ensayos de análisis histórico, más o menos destinados a los círculos académicos; incluso las obras meramente divulgativas parecen poco atractivas para el público lector. Y no creo que esto sea producto de una desafección hacia la historia porque entonces no se podría entender el éxito actual de la novela histórica. Creo que esta aparente paradoja se debe a varios factores y entre ellos no son de menor importancia las deficiencias de los sucesivos sistemas educativos que hemos padecido. Es verdad que ya no se enseña aquella historia de fechas y batallas solo apta para “memoriones”, propia del periodo pre-democrático, pero  no parece que la enseñanza actual haya mejorado la valoración de la asignatura que en gran medida sigue siendo considerada tediosa por los alumnos. Y es que la amenidad en la explicación y en el discurso textual es fundamental para despertar el interés tanto en el alumno como en el lector. Una forma de  amenizar  la historia es desde luego mezclarla con la ficción pero esto se hace a costa de desvirtuarla y falsearla. Se puede escribir historia amena y la obra que comento hoy es un clara ejemplo. 
          Pierre Grimal (1912-1996) fue un historiador y latinista francés enamorado de la civilización romana y su herencia cultural. Docente en varias universidades francesas dejó una importante producción literaria, generalmente ensayos históricos muy especializados destinados al ámbito académico, pero su entusiasmo por la cultura  romana  le motivó también a su divulgación y difusión entre el público en general y fruto de esa inquietud es este libro, “La civilización romana” (1999). Para empezar está escrita con un lenguaje sencillo y claro que renuncia voluntariamente  a las notas y citas bibliográficas a pie de página que, a menudo, desvían la atención del lector, sin renunciar por ello al rigor histórico y a la documentación que reúne al final del libro en una muy extensa bibliografía estructurada y organizada en múltiples apartados que cubren todos los aspectos de la historia y cultura romana. La estructura  de la obra  organizada en capítulos no es rígida sino que un mismo tema se toca en apartados diferentes resultando así flexible e informal descartando en apariencia una posible intención didáctica.
          El contenido del libro, después de un primer capítulo que repasa la evolución política de Roma, se puede resumir en el subtítulo del mismo, “vida, costumbres, leyes, artes”. Se analiza así la evolución política desde la monarquía, pasando por la república hasta el imperio; la estructura social (gens, patriciado, plebe); se profundiza en la religión con su carga primitiva de animismo y superstición, su formalismo al tiempo que tolerancia; el derecho y la constitución política como creaciones originales romanas; la organización militar y la evolución del ejército; la lengua y literatura; el problema de la tierra y la evolución hacia un sistema económico capitalista en el imperio; el urbanismo y las creaciones propias de la arquitectura; las costumbres y formas de ocio etc.  En todos estos aspectos  el autor se propone destacar  la originalidad del genio romano  y desmontar el tópico tradicional de Roma como heredera cultural de Grecia sin menospreciar, desde luego, la influencia del pensamiento y la filosofía griega. Su tesis, que expone a modo de conclusión final, es que el espíritu romano  basado en una serie de virtudes ciudadanas propias, produjo una civilización  original  que se enriqueció con los aportes del helenismo.  Sólo en el Bajo Imperio con lo que hoy llamaríamos globalización cultural y la influencia de las religiones foráneas, entre ellas el cristianismo, se abandonaron dichas  virtudes  propiamente romanas. Para Grimal el fin real de la civilización romana no se produjo con la caída del último emperador Rómulo Augústulo (476) sino con el Edicto de Milán de Constantino (313).
          A destacar por último el estupendo análisis etimológico de alguno términos que profundizan y aclaran el sentido de muchos conceptos. También me han llamado la atención algunas opiniones  aportadas por el autor, algunas de ellas quizás cuestionables como la referente al tratado del Ebro con los cartagineses al considerar que la frontera no traspasable era la del río Júcar por una confusión en el nombre de estos ríos, o el significado  de pontifex no como constructor de puentes sino constructor de caminos (religión, camino hacia los dioses). Es interesante también la división procesal  y jurídica entre las figuras del pretor y el iudex.
          En resumen, se trata de una importante obra de divulgación histórica, clara, profunda y amena al mismo tiempo, cualidades no siempre fáciles de aunar. Recomendable para todo aquel que quiera profundizar en los verdaderos orígenes de nuestra civilización occidental, deudora en tantos aspectos de la romana.  

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