sábado, 29 de diciembre de 2012

ANTOLOGÍA DE TEXTOS JURÍDICOS DE ROMA. Xavier d'Ors


Se trata de un libro interesante, a medio camino entre el tratado  y el ensayo. Del primero tiene la voluntad didáctica y analítica, del segundo  la estructura  poco sistemática y por ello más libre y flexible. El autor, Xavier  d’Ors, es catedrático  de Derecho Romano  y resulta obvio decir que conoce el tema en profundidad, pero no hay que asustarse, ya desde la introducción insiste en aclararnos que no se trata de un libro para  especialistas, juristas en este caso, sino divulgativo, destinado a un público poco conocedor del Derecho pero necesariamente  interesado  por la historia  y la cultura grecolatina. Y son precisamente los textos latinos recogidos en la antología los que dan  a este trabajo  la flexibilidad que antes mencionaba. Pertenecen a  distintos momentos de la historia de Roma, desde los orígenes de la república hasta  finales del imperio y su  epílogo en el bizantino Justiniano. Esta selección es la auténtica columna  que vertebra  e ilustra la evolución histórica del derecho romano, uno de los mayores logros  de aquella civilización  y una construcción casi perfecta, tan sólida que aún sigue cimentando  el Derecho  en el mundo occidental.
         En cada capítulo se  traduce un texto latino precedido de una introducción sobre su contenido que nos informa también sobre la datación cronológica y su carácter de fuente. Los fragmentos se acompañan además de abundantes notas aclaratorias, sobre términos y conceptos jurídicos o históricos, que facilitan la comprensión de los  profanos en la materia. Aunque las introducciones y anotaciones del autor resultan  decisivas, son los textos de los escritores clásicos los que nos instruyen directamente  sobre los conceptos jurídicos  del derecho  y su evolución.  En esto radica lo novedoso de la obra, concebida como un mosaico de textos  que tomados en su conjunto constituyen un tratado didáctico  sobre historia del derecho romano contado por  los propios juristas  o historiadores que lo generaron  o divulgaron. El autor de la antología nos propone de esta forma  que nos informemos o aprendamos bebiendo en las fuentes originales.
         Entre los textos escogidos se incluye  la ley de las XII tablas,  verdadera fuente del derecho civil republicano, origen  de la jurisprudencia y de las actio legis  que fundamentaron el primitivo derecho procesal. Un fragmento del Enchiridión de Pomponio constituye un auténtico tratado que resume en pocas líneas la evolución jurídica  desde las primitivas leyes curiadas hasta las constituciones imperiales, y entre ambos polos cronológicos, las leyes sociales que fueron resultado de la lucha entre patricios y plebeyos, los orígenes de las distintas magistraturas políticas,  y los conceptos básicos del derecho. Los libros de respuestas jurisprudenciales de Gayo y Justiniano  ilustran distintas acciones del derecho civil tales como las deudas y obligaciones en general, herencias, y otras. Las Res gestae divo Augusto, además de auténtico testamento político  de este emperador sirven para documentar la evolución de la república al principado. Otros textos nos muestran las distintas fuentes del derecho o inciden en  el derecho imperial.
A través de  los textos  y su análisis  podemos llegar a ciertas conclusiones. La primera de ellas es que el primitivo derecho romano  se basaba principalmente en la jurisprudencia, es decir, en la interpretación de unas pocas disposiciones legales contenidas en las famosas XII tablas  por parte de expertos revestidos de reconocida autoridad en la materia. Era también un derecho rígido en su aspecto procesal porque estaba basado en unas fórmulas determinadas que debían ser pronunciadas oral y literalmente  antes de iniciar el juicio, o en sus distintas fases. A partir Adriano los jurisprudentes dejaron de ser independientes para estar bajo la autoridad  del emperador y de esta forma el derecho se tornó burocrático, las fórmulas procesales se fijaron por escrito y se inició su enseñanza como cuerpo doctrinal; el sistema se tornó legalista, con predominio de las leyes imperiales sobre la jurisprudencia. Se deduce también que las fuentes activas de producción jurídica se prolongaron hasta el emperador  Constantino y a partir de ese momento se inicia una labor de recopilación del derecho  ya existente en diferentes códigos que culminan con el Digesto de Justiniano. El libro contiene además bastantes curiosidades  y  algunas cosas novedosas para mí, tales como la diferenciación entre las figuras del pretor y el iudex como conductores de los juicios, encargado el primero de  establecer las normas procesales y el segundo de dictar sentencia una vez oídas las partes y las opiniones de los jurisprudentes.
En suma, un libro muy interesante pero destinado a un público minoritario. La edición de bolsillo de la editorial Akal es además muy cuidada, con una relación calidad-precio muy favorable a la primera.

sábado, 22 de diciembre de 2012

LA GUERRA DE LOS MUNDOS. H.G. Wells


La guerra de los mundos es un libro, tradicionalmente catalogado como literatura juvenil, que no leí en su momento.  Ahora, con el predominio de los medios audiovisuales y tras varias adaptaciones al cine, su argumento sigue siendo popular pero es poco probable que sea muy leído por nuestra juventud. En mi caso, encontrarme de nuevo con esta novela  ha supuesto un nostálgico retorno al pasado, y me propuse leerla como si fuera una anacrónica asignatura pendiente que debía aprobar. 
H.G. Wells (1866-1946) escribió sobre historia, ciencia, filosofía, y  novelas de tema social, pero  la fama le llegó con ésta que comentamos, y por ella, y algunas más de este género, ha sido considerado como uno de los pioneros de la ciencia-ficción. Fue escrita en 1898, una época en la que el progreso científico y los nuevos inventos acaparaban la atención del público. Julio Verne, otro precursor de este género, había publicado ya la mayor parte de su obra y con su proverbial y desbordante imaginación científica anticipaba  de forma profética la mayor parte de los avances tecnológicos que disfrutamos en la actualidad. En este ambiente histórico, la fantasía de Wells ofrecíó una respuesta positiva a la inquietante cuestión que ya por entonces se planteaba en torno a la posibilidad de vida extraterrestre. El ataque de los marcianos a nuestro planeta, el argumento de La guerra de los mundos, inauguró y favoreció la posterior eclosión de  multitud de libros  y películas en torno  al tema de la invasión alienígena, uno de los preferidos de la ciencia ficción. Ahora puede parecernos ingenua una novela sobre marcianos  pero nos sigue inquietando esta pregunta aún sin respuesta y seguimos mandando a Marte  sondas espaciales que han descubierto la existencia de agua en dicho planeta y por consiguiente la remota posibilidad de vida en el mismo.  Y a fin de cuentas, la aparente ingenuidad  radica no tanto en la fantasía novelesca sino en los principios y conocimientos científicos que menciona el protagonista del relato, que desde la óptica actual  nos parecen básicos y limitados.  Por eso es importante mantener  la narración encuadrada en  sus coordenadas históricas y así comprender y disfrutar del carácter premonitorio del  “rayo calórico” de los marcianos, no muy distinto a los poderes  del rayo láser, o del  “gas negro”  muy similar al gas mostaza  o cualquiera de las armas químicas actuales.
          El relato está narrado por el protagonista principal, que se describe a sí mismo como escritor sobre temas filosóficos, probablemente el alter ego del propio escritor, que nos cuenta la historia en primera persona cuando  se trata de su propia visión y experiencia de los hechos  pasando a la tercera persona cuando relata la de otros personajes secundarios. El estilo literario  es muy característico de los escritores de finales  del XIX, que no sabría definir bien pero muy reconocible, quizás retórico y algo grandilocuente, descriptivo en exceso, y en este caso particular no demasiado cuidado. A pesar de lo dicho, la narración resulta interesante hasta el desenlace final.
           Al margen de la trama argumental, el personaje narrador nos muestra sus reflexiones en torno a  los hechos. Así  los efectos psicológicos  que la llegada de los marcianos produce en la población (incredulidad inicial ante lo evidente, terror posterior etc); también el  caos ocasionado por la invasión con el colapso progresivo y hundimiento final de los cimientos de lo que consideramos sociedad civilizada, y las posibles formas de resistencia y supervivencia posterior del ser humano en un medio hostil. El autor  muestra una cierta e incipiente  sensibilidad ecológica cuando compara la destrucción ocasionada por los alienígenas con la que el hombre ha causado en el reino animal que ha llevado a la extinción a muchas especies.  El contacto del protagonista con un sacerdote, que huye como él, ofrece la oportunidad de confrontar  el racionalismo científico y el sentido práctico del primero con la visión apocalíptica, oscurantista, y supersticiosa del segundo. Hay aquí una velada crítica  de la mentalidad religiosa, aunque al final el racional y razonable científico reza una oración a modo de acción de gracias por la derrota de los marcianos. Particularmente curiosa por su fantasía es la descripción de la anatomía y fisiología de los  organismos extraterrestres, también de las máquinas robots que manejan.
          Terminaré con una anécdota real.  El 30 de octubre de 1938  se emitió por radio  una adaptación de la novela, hecha para este medio por Orson Welles, que logró aterrorizar a los oyentes cuando creyeron realmente que la invasión de la Tierra había comenzado. De nuevo una ingenuidad explicable por el escaso desarrollo de los medios audiovisuales  que actualmente nos mantienen saturados de información y han desbordado ya  nuestra capacidad de asombro.
Muchos de los que hayan leído esta novela puede que la consideren desfasada y superada  por la evolución actual de la  ciencia ficción. Yo pienso que para valorarla en su justa medida no ha de olvidarse que se trata de un clásico, de un auténtico precursor de este subgénero literario.

sábado, 15 de diciembre de 2012

NAVIDAD EN LA CATEDRAL. Concierto navideño



La Navidad  vuelve  cada año con su carga  nostálgica  de infancias pasadas y añoranza de lo que perdimos y  de aquellos que perdimos en este viaje que es la existencia. Un retorno que cierra un ciclo y abre otro nuevo, un símbolo más del sentido cíclico de la vida que también tiene su traducción  periódica  y anual en la música coral.  Así noviembre, el mes dedicado a nuestros difuntos, está representado por la Misa de Réquiem  con su carga dramática y sus resonancias de expiación y juicio final (Dies irae, tuba mirum). A este ocaso fúnebre le sigue la aurora vital de diciembre, la natividad cristiana y también el solsticio de invierno con la promesa de renacimiento primaveral de la vida que traerá el nuevo año, y su representación musical más conocida es el villancico y los cantos navideños que pretenden transmitir paz y esa esperanza de renovación.
 Nos hemos sumado a este nuevo ciclo asistiendo una vez más al concierto navideño, ya tradicional, ofrecido por las agrupaciones  Cantoría de Jaén  y la Escolanía de la Catedral en el Coro de este templo. Las canciones navideñas fueron las de toda la vida, las que nos traen recuerdos, comenzando por el clásico “Adeste fideles”, las típicas  de la cultura anglosajona como “White Christmas” o los villancicos populares españoles como “Campana sobre  campana”, entre muchas otras. La interpretación fue buena, como ya nos tienen acostumbrados. En alguna canción participó como solista la soprano Alfonsi Marín, tan brillante como siempre. Casi al final del concierto coral la directora, Cristina García de la Torre, nos hizo entrar en calor, emocional al menos, incitando al público a participar en algún villancico, compensando de esta forma la gélida temperatura de la Catedral. 
          Para este concierto no se han repartido folletos con el programa  y pienso que habrá que cargar esta carencia en la cuenta de la consabida crisis económica, pero aún así debemos de congratularnos de poder seguir disfrutando de este tipo de eventos musicales gratuitos.



domingo, 9 de diciembre de 2012

LA MARCA DEL MERIDIANO. Lorenzo Silva


No recuerdo si en alguna entrada anterior he hablado de mi particular recelo hacia el Premio Planeta  y su tendencia a valorar más lo comercial que la calidad literaria. El de este año 2012 es para mí una agradable excepción porque La marca del meridiano consigue aunar ambos aspectos y  seguramente será, si no lo es ya, un éxito de ventas.
                     Lorenzo Silva (1966) comenzó a escribir a mediados de los noventa y cuenta ya con una abundante producción, pero es sobre todo conocido por sus novelas policíacas protagonizadas por una pareja de guardias civiles, el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro. Hace años leí  “El alquimista impaciente” (2000), la segunda  entrega de esta serie premiada aquel año con el Premio Nadal, y tengo que decir que si ésta era bastante buena, la que hoy nos ocupa  es por lo pronto igual de entretenida y de mayor calidad en muchos aspectos, posiblemente debida a la madurez alcanzada por el escritor. Los protagonistas desde luego han madurado y progresado en su profesión, y en esta séptima parte han ascendido en la jerarquía militar que rige en la benemérita, a brigada y sargento respectivamente.
          No voy a entrar a comentar  el argumento para no arruinarlo a futuros lectores. Sí diré que contiene, bien dosificados y equilibrados, todos los ingredientes propios del género capaces de mantener la tensión y el suspense hasta el final. El protagonista es un investigador de tipo analítico, al estilo de la novela inglesa, pero se desenvuelve en un ambiente con  elementos violentos e incluso macabros más propios de la serie negra norteamericana. El personaje principal  narra la historia en primera persona lo cual refuerza  su visión subjetiva de los hechos y establece una especie de complicidad con el lector que consigue el efecto de aproximación al mismo. De esta forma el policía experimentado, endurecido, y un poco escéptico, de vuelta de todo, nos muestra también su lado humano y emotivo. La estructura narrativa está integrada por dos elementos diferenciados. De una parte la investigación policial, abundante en diálogos,  con un estilo directo a base de frases breves no exentas de ironía y sobrentendidos, que nos dosifica progresivamente la información del caso  hasta desembocar en el desenlace final. De la otra, los frecuentes monólogos interiores del protagonista, y es en estos donde la novela trasciende lo policiaco para convertirse a través de sus propias reflexiones  en un auténtico retrato psicológico del mismo; el de un hombre enfrentado a la duda moral y aferrado a la disciplina militar y el cumplimiento del deber como tabla de salvación frente a las contradicciones de su pasado. El estilo se torna entonces más elaborado y profundo, de frases más largas, alcanzando un tono personal e intimista. 
          El título de la novela se refiere a una especie de arco que en la autovía A-2, de Zaragoza a Barcelona, señala el meridiano de Greenwich que separa el oeste del este y que simboliza aquí esa línea ética que  sobrepasada nos hace caer en el lado oscuro sin posibilidad de retorno, y esto viene a cuento  de la corrupción policial que  está en el trasfondo de la  trama argumental, pero también de la política y de la pérdida de valores morales de nuestra sociedad. Porque la acción se desarrolla en la actualidad y ello da pie al personaje narrador para reflexionar también sobre la crisis económica, la falta de futuro de nuestros jóvenes, y en general sobre la decadencia social, económica, y cultural de Occidente.  No se profundiza en el análisis de estos problemas porque no es esa la intención  sino más bien reforzar la sintonia con el lector y buscar su identificación con los personajes. La novela pone de manifiesto además otras cuestiones  como  las modernas técnicas de seguimiento policial basadas en las redes sociales y los móviles, también las tensiones y conflictos de competencia entre los distintos cuerpos policiales.
          La  Guardia Civil ha reconocido en Lorenzo Silva su contribución a la mejoría de la imagen de este cuerpo policial gracias a sus novelas y en ésta muestra una vez más un no disimulado tono laudatorio que es la única objeción que le encuentro a la misma. Y digo esto sin  negarme a reconocer los indiscutibles valores de la institución ni su contribución en vidas a la lucha anti-terrorista, que el escritor asimila al concepto religioso de martirio, pero creo que los valores humanos y profesionales  son predicables de las personas, porque la ética apela directamente al individuo y centrarlos en un colectivo profesional, en el llamado “espíritu de cuerpo”, contribuye a su mitificación y a fomentar un corporativismo no deseable. Y si nos referimos al cumplimiento del deber habría que aludir a la consabida frase de la antigua cartilla militar del soldado: “valor, se le supone”, o como al propio escritor le gusta decir: “va de suyo”, porque en general es una virtud exigible a cualquier gremio profesional.
          En fin, divagaciones aparte, se trata de una buena novela policiaca, interesante y con muchas facetas o matices adicionales que la enriquecen  y ponen a la altura de  las mejores de este género.  


sábado, 1 de diciembre de 2012

HIMNOS HOMÉRICOS


Los Himnos  homéricos se titulan así porque en la antigüedad fueron atribuidos a Homero, personaje casi mítico al que se consideraba creador de la poesía épica grecolatina. Actualmente los historiadores han demostrado que fueron compuestos en época arcaica y posterior al mismo, entre los siglos  VII y VI a.C, pero en general se admite que los autores anónimos eran continuadores de la tradición homérica. Son cantos en honor de los dioses que no formaban parte del culto ni se  cantaban en los templos  sino en el ágora, la plaza  principal de las ciudades griegas, en las festividades de los mismos. Pertenecen a la tradición oral y fueron compuestos por los aedos, palabra que significa cantor, que los recitaban acompañados por una lira. En tiempos posteriores fueron fijados por escrito y en época clásica reunidos en recopilaciones o antologías. Estas a su vez fueron parcialmente alteradas por sucesivas copias y en el devenir de la historia se han perdido muchas de ellas; al final lo que nos ha llegado han sido unos pocos himnos completos y algunos fragmentos de otros. Por todo lo dicho, los estudios filológicos son casi el único recurso para  su datación cronológica.
          La poesía grecolatina no se basaba, como la actual, en la rima  de los versos  sino en su ritmo, y éste en la sucesión y alternancia de sílabas largas y breves en cada verso según una combinación determinada. Los himnos homéricos, igual que la Ilíada y la Odisea, están compuestos en hexámetros dactílicos una estructura rítmica que aportaba al verso unas pausas y sonoridades que reforzaban la solemnidad propia del género épico. Así pues, la datación filológica y estos hexámetros  son los dos pilares que permiten entroncar los himnos con la antigua tradición homérica.  
          En la estructura de estos cantos se aprecian tres partes bien definidas. Comienzan con un proemio o introducción en el que se cita al dios  y se destacan sus ancestros y sus virtudes.  Se sigue de la narración épica, verdadero núcleo del poema, que casi siempre relata algunos de los mitos propios de la deidad  o los detalles de su culto en determinados templos y ciudades. Terminan con una salutación o especie de súplica al dios en demanda de sus favores. Tanto la introducción como el final están repletos de frases o fórmulas que se repiten en casi todos los himnos, tales como:  “comienzo a cantar…” o los  finales como: “ y yo me acordaré de ti y de otro canto”. Si en la primera el aedo nos indica el comienzo de un himno, en la segunda manifiesta una clara intención de enlazar con otro.
          La recopilación de los Himnos homéricos incluye 34 poemas o cantos. El grupo más importante  lo integran los llamados himnos largos o completos, como los dedicados a Dioniso, Deméter, Apolo, Afrodita o Hermes. Los himnos cortos son los fragmentarios. Algunos incluyen sólo el proemio o la salutación final  como los de Hera, Asclepio, o Ares. En otras ocasiones son ambos los que aparecen con ausencia del bloque central narrativo. Algunos estudiosos han sugerido que estos últimos pueden ser una especie de bocadillo prefabricado apto para servir de cobertura a cualquier relato.
          En cuanto al contenido destacan mitos como los del rapto de Perséfone, el robo de las vacas de Apolo por Hermes, los amores de Afrodita con el troyano Anquises, la aventura de Dionisos y los piratas, y también detalles alusivos a los misterios de Eleusis, la fundación del oráculo de Delfos , los rituales del culto a Apolo delio y otros.
          Quiero destacar la  importancia de estos himnos como fuente histórica para la mitología grecolatina, junto a las epopeyas antes citadas y algunas obras más como  “Las metamorfosis” del romano Ovidio. Este es su principal valor y  por eso mismo su lectura puede ser desalentadora para quién no esté interesado o relativamente iniciado en los mitos clásicos.  Los cantos están precedidos por un estudio introductorio interesante pero que incide demasiado en aspectos filológicos  de cierto nivel. Al final  se detalla una amplia bibliografía para ampliar el tema, pero en cambio carece de anotaciones al texto, y esto resulta un grave inconveniente porque los antiguos aedos casi nunca citaban  a los dioses  por sus nombres más conocidos actualmente sino mediante epítetos alusivos a su genealogía, virtudes, o lugares de culto, bien conocidos por el auditorio al que estaban destinados los cantos pero que obligan al lector actual a un trabajo extra de  documentación que se hubiera podido ahorrar con las notas aclaratorias al respecto.
          La  civilización griega fue original en muchos aspectos, y entre ellos uno de los más destacados es su mitología. En las culturas politeístas que la precedieron, los dioses  simbolizaban casi siempre  fuerzas telúricas  o de la naturaleza, y en las religiones monoteístas anteriores y posteriores  a la misma, Dios  crea al hombre  a su imagen y semejanza aunque imperfecto. Los griegos fueron los primeros en crear  dioses a imagen y semejanza del hombre, con virtudes y hasta vicios humanos. Y esta especie de antropocentrismo  mítico-religioso, junto con la filosofía, fue el germen que fecundó el humanismo renacentista y las corrientes de pensamiento racionalista posteriores  que son la base de nuestra cultura occidental. Por esto, frente a las mitologías orientales o precolombinas, por poner ejemplos exóticos, sentimos la mitología grecolatina como propia y enraizada en nuestra cultura. 
          En resumen, un libro interesante y enriquecedor a pesar de los inconvenientes citados, pero sólo para lectores muy aficionados y algo conocedores del tema.