sábado, 3 de agosto de 2013

LA IMPACIENCIA DEL CORAZÓN. Stefan Zweig

El  escritor Stefan Zweig (1881-1942)  produjo la mayor parte de su obra durante el periodo de entreguerras del pasado siglo y alcanzó por entonces prestigio literario y popularidad siendo traducido a muchos idiomas. Aún en la década de los 60, cuando yo era apenas un lector incipiente y oscilante entre los tebeos infantiles y los clásicos juveniles, recuerdo  muchos de sus libros expuestos en los escaparates de las librerías en el lugar destacado que actualmente se reserva a los superventas. Corriendo el tiempo fue olvidado progresivamente y no tuve ocasión de leer ninguna de sus novelas. Sólo quedó en mi memoria el nombre del escritor, que entonces me parecía impronunciable y ahora  de sonoridad agradable, asociado a esa especie de dulzona nostalgia que sentimos al evocar todo lo relacionado con nuestra juventud. En estos días, cuando se le considera ya un clásico contemporáneo, se me ha propuesto  la lectura  de esta novela  que  ha supuesto  para mí el descubrimiento, otrora  postergado, de este autor y la confirmación de su calidad literaria.
En la breve reseña biográfica del escritor austriaco quiero destacar que procedía de una acaudalada familia de origen judío aunque no practicante de esa religión. Tuvo una buena educación y se doctoró en filosofía. Viajó mucho y se relacionó con intelectuales y personajes de la talla de Thomas Mann, Hermann Hesse, Albert Einstein, Maximo Gorki, entre otros muchos.  Era cosmopolita, de carácter tolerante, y en una época de extremismos nacionalistas fue de los primeros en destacar las afinidades culturales de los pueblos europeos contribuyendo así a sentar las bases intelectuales de lo que hoy consideramos europeísmo. La Gran Guerra le afirmó en su convicciones antibelicistas aunque no participó activamente en la misma. Se exilió  antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial  y  su final  fue dramático ya que en 1942 se suicidó, junto a su segunda esposa, en una ciudad de Brasil, se dice que por temor a que el régimen nazi, que en ese momento parecía vencedor, se extendiera por todo el planeta y  desesperado por  el triunfo de la barbarie que estaba arrasando la cultura europea.
         La impaciencia del corazón (1939)  ha sido también editada en nuestro país con el título de La piedad peligrosa quizás más sugerente o explicíto. El relato se desarrolla en una pequeña ciudad del antiguo imperio austrohúngaro meses antes del atentado de Sarajevo.  El  ambiente  no es algo determinante en la narración, no estamos ante una novela histórica, pero se intuye en las descripciones la decadencia de un imperio multinacional con demasiadas tensiones centrífugas sustentado  solo por un ejército aristocrático anticuado, una burocracia centralista rígida e inoperante, y una sociedad  que vive ajena  a la tragedia que se avecina. La trama argumental  cuenta la relación de  Anton  Hofmiller, un joven  teniente de caballería, con  Edith, la hija paralítica del magnate húngaro Lajos von Kekesfalva. El tema que trasciende la narración es la reflexión sobre la compasión o la piedad, un sentimiento que el escritor analiza en los monólogos interiores de los personajes diferenciando dos tipos; de una parte, la piedad como  emoción  intensa pero breve e impaciente, que se agota pronto, nos cansa,  y nos  conduce al alejamiento y la culpa; de la otra, la compasión  positiva,  menos vehemente  pero  más sostenida  que nos impulsa a la ayuda y al sacrificio. Estas dos formas de entender la emoción piadosa están personificadas en el protagonista principal y en uno secundario,el doctor Condor, respectivamente. Este último parece ir creciendo en interés e importancia a medida que avanza el relato ofreciendo un sosegado  contrapunto al dramatismo de una  historia en la que también  se hacen patentes otros sentimientos como el amor despechado, la culpabilidad, el remordimiento,  y la autocompasión.
         Es muy destacable en la novela la perfecta construcción psicológica de los personajes dentro de una estructura narrativa que  recuerda  a Las mil y una noches  en aquello de una historia dentro de otra.  Ya en el prólogo es el propio escritor, convertido en personaje narrador, quien nos presenta al protagonista, el teniente  Hofmiller, que nos habla a  su vez en primera persona y conforme avanza su relato introduce a los demás personajes que nos cuentan sus  propias historias y vivencias también en primera persona potenciando así la emotividad de unos sentimientos que por esto, y por ser humanos, nos parecen propios y compartidos.  Por cierto, la inspiración de Zweig en  los cuentos  orientales va más allá de lo meramente estructural  cuando incluye  uno de ellos en  el relato para ilustrar  los efectos  nocivos de la piedad mal entendida. 
         Si algo se le puede reprochar a la novela es un cierto anacronismo que la aproxima al movimiento romántico decimonónico.  Así  podemos entender  la elevación de los sentimientos  de los protagonistas a un nivel de arrebato pasional sólo parcialmente contrarrestado por el sentido común que impone en sus reflexiones el personaje del doctor Condor. También  es romántica  la exaltación  de valores como  la fidelidad o el honor, y el  previsible desenlace que recuerda  a la tragedia griega  por el papel que desempeñan un cúmulo de azares que fácilmente se relacionan con el destino.  Al final, el comienzo de la Gran Guerra funciona aquí  como el “deus ex machina” de aquellas tragedias, como esa voluntad divina que da solución al drama  y redime al protagonista. Una redención ambivalente que le ofrece el perdón de los demás  y al mismo tiempo lo deja sólo frente  a la culpa y el remordimiento como castigo  perpetuo.

         

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