jueves, 15 de agosto de 2013

MAUS. Art Spiegelman

De vez en cuando hago pequeñas incursiones en el cómic. No me refiero a los infantiles o juveniles  que frecuenté hace muchos años sino a lo que ahora llaman novela gráfica, un género no admitido como tal de forma unánime, que pretende introducirse en el marco de la literatura y utiliza recursos técnicos propios del cine aportando así innovaciones narrativas que, en mi opinión, le hacen merecer la inclusión entre lo literario, aunque esto pueda no gustar a los críticos puristas. 
De momento, como buen principiante, he comenzado por los clásicos de la novela gráfica, y esta sin duda lo es.  Fue editada, como muchos otros cómic, en series para revistas, desde 1980 hasta 1991, y en ese último año  recopilada  en formato libro. Desde entonces alcanzó fama y notoriedad, consiguió muchos premios, entre ellos el prestigioso Pulitzer  de 1992, y  tiene ya multitud de ediciones en muchas lenguas. Fue escrita y dibujada por Art Spiegelman, un historietista norteamericano cuyos padres, judíos polacos, fueron supervivientes de Auschwitz.  El título Maus, ratón en alemán, y la portada  nos sugieren  en principio una lejana inspiración en la fábula, pero la esvástica al fondo de ésta y  el explícito subtítulo Relato de un superviviente son bastante clarificadores. No estamos ante una ficción narrativa sino  ante un ejercicio de memoria  histórica, una idea que muchos pretenden manipular y que aún provoca el recelo de algunos. Es la biografía de Vladek, padre del escritor, y también la autobiografía de éste último ya que  la novela incluye tanto la experiencia del protagonista como la propia del autor en el proceso de recoger el testimonio de su padre, entrando de esta forma como protagonista  de la novela. Para conseguir este efecto,  la historia se divide en dos planos temporales. El primero, el relato  que  Vladek cuenta a su hijo, se desarrolla en Polonia entre mediados de los años 30, época del  ascenso del nazismo en Alemania, y se extiende hasta 1945 con el final de la segunda guerra mundial  y la liberación de los judíos  supervivientes del  holocausto. Es la historia vista desde una perspectiva individual, exenta de análisis, sin  juicios ideológicos que la desvirtúe, sin revisionismo ni revanchismo,  testimonio puro y duro de la capacidad de resistencia ante un drama colectivo  que puede  sacar a la luz  lo mejor y lo peor  del ser humano  en su afán de seguir existiendo.  El segundo  plano temporal  se desarrolla en un barrio de Nueva York a finales de los 70  y recoge las entrevistas del escritor con el protagonista.  No sólo se muestra el proceso  de recogida de datos testimoniales y la elaboración  de los mismos sino la difícil relación entre padre e hijo  sin renunciar a exponer los aspectos más negativos de los personajes. Vladek se nos presenta como un anciano obstinado y tacaño, con cierto grado de victimismo y algunas actitudes racistas frente a los negros americanos. El propio autor  protagonista se retrata a sí mismo como neurótico y tendente a la autocompasión, necesitado de ocasionales visitas al psiquiatra y con una tensa relación con el padre.

La conexión  entre ambos planos narrativos se hace mediante el recurso frecuente a los flash-backs, una técnica muy cinematográfica que se adapta perfectamente al cómic. Otro recurso que se considera vanguardista o posmoderno es la representación visual de las distintas razas y nacionalidades con diversos tipos de animales antropomórficos. Esta convención tiene, al margen de la inspiración fabulística antes apuntada, otras finalidades señaladas por la crítica. De una parte simplifica el reconocimiento en el cómic de los distintos pueblos, entre otros polacos y judíos, y respecto a éstos enfatiza la deshumanización colectiva que  supuso el holocausto. Tiene por otra parte un alto componente simbólico en el caso de los ratones judíos (víctimas) y los gatos nazis (depredadores).
En cuanto al dibujo es más bien minimalista, reducido a líneas simples pero no exento de cierto efectismo dramático al que sin duda contribuye el fuerte contraste del blanco y negro. Dicen que recuerda a las xilografías y tiene inspiración expresionista pero  estos matices sobrepasan en mucho mi capacidad valorativa. En este caso pienso que el valor testimonial predomina  claramente sobre la estética  del cómic.

Para terminar  debo reconocer que el libro me ha impresionado no sólo por su realismo y veracidad sino por la evocación de otros relatos que me hacen sentir identificado  con la historia y más aún con el escritor. Porque en el pasado yo también escuché las que me contaba mi padre, otro superviviente, por suerte entre muchos, de la guerra civil y la posguerra española. Eran como ésta, desprovistas de carga ideológica, sin ánimo revanchista, simple testimonio de experiencias propias, de familiares, amigos, o conocidos. El terror  a los bombardeos de la aviación, la represión del rival en la retaguardia, la ocultación de los perseguidos en casas privadas,  los  registros, los paseos, las ejecuciones  sumarias, los cambios de bando, las traiciones y venganzas personales, la humillación del vencido, el hambre de posguerra. Historias que surgían de modo espontáneo, contadas con palabras sencillas, sin apenas dramatismo, como si  formaran parte de lo cotidiano en otro tiempo, pero sobre todo  testimonio individual y directo, con una proximidad a los hechos  que se hacía patente en la frase “yo vi  como…” que era habitual en el discurso narrativo.
Me gustaría añadir que somos, para bien o para mal, herederos de nuestra historia y que recordar es  un buen ejercicio,  no sólo para evitar repetir los errores sino como liberación de los traumas del pasado. Para superarlos  es necesario aceptar las peticiones expresadas en el discurso final de Azaña, previo a la rendición republicana: paz, piedad, y perdón. Tenemos paz y hemos alcanzado un razonable grado de perdón pero nos falta la piedad necesaria para enterrar definitivamente aquellos muertos  y permitirnos así cerrar nuestra última tragedia nacional.

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