lunes, 22 de julio de 2013

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE THOMAS DE QUINCEY. Rafael Ballesterosteros

Hace algunos meses fui admitido en un Club de Lectura y desde entonces se han modificado sustancialmente muchas de mis ideas  preconcebidas acerca  de este tipo de grupos. Y digo esto porque  creía que el principal objetivo de los mismos era la promoción de la lectura y, con toda modestia y sin presunción, me considero lector de cierta experiencia a priori no necesitado de estímulos propiciatorios. Tampoco consideraba importante mi aportación, porque  la lectura es  una afición solitaria y no siempre un lector habitual es capaz de transmitir con acierto sus opiniones sobre lo leído. No sé si me sobrevaloré  en la primera impresión o  me infravaloré en cuanto a lo segundo, pero mi pensamiento al respecto ha cambiado de forma radical. Ahora comprendo que la lectura compartida es algo muy positivo porque ofrece una perspectiva múltiple de la misma que te enriquece en tanto que aporta matices e impresiones que algunas veces no percibimos de forma individual.
         Una ventaja  adicional  que ofrece un club de este tipo es la posibilidad de acceder a obras poco conocidas pero de una gran calidad  literaria, y en alguna ocasión  la oportunidad de un contacto directo con los escritores gracias al  impulso promotor de los líderes y miembros del grupo. Esto último ha ocurrido en el caso de la obra que comento hoy cuyo autor fue tan amable de atender nuestro  requerimiento y reunirse con nosotros para comentar su novela.
          Rafael Ballesteros (1938) es un escritor de avanzada edad que sin embargo transmite una enorme vitalidad. Habla de forma pausada, piensa lo que dice y dice lo que siente. Su discurso es vehemente y con cierto tono didáctico, elegante sin afectación, y con estas cualidades cautiva la atención de los que le escuchan. Su obra publicada incluye poesía, ensayo, novela y estudios de crítica literaria, pero él se considera ante todo poeta. En la conversación  dejó claro que uno de los temas que proyecta en su poesía es el amor  como sentimiento que anima al escritor, lo completa, y lo impulsa a la creación. También su interés por la belleza formal de la composición y la continua búsqueda de la musicalidad y precisión en el lenguaje literario.
         Durante años el autor malagueño alternó su faceta de  escritor con  la docencia como catedrático de Lengua y Literatura y  con la actividad política como diputado en los principios de nuestra democracia, cuando los ideales y la ilusión por  fomentar los cambios sociales eran todavía las señas de identidad de muchos de nuestros políticos. Quizás porque no necesitó vivir de los libros, su producción  literaria, galardonada con varios premios, no  ha sido  promocionada en los circuitos comerciales con las habituales prácticas de mercadotecnia,  lo cual ha reducido sin duda su difusión.  Eso explica  que la novela objeto de este comentario haya sido para mí un agradable descubrimiento que hubiera sido imposible de no estar incluida en el catálogo de  lecturas de nuestro club.
         Los últimos días de Thomas de Quincey (2006)  es una biografía novelada o una novela biográfica, que de ambas formas  puede nominarse este subgénero literario según se valore el balance entre realidad y ficción narrativa. Lo que llamó la atención de Rafael Ballesteros sobre este escritor inglés fue su vida de fuertes contrastes y la originalidad de su obra. Thomas de Quincey (1785-1859) era hijo  de una acaudalada familia de la alta burguesía comercial de Mánchester, de esmerada educación y una gran cultura de base grecolatina, inteligente y sensible. De carácter altivo y ultraconservador era al mismo tiempo  muy crítico con la sociedad de su tiempo. Se hizo adicto al opio que utilizó inicialmente con finalidad analgésica por una fuerte neuralgia que padecía, pero también apreciaba las ventajas de la droga como estímulo a la creación literaria. Dilapidó su fortuna y malvivió redactando artículos de crítica literaria para gacetas. A pesar de los trastornos propios de su adicción  murió  a los 74 años, edad  avanzada para  su época, y tuvo que  asistir a la muerte  o desaparición de las mujeres que marcaron sentimentalmente su vida; sus hermanas durante la infancia; Ann una joven prostituta que lo cuidó en una escapada de  juventud  en Londres; su esposa  Margaret que le dio ocho hijos y sufrió con abnegación su dependencia y sus traumas. Se le considera un escritor  romántico y su obra es original, con un  estilo en el que predomina la ironía y la subversión de los valores tradicionales de la burguesía. En muchos aspectos fue un heterodoxo, sufrió cierto rechazo social y su  producción literaria no alcanzó  el reconocimiento que merecía, pero su influencia fue notable en escritores como Poe, Baudelaire, o los decadentistas.
         Rafael Ballesteros ha construido su novela en base a la propia autobiografía del autor inglés recogida  en Confessions of an English Opium-Eater, además de abundante documentación en lengua inglesa ya que en nuestro país es un escritor bastante desconocido. La estructura narrativa del relato es bastante original  basada en una perspectiva multifocal, la que ofrecen  los personajes que más influyeron en su vida, su madre, su padre, su amante Ann, y su esposa, que nos cuentan en primera persona  sus vivencias y  opiniones  sobre  el protagonista y los sucesos que más influyeron en su vida y su carácter, con el contrapunto final de las reflexiones del  propio Thomas de Quincey que nos ofrece su particular versión en este juego de espejos que es el armazón con el que se va construyendo un relato que va  de menos a más,  creciendo en interés conforme avanzamos en la lectura.
         La novela está escrita en una prosa impregnada de poesía, y el lenguaje es elegante sencillo y muy cuidado. El perfil psicológico de los personajes está trazado con minuciosa perfección y  más allá de sus vivencias y emociones, que nos impresionan en ocasiones por la crudeza y otras por su ternura, ofrecen por añadidura un magnífico retrato  social de aquella Inglaterra colonial  de la primera revolución industrial.
         A lo dicho se podrían añadir muchos otros aspectos  positivos  en la novela, que no destacaré por no alargar el comentario.   En mi opinión  se trata de una pequeña joya literaria de esas que se encuentran  raramente. También el feliz descubrimiento de un buen escritor. 

sábado, 6 de julio de 2013

NOVELAS BREVES. Juan Carlos Onetti

El escritor Juan Carlos Onetti (1909-1994) es reconocido como  uno de los grandes escritores en castellano. Esta afirmación introductoria  es desde luego poco original y algo manida pero no por ello carece de sólidos fundamentos. Admitido por la crítica como genuino representante del  existencialismo en la literatura hispanoamericana, innovador de la narrativa en nuestra lengua, maestro del relato breve, galardonado con muchos premios literarios, el Cervantes de 1980 entre otros, y elogiado por escritores de la talla de Mario Vargas Llosa; son algunos de los créditos que lo avalan. 
         Y sin embargo  mi relación con este autor siempre fue difícil.  Hace muchos años leí su obra El astillero y sencillamente no me enteré de nada, lo cual atribuí a mi inexperiencia. Ahora, cuando creía haber alcanzado cierta madurez como lector, encuentro de nuevo al escritor uruguayo en esta antología titulada Novelas breves y,  tras enfrentarlas como un reto, debo reconocer  humildemente que aún no estoy a la altura.  En mi descargo y justificación  diré  que la lectura de Onetti  es objetivamente  una tarea con ciertas dificultades. Su estilo literario, tan original,  se basa en un lenguaje denso y opaco, intimista, elusivo y lacónico en los elementos descriptivos, en el que lo implícito y sobrentendido  es predominante sobre lo explícito, y donde lo onírico se mezcla con la realidad sin solución de continuidad. Tampoco ayuda a un lector medio español  el uso frecuente  de  términos propios del léxico americano y en particular de jergas locales como el lunfardo bonaerense.  De otra parte, en la temática  narrativa  onettiana  predomina  una visión negativa del mundo y esto limita su público en opinión de algunos. Otros piensan que este pesimismo literario es la fórmula que el escritor utiliza para  superar el suyo propio. En fin, los personajes  de sus relatos, concordantes  con esta visión, son seres marginales, frustrados, dibujados en sus rasgos psicológicos con un realismo cruel  no exento  de cierto tono de piedad hacia las miserias de la condición humana.
         De los relatos recogidos en esta antología destacaré  el que la inicia, El Pozo (1939), en el que un  escritor frustrado que malvive  en un mundo de marginalidad desnuda su alma y sus pensamientos escribiendo unas supuestas memorias llenas de angustia e incomunicación  en las  que muestra su desprecio hacia  la sociedad que lo rechaza.  En  Los adioses (1954), un enfermo  mantiene una relación alternante con dos mujeres que lo visitan en el ambiente de un sanatorio rural, y en un juego de perspectiva múltiple los habitantes de la aldea  enjuician y condenan al protagonista  con base en las apariencias, hasta que la historia tiene un desenlace inesperado.  Para una tumba sin nombre  (1959) es una de las novelas más conocidas, ambientada en  Santa María, la ciudad imaginaria  creada por Onetti, en la que el personaje narrador cuenta una historia basada de nuevo en la visión de los hechos  aportada por varios personajes que participan de los mismos. Otros relatos  interesantes son La cara de la desgracia (1960) y Jacob y el otro (1961), pero no insistiré en resumirlos. En general las historias se desarrollan con escasos elementos descriptivos y envueltas en una atmósfera de ambigüedad e imprecisión de la que poco a poco se nos van desvelando elementos que terminan por  hacer patente la realidad  en ocasiones sorprendente. 
         No todos los relatos tienen la misma calidad que los reseñados y algunos de ellos me parecieron aburridos y terminé por abandonarlos, algo que no hago con frecuencia. Para terminar  insistiré  en que se trata de literatura de calidad pero que exige mucho del lector.