jueves, 16 de enero de 2014

LA FUGA DEL MAESTRO TARTINI. Ernesto Pérez Zúñiga

Hace unos meses Ernesto Pérez Zúñiga (1971) vino a Jaén para presentar su última novela. No suelo asistir a este tipo de conferencias de promoción pero en esta ocasión lo hice y no quedé defraudado. Durante la charla y posterior coloquio pude apreciar la identificación del autor con su personaje, la minuciosa indagación en el pasado, su pasión por la música barroca. Todo eso, junto ciertos elementos apenas desvelados de la trama argumental, sin duda estimularon mi curiosidad, el mejor incentivo para iniciar una lectura.
La fuga del maestro Tartini (2013) es una biografía novelada, un subgénero emparentado con la novela histórica. A pesar de mi corta experiencia en este tipo de novela, creo haber identificado algunos rasgos que conforman un cierto patrón al que parecen ajustarse. Por lo general el escritor escoge un personaje histórico que destacó en su época pero que, erosionado por el paso del tiempo, es poco conocido para el público actual. Los datos sobre el mismo suelen ser escasos en los medios de información poco especializados y, no obstante, presenta ciertas peculiaridades biográficas  que lo hacen interesante. Con este material el escritor, tras un proceso de documentación histórica, rellena las lagunas mediante la ficción y lo convierte en protagonista literario pero verosímil. Algo parecido a esos programas de ordenador que, a partir de un cráneo o una momia, pueden reconstruir el aspecto físico y el rostro de un faraón egipcio. Se trata pues de una interesante mezcla de historia y ficción cuyo resultado final puede ser atractivo dependiendo de la maestría del autor. Yo he tenido suerte en esta clase de lecturas y ahora recuerdo con agrado personajes tales como Roger Casement en El sueño del celta (Mario Vargas Llosa), o Pier Francesco Orsini en Bomarzo (Manuel Mujica Láinez).
         El libro que hoy nos ocupa tampoco me ha defraudado. Cuenta la historia del violinista y compositor italiano Giuseppe Tartini (1692-1770). Un músico del  Barroco con una juventud conflictiva y aventurera en la que rechazó la carrera eclesiástica a la que estaba destinado, logró cierta maestría en la esgrima y ejerció como espadachín a sueldo, para terminar desafiando a un cardenal al enamorarse de su amante y casarse con ella en secreto. Después se refugió en la música y  alcanzó fama como violinista y compositor  y, tras recorrer varias ciudades italianas y europeas, terminó su carrera en Padua donde dirigió una importante escuela musical. Su sonata más famosa  es conocida popularmente como El trino del diablo porque dijo haberla compuesto tras un sueño, del que se deducía una especie de pacto fáustico, en el que pidió al demonio que tocara el violín para él. Este personaje rebelde, contradictorio y obsesionado por la perfección, atrajo la atención del escritor decidido a seguir su rastro por los lugares en que vivió y trabajó. El resultado fue un largo periplo por diversas ciudades de Istria, el Véneto, y la Padania, persiguiendo sus huellas en los archivos históricos locales. Este es el sólido armazón que hace verosímil la narración y condiciona una asimilación emocional del autor con su protagonista, tan íntima que ambos terminan por reunirse en la ficción.  Esto se anticipa ya en el mismo título, la fuga, esa pieza musical polifónica, tan típica del barroco, que superpone dos o más voces instrumentales a modo de contrapunto y obtiene mediante el equilibrio la armonía del conjunto.Y en efecto, la estructura narrativa está dividida en dos voces. El protagonista nos habla en primera persona y nos cuenta sus vivencias y sensaciones que redacta de forma cronológica en unas memorias. Al relatarlas utiliza, como es lógico, los pretéritos, pero ocasionalmente usa el tiempo verbal del presente cuando evoca hechos cotidianos o pequeños detalles del pasado, como rescatándolos del fondo de su memoria y volviendo a vivirlos. Al final, cuando el personaje, senil y enfermo, insiste en continuar la redacción, estos cambios de tiempo verbal  son continuos y junto con  las frecuentes digresiones en su línea de razonamiento contribuyen a reforzar la sensación del agotamiento y confusión mental que presagia la muerte próxima. 
         El contrapunto armónico es la  segunda voz narrativa, que se alterna con la primera y está claramente separada e identificada por un asterisco. En principio pertenece al propio escritor, que contempla al personaje desde el presente y desde esta posición  lo analiza y desmitifica pero también lo comprende y comparte sus  emociones,  como si lo creara y destruyera al mismo tiempo. En otras ocasiones esta segunda voz parece identificarse con el diablo y es entonces intemporal. No es aquí la representación moral del mal ni tiene la entidad perversa que le atribuye  la mitología dualista judeocristiana. Es un diablo más próximo, el que todos llevamos dentro, el que representa la rebeldía del ser humano, su insatisfacción y sus frustradas e inútiles ansias de perfección. El que induce al hombre a robar el fuego de los dioses o comer de la fruta del árbol prohibido, a perseguir la sabiduría divina y  fracasar en el intento. Se trata en mi opinión de un juego del escritor que se transforma en personaje y se desdobla en su alter ego diabólico reproduciendo así el pacto fáustico del músico.
         De la mano de estas  voces nos introducimos en la itinerante vida de Tartini en Pirano, Ancona, Asís, Venecia, Praga y Padua, entre otras ciudades. Nos dejamos envolver por la musicalidad del barroco y conocemos a Vivaldi, Albinoni y Corelli. Percibimos un mundo que aun vive la rigidez de la Contrarreforma y el fanatismo de la Inquisición pero se abre ya a los nuevos aires de la Ilustración. Una sociedad cambiante en la que se vislumbra el progreso científico moderno que convive con las antiguas ciencias esotéricas como la alquimia o la astrología.
         La historia está escrita en un estilo y con un lenguaje que se recrea en lo poético, apasionado por momentos, irónico y nostálgico en otros, y siempre intentando reflejar los distintos estados de ánimo del protagonista, sus anhelos, sus obsesiones, y sus pasiones. Empeñado en el detalle cuando se refiere a lugares o ambientes, la basílica de San Antonio en Padua es un ejemplo, pero no tanto con afán meramente descriptivo sino buscando la sensación emocional y estética que provoca en el personaje, que el escritor quiere transmitir al lector. La aventura de Tartini en una noche de carnaval veneciano me parece magistral en este sentido. 

Se podrían comentar aún muchos aspectos de esta obra sin desvelar por eso su argumento pero no quiero pasar de aquí. Me parece una estupenda novela, merecedora  sin duda del premio que ha recibido, pero destinada a un sector de lectores minoritario y por tanto no es previsible  su aparición en los escaparates de superventas.  

2 comentarios:

  1. Tienes todo la razón cuando afirmas que la curiosidad es el mejor incentivo para iniciar una lectura. Yo también lo creo así. Y con tus ricos y completos comentarios consigues eso, despertar la curiosidad de los lectores, algo que es muy positivo.

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  2. Gracias Josefina, son tus cariñosos comentarios y el apoyo que me dais en el grupo de lectura lo que me anima a seguir aportando mis opiniones, más o menos fundamentadas, y espero con ello fomentar el debate y el contraste de pareceres que tanto nos beneficia a todos. Saludos.

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