miércoles, 18 de febrero de 2015

DOS MUJERES EN PRAGA. Juan José Millás

La relación entre escritor y lector,  centrada y mediatizada por la obra literaria, es compleja, además de complementaria, y se asocia a factores tales como autoridad intelectual, complicidad y seducción. Casi siempre el primer  contacto es decisivo para establecer la necesaria sintonía entre uno y otro. Ese encuentro inicial suele ser frágil y supeditado a variables como prestigio personal del escritor, promoción editorial, estado de ánimo y gustos del lector, e incluso la casualidad. En cualquier caso, la impresión que nos cause el primer libro de un autor puede significar la aceptación o rechazo posterior del resto de su producción.
         Todo esto viene a propósito porque esta novela es mi personal encuentro con la obra del escritor y francamente debo reconocer que me ha decepcionado. En situaciones como esta me plateo siempre una duda; ¿quién de los dos, novelista o lector, no ha estado a la altura?. Cuando se trata de autores noveles o poco conocidos, pecando sin duda de egolatría, tiendo a culpabilizar al primero. Pero este no es el caso de Juan José Millás (1946) escritor de una abundante obra narrativa de calidad reconocida y premiada, al que conozco por sus artículos en prensa y cuyas opiniones suelo compartir en sus programas y colaboraciones radiofónicas. Así que, en esta ocasión tengo una vaga sensación de culpa, aunque no modifica mi opinión ni me anima a expiarla reincidiendo en la lectura de alguna otra de sus novelas, al menos de momento.
La crítica reconoce en la narrativa de Millás su tendencia a la introspección psicológica y la capacidad para transmutar lo cotidiano en sucesos fantásticos y tengo la impresión de que en esta ocasión se ha pasado de rosca.
         Dos mujeres en Praga (2002) tiene características que la aproximan a la novela psicológica y también a la novela de tesis, pero no se deja encuadrar totalmente en ninguno de estos dos tipos narrativos. Una vez más se manifiestan aquí los rasgos, antes mencionados, que mejor definen al escritor, el análisis de su propia conciencia o estados de ánimo. Toda la novela está trascendida por sus obsesiones, por las reflexiones e ideas que quiere comunicar, más o menos metafísicas, tales como la crisis de identidad; lo que nunca fuimos pero anhelamos ser; la trama de ficciones que a veces sustenta nuestra propia realidad; la literatura como instrumento para reconciliar realidad y  ficción. En ocasiones estas ideas se expresan adobadas de simbolismo o mediante metáforas, como en el caso del  lado zurdo del cuerpo que viene a representar lo emotivo que contraviene la norma frente a lo racional y analítico, un grito de rebeldía siniestra frente a la diestra. El propio título alude no a Praga como ciudad sino al espacio real pero también simbólico en el que las protagonistas comparten su intimidad.
         Los protagonistas de la novela parecen una excusa, meros recipientes de esas ideas, tan exagerados en sus ilusiones y fabulaciones, tan apartados de la realidad algunos de ellos  que acaban resultando poco creíbles. Son seres solitarios, con  serias  carencias afectivas, acosados por edípicos complejos y angustias sobre la propia identidad, algo patente por la recurrente aparición del tema de las adopciones ilegales en la década de los 60; fruto de una mentalidad patriarcal y eclesiástica afortunadamente ya caduca, y también un guiño cómplice que busca la empatía del lector  en un asunto ahora de gran actualidad mediática.
         Pero la red de engaños y fabulación en la que se envuelven ciertos personajes, eso tan bien publicitado en  literatura con la frase tópica  nada es lo que parece, no consigue propiciar ni mantener la intriga que se promete en el resumen promocional de la novela. Y eso porque los personajes carecen en realidad de lo que se llama tensión narrativa y porque la trama argumental es plana y casi inexistente.
         Para contrarrestar estas impresiones personales negativas añadiré que la calidad del estilo literario de Millás queda aquí fuera de toda duda. También el detalle que más me ha gustado, demostrativo de esa calidad. Me refiero a la que yo definiría como metamorfosis del narrador a lo largo de la novela. En efecto, comienza por narrar en tercera persona y parece ser omnisciente, después se hace corpóreo y se transforma en  un narrador testigo que conoce casualmente a otros personajes y pasa a la primera persona. En este punto ya intuimos que se trata en realidad del propio escritor que poco a poco se introduce en la acción y en la vida de los otros tres protagonistas hasta adquirir tal relevancia que se convierte en el cuarto y principal de ellos. Me parece por añadidura un juego adicional sobre la identidad que demuestra la maestría del escritor.
En resumen y para terminar. Quizás en otro formato o género narrativo, no sé, un ensayo o unas memorias íntimas, hubiera resultado interesante. Como novela, insisto, me parece decepcionante.             


1 comentario:

  1. Me gusta tu comentario, muy personal. Es un libro diferente, pero no despierta ningún entusiasmo.

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