viernes, 10 de abril de 2015

HIJOS DEL MEDIODÍA. Eva Díaz Perez

En varias ocasiones he reconocido no estar al día en cuanto a novedades literarias, algo nada raro en este país en el que se edita mucho y se lee poco. Mi desconocimiento es mayor en el caso de autores con escaso palmarés y poco reconocidos por la crítica.  Este puede ser el caso de la escritora sevillana Eva Díaz Pérez (1971) que, desde un origen en el periodismo, inició su carrera literaria a principios de este siglo. Su producción consta de algunos ensayos y una corta obra narrativa en la que muestra preferencia por temas de su ciudad natal y de Andalucía occidental. Esta tendencia localista le aportó algunos premios en ese ámbito geográfico pero, es mi opinión, quizás haya limitado su difusión. En cualquier caso este libro  ha supuesto mi personal y afortunado descubrimiento de la escritora.
            Hijos del Mediodía (2006)  es una obra interesante en la que el peso de los hecho históricos y la ambientación se imponen claramente sobre una trama de ficción con tintes de misterio que parece una mera excusa y apenas consigue cautivar la atención del lector. En cambio, entendida bajo un enfoque adecuado, resulta ser una estupenda novela histórica, un género que no atraviesa actualmente por sus mejores momentos, saturados como estamos con títulos de ínfima calidad.
            La ficción se localiza en Sevilla y en la década de los años 20, en concreto durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), con epicentro temporal en la Exposición Iberoamericana del año 1929, evento que se saldó con una deuda excesiva y quizás no consiguió todos los objetivos previstos, pero sin duda supuso la modernización urbanística de la ciudad, adornada con plazas, jardines y pabellones de estilo regionalista andaluz. El protagonista es Arturo Gándara, un periodista gacetillero de frustrada vocación literaria  - letraherido  es el neologismo que lo define – que recibe enigmáticas cartas  supuestamente escritas por antiguos escritores sevillanos (cadáveres literarios) que le incitan a buscar ediciones perdidas de sus libros y descubrir olvidadas bibliotecas en lugares recónditos de la ciudad, afloradas ahora en las heridas urbanas ocasionadas  por las obras públicas. Se trata de una especie de juego que le anima a escribir sobre la memoria literaria de Sevilla.
            En el fondo la verdadera protagonista es la ciudad misma y sus contradicciones de aquella época.  Aferrada a las tradiciones y a su pasado colonial,  pero intentando abrirse a la modernidad. Animada por los poetas de las vanguardias - fundadores de la revista Mediodía -  que pretenden liberarse de los tópicos sevillanos y entroncar con los escritores de la generación del 27 pero, frente a la óptica cosmopolita de éstos, no logran superar su provincianismo de toros y Semana Santa. Los contrastes de una ciudad cuyas élites económicas, henchidas de patriotismo por los fastos triunfales y enriquecidas con los mismos, se divierten y olvidan la insoportable miseria de los obreros que aspiran ya los aires revolucionarios anarco-comunistas. El protagonista vive a caballo entre esos dos mundos, el de los señoritos y burgueses poetas y el de los obreros, sin integrarse en ninguno y en un imposible equilibrio inestable mantenido a base de frustración literaria y cobardía política.
            A lo largo de la trama la escritora introduce en la ficción a multitud de personajes históricos y nos aporta su personal visión de los mismos. En el grupo de las vanguardias sevillanas destaca Fernando Villalón, poeta surrealista, ganadero, teósofo y aficionado a la magia, también Rafael Porlán y el torero Ignacio Sánchez Mejías. En la generación del 27, tienen un protagonismo notable Luis Cernuda, algo menor Federico García Lorca y Rafael Alberti. Entre los políticos resalta José Cruz Conde, nombrado por el dictador gobernador civil de Sevilla y comisario de la Exposición. También aparece el propio Primo de Rivera y el rey Alfonso XIII y sus aventuras sicalípticas durante las frecuentes visitas que hizo a las obras. Participan o se citan de manera tangencial otros muchos personajes reales cuya única misión es enriquecer el ambiente histórico e ilustrar mejor su encuadre cronológico; entre ellas citaremos a Isadora Duncan, Josephine Baker, Blas Infante, o Fernando Pessoa.
            La historia está narrada en tercera persona y se desarrolla lineal en el tiempo aunque de forma periódica se introducen los artículos que  el protagonista escribe para su periódico, o algunas de sus reflexiones personales contadas en primera persona. Estas digresiones tienen en mi opinión la intención de dinamizar el relato que, por extenso y deficitario en suspense, puede abrumar al lector. La datación de los artículos sirve además como cronología de la historia.    
            El lenguaje es rico y sugerente, muy descriptivo y empeñado en destacar los aspectos sensitivos, olores, sabores y colores de los lugares y ambientes, todo ello reforzado por el frecuente uso de arcaísmos de aquel tiempo, y también de neologismos surrealistas en el caso de las fiestas y sesiones espiritistas de los poetas. En mi opinión la escritora abusa de dichos términos, en ocasiones necesarios y en otras  sólo una exhibición gratuita de erudición. En cuanto a la documentación histórica me parece rigurosa hasta lo minucioso.

            En el epílogo se llega al desenlace, en Sevilla durante los primeros días de la sublevación militar de 1936. Es el relato de la resistencia revolucionaria  de los obreros y la dura represión de Queipo de Llano. Este final actúa en la narración como un  deus ex machina  que envuelve a los personajes y resuelve de  forma trágica sus vidas que hasta ese momento  carecían por completo de tensión dramática. Es como el final apoteósico de una sinfonía de Beethoven a continuación de una plácida y larga sonata de Mozart; casi fuera de lugar pero dando sentido al conjunto de la narración. Se refuerza así el carácter de novela histórica y entendemos que la guerra civil fue la consecuencia inevitable de aquellos felices e injustos años veinte. La portada ilustra y resume de forma simbólica el contenido del libro; la calle adoquinada, en apariencia tranquila y en orden, con un inquietante giro que nos oculta lo que está por venir.

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