viernes, 29 de mayo de 2015

LITUMA EN LOS ANDES. Mário Vargas Llosa

Cuando se trata de valorar a un escritor las comparaciones parecen siempre odiosas pero es tentador establecerlas  por más que sean discutibles y subjetivas. En el caso de Mario Vargas Llosa (1936), me arriesgaré a considerarlo, salvando a Gabriel García Márquez, como el mejor escritor de la moderna literatura latinoamericana. Para justificar mi preferencia renuncio a destacar su prolífica obra o enumerar  una extensa lista de galardones literarios que culmina con la concesión del Nobel de Literatura 2010; más bien podría explicarla merced a  esa especial sintonía que a veces se establece entre lector y autor, mediatizada por la escritura y al margen de cualquier  tipo de empatía hacia su biografía y personalidad, literaria o política.
            He leído muchos artículos y algunas novelas del escritor hispano-peruano, entre otras, La ciudad y los perros (1963), Pantaleón y las visitadoras (1973), La fiesta del Chivo (2000), El sueño del celta (2010), y creo que lo más destacable en su producción literaria es una especie de versatilidad que le permite destacar en distintos géneros y adaptarse de manera brillante a las más variadas temáticas. En mi opinión es además el escritor más europeo de esa generación que surgió entre los años 60 y 70 y fue conocida como el “boom latinoamericano”. Esto es fácil de aseverar si se considera que en los últimos cuarenta años ha residido casi habitualmente en España y otros países europeos. Pero, al margen del dato biográfico, esa influencia es palpable en sus novelas y se intuye claramente porque, sin renunciar a sus raíces y a las propias experiencias como peruano, su estilo y lenguaje, las líneas de razonamiento, y el poso cultural  que sustenta toda la estructura argumental de su obra es cosmopolita, o mestizo si se quiere, pero con un marcado acento europeo que muchos lectores percibimos aunque no sepamos analizarlo en profundidad.
            Y sin embargo en la novela que comento hoy, Lituma en los Andes (1993), Premio Planeta de ese año, es muy notable el indigenismo, uno de los aspectos distintivos de la literatura hispanoamericana, e incluso tiene toques de realismo mágico. Como se anticipa en el título, el elemento cultural andino es aquí determinante por más que el escritor establezca conexiones míticas con la  tradición cultural europea.
            El relato lo protagonizan dos guardias civiles peruanos, el cabo Lituma y su adjunto Tomás Carreño,  destinados en un mísero poblado minero de los Andes, aislados de la civilización y acosados por la brutalidad de los terroristas de Sendero Luminoso. La acción se desarrolla en los años 80 y cuenta la investigación de unas misteriosas desapariciones en el poblado. La historia tiene un enfoque narrativo original porque el narrador parece equisciente sin serlo del todo. Para aclararlo diré que es externo, no participa en la trama, y como tal la cuenta en tercera persona, pero sólo recoge la visión de Lituma y en consecuencia se acerca a la figura de un narrador protagonista que debería hablar en primera persona.
            En la novela convergen además otros dos planos o líneas narrativas. En la primera, se recogen las conversaciones nocturnas en las que Tomasito cuenta, ahora sí narrador protagonista, en primera persona, la historia de su amor por Mercedes. Un segundo plano argumental lo constituyen una serie de relatos de algunas acciones terroristas que se desarrollan paralelas en el tiempo al tema principal. En la segunda parte se añade la historia del tabernero Dionisio y la maga Adriana, contada en primera persona por esta última e inspirada en el conocido mito griego de Teseo, Ariadna y Dioniso.
            No me arriesgaré a ser más explícito respecto al argumento para no arruinar el interés de aquellos que no han leído la novela. Sólo diré que la supuesta complejidad narrativa que pudiera deducirse de lo anterior no es tal gracias a la genialidad y maestría del escritor que va relacionando todas las historias con claridad y perfección, como la trama y la urdimbre de un tapiz armonioso y colorista en el que contrasta la crueldad más impactante con las escenas más emotivas, la brutal lógica de la guerra con la compasión y solidaridad ante la desgracia.
            En fin, la variedad temática y los matices de la novela se prestan a variadas interpretaciones imposibles de resumir en estas líneas. Solo destacaré algunos aspectos que han llamado mi atención. En mi opinión la investigación de Lituma, un criollo de la costa peruana, es el trasunto de la curiosidad del hombre occidental, educado en la racionalidad, hacia el hermetismo y misterio de la cultura andina. La indagación de las desapariciones es como una pregunta que no sólo busca conocer sino también comprender, y la respuesta a esto último no está solo en el impactante desenlace que intuimos sino en la historia de Adriana y Dionisio. Cuando Lituma, en la escena final, se emborracha, no lo hace para olvidar sino para comprender. Vargas Llosa recurre una vez más al mito, la embriaguez ritual, el misterio dionisiaco y la bacanal, para explicar el descenso del ser humano hacia su yo más profundo e irracional, ese que renuncia a la lógica y recurre a lo mágico para establecer el orden en un mundo caótico cuyas reglas no termina de comprender. Eso es lo que hace nuestro protagonista después de sobrevivir milagrosamente al huayco, un tremendo desprendimiento de tierra que lo arrasa todo a su alrededor.
            El mito griego en paralelo con el mito andino, el minotauro frente al pishtaco, viene a destacar además un error muy típico del hombre occidental. Orgullosos de nuestra civilización menospreciamos las creencias de otras culturas y las tachamos de supersticiosas e irracionales olvidando que esos mismos mitos están en el origen de nuestra propia cultura, cuando nuestros ancestros, atenazados por el miedo a lo desconocido y a las fuerzas desbocadas de la naturaleza, recurrían a la magia y los rituales para propiciar a los dioses. No somos superiores ni tan distintos, simplemente tenemos diferentes  grados de evolución cultural. Sí ubicamos a un occidental culto y racional en el marco de una guerra o catástrofe natural sabemos por experiencia los niveles de crueldad e irracionalidad a los que puede descender. La conclusión es sencilla, comprender para aceptar y tolerar no para depreciar y sojuzgar.  
            En fin, seguro que no es ésta la mejor novela de  Vargas Llosa, pero aún así es estupenda. 


2 comentarios:

  1. Estupenda reseña como siempre, Lope de Sosa.
    Por supuesto que la cultura europea no es ni de lejos superior a la hispanoamericana, afirmar eso sería una estupidez y un síntoma de ceguera ante ciertas prácticas bárbaras cometidas en Europa en nombre de la religión o de la tradición o de lo que sea.
    Otra cosa distinta y además beneficiosa es sacar a la luz y reconocer la irracionalidad de ciertas prácticas primitivas y crueles, como hace Vargas Llosa en esta novela. Estas se han dado en todas las culturas, pero es que además se siguen dando (muy cerquita tenemos, por citar un ejemplo, la ablación en las niñas en ciertos países africanos con la excusa inaceptable de la tradición).
    Esas prácticas son fruto del desconocimiento, la ignorancia y la consecuente aparición de las creencias irracionales y la superstición. Y esto ni que decir tiene que no es patrimonio de ningún lugar ni de ninguna cultura concreta sino que va inherente al ser humano que cuando no encuentra explicación lógica a algo (llámese por ejemplo muerte en la actualidad o catástrofe natural en la Antigüedad, por citar algunos casos) se la inventa y la suple con la imaginación o la religión.
    Poner en evidencia y reconocer los errores cometidos es muy necesario y además siempre es el primer paso para resolverlos.

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  2. Estoy de acuerdo contigo pero solo en parte. De acuerdo en la barbaridad del terrorismo, de la ablación y de tantas otras prácticas. La irracionalidad del terrorismo es sólo el trasfondo ambiental en la novela. Vargas Llosa nos coloca ante la irracionalidad del sacrificio ritual en el ambiente irracional y bárbaro del terrorismo. Pero no creo que su posición sea sólo crítica. Mas bien creo que pretende decirnos que la irracionalidad tiene también su propia lógica aunque no sea claramente percibida desde otras culturas. En el mito de minotauro, el tributo de los siete jóvenes y las siete doncellas no nos parece irracional a los occidentales y eso es porque esa irracionalidad está mitificada e incluida en la lógica del mito alejado de lo real. Pero en la antigüedad clásica existieron sacrificios rituales de ese tipo, reales y recogidos en las fuentes históricas y el reflejo de los mismos ha quedado reducido a mito. Lo que creo que Vargas Llosa pretende es mostrarnos la débil y borrosa frontera que en el ser humano separa lo racional de lo irracional. Caer en uno u otro lado de esa línea depende sólo de la perpectiva cultural del observador.

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