martes, 24 de noviembre de 2015

LA MUJER QUE LEÍA DEMASIADO. Bahiyyih Nakhjavani

Son escasas las reseñas biográficas disponibles sobre esta escritora de nombre tan sugerente como difícil de pronunciar. Sabemos que es británica de origen iraní y educación occidental, que ha vivido en Uganda, Canadá y Estados unidos, que actualmente es residente en Francia y profesora en la Universidad de Lieja. Los datos disponibles en la red no superan a los encontrados en la contraportada de esta novela, la tercera y última de su escasa producción narrativa.
          La mujer que leía demasiado (2007) se puede clasificar como una obra a medio camino entre novela histórica y biografía novelada. De la primera, por el retrato de una época y una sociedad, la iraní de mediados del siglo XIX. Aunque conforme avanza la narración, el factor histórico pierde importancia y queda reducido a puro marco cronológico y ambiental en el que se desarrolla el drama de los personajes a través de los cuales percibimos a la protagonista principal, inicialmente apenas sugerida y más patente hacia el final, cuando su figura se acrecienta. Es entonces cuando comprendemos que se trata de una novela biográfica, quizás descompensada en su componente de ficción por la escasez de datos documentados sobre el personaje histórico y por voluntad expresa de la escritora, empeñada en convertirlo en símbolo y precursora del feminismo actual.
           La narración se centra en el reinado del  sah Naser al-Din (1848 -1896), cuarto monarca de la dinastía Qajar, uno de los más largos de la historia de Persia. Un periodo interesante y de fuertes contrastes porque, mientras las fronteras iraníes se encontraban amenazadas en el oeste por la Turquía otomana y en el norte y sur por  Rusia e Inglaterra, se intentó la modernización del país y la introducción de tecnologías y costumbres occidentales, quizás el desesperado intento de un régimen autocrático y feudal por adaptarse a los nuevos tiempos. Fue también una época convulsa de hambrunas, insurrecciones y guerras con las potencias coloniales. El propio sah sufrió dos atentados, el último de los cuales acabó con su vida.
          Los lectores occidentales no suelen estar familiarizados con la historia y las costumbres persas más allá de tópicos sobre el lujo oriental  o las fantasías del harem. Consciente de esto, la escritora incluye al final del texto una cronología de los acontecimientos más importantes del reinado y un glosario de términos iraníes. Ambos apéndices son de obligada consulta porque el relato, enfocado desde varias perspectivas, está salpicado de continuos saltos cronológicos, en mi opinión bastantes más de los necesarios, lo cual dificulta la lectura en principio hasta que nos familiarizamos con los sucesos y las fechas. En el marco histórico del relato percibimos el despotismo de los gobernantes, la corrupción administrativa, las intrigas del harem, la importancia política del clero chií, o la debilidad de un monarca despótico y cruel pero manipulado por todos.
          La protagonista, Fátimih Baraghání (1817-1852), fue conocida entre el pueblo como Táhirih (la pura) o Qurratu’l-Àyn (consuelo de los ojos). Tantos y tan complicados títulos  son abreviados en  el texto con la alusión a la poetisa de Qazvin porque lo fue, además de experta en jurisprudencia islámica y una de las primeras seguidoras del babismo, una doctrina herética surgida en el chiísmo que terminó por conformar el posterior bahaísmo o fe bahá’i que ha perdurado hasta la actualidad. No entraremos a detallar los dogmas de esta religión porque exceden la intención de la propia autora que, siendo fiel confesa de la misma, no destaca en el relato el perfil religioso de la protagonista sino su rebeldía al quitarse el velo en público e insistir en la alfabetización de las mujeres, algo intolerable en el mundo islámico de aquellos tiempos.
          En la ficción, la poetisa de Quazvin resulta claramente idealizada. Es una mujer bella, obsesionada por la lógica en la interpretación de los textos coránicos, que seduce a todos con la palabra, profética en sus visiones místicas, serena y piadosa ante el dolor y la muerte. Como se ha dicho, en el epílogo la propia escritora se justifica ante un personaje cuya veracidad histórica resultó dañada para la posteridad,  entre la exaltación de los fieles seguidores y el odio de sus detractores.
          La biografía de Táhirit se despliega en una narración multifocal, desde otros personajes, siempre femeninos, cuyas vivencias se entrecruzan con la vida de la protagonista pero no las narran en primera persona. Es un narrador omnisciente quien lleva el peso del relato siempre en tercera persona y eso, en mi opinión, no añade objetividad ni verosimilitud a la historia, el efecto habitualmente pretendido con este tipo de narrador. En cambio aporta cierta frialdad y distanciamiento a un relato que pretende conmover y hubiera sido más emotivo si las distintas mujeres hubieran aportado su visión subjetiva de la poetisa.

          En fin, novela histórica, biografía novelada o ambas etiquetas a la vez, se trata de una obra interesante porque nos introduce en un mundo oriental y exótico para los occidentales y en una época relativamente reciente que nos hace comprender algo mejor los orígenes sociales y políticos del Irán actual. En cuanto a la poetisa de Qazvin, comprendo la razón ideológica y sentimental de Bahiyyih Nakhjavani para destacar su figura precursora. Razones que podemos compartir hombres y mujeres sin necesidad de militancia feminista.

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