domingo, 21 de junio de 2015

MÚSICA EN EL PATIO MUDÉJAR

En nuestra ciudad, el mes de junio suele ser pródigo en eventos culturales que se ofrecen con frecuencia en espacios abiertos, patios, plazas o jardines. Esta profusión de actos, patrocinados por  diversas instituciones, es de alguna manera la despedida y cierre que precede al largo parón estival, cuando Jaén queda casi desierto durante las vacaciones por el éxodo de parte de la población al campo o la playa huyendo del  agobiante calor.
     Comento en esta ocasión dos conciertos a los que he asistido en días sucesivos, ambos ofrecidos en el Patio del Salón Mudéjar del Palacio del Condestable Iranzo. No repetiré aquello del marco incomparable, pero si quiero destacar lo agradable del lugar y describirlo para aquellos que no lo conozcan. Es un patio rectangular con pórtico de doble arcada  en uno de sus lados largos que da acceso al conocido salón del artesonado. En su lado corto se abre una especie de exedra con forma de ábside  que resulta ideal como escenario. Sus dimensiones no excesivas y el aforo reducido permiten la  proximidad visual lo que aporta una agradable sensación de intimidad y empatía entre intérpretes y público.

          El jueves 18 ofreció un concierto la Brass Band, una sección de la Banda Municipal de Jaén. Como su nombre inglés indica, se trata de un conjunto integrado por instrumentos de viento-metal, trompetas, trombones, trompas y tubas entre otros, acompañada por una pequeña sección de percusión. En nuestro caso, el grupo estuvo formado por  17 músicos dirigidos por la directora Juany Martínez de la Hoz. En el programa interpretaron hasta nueve piezas cortas extraídas de óperas o conciertos de mayor extensión y, como es lógico, en todas ellas tienen un papel destacado este tipo de instrumentos musicales. Comenzaron con el Tuba Mirum del Requiem de Verdi, una composición corta pero de una intensidad tal que literalmente nos hizo  vibrar con su potente sonoridad de marcha triunfal. Esta pieza funciona en la obra a modo de introducción instrumental que se interrumpe bruscamente para dar paso a los cantantes solistas; por ese motivo el público quedó en suspenso al terminar la interpretación, dudando si debía aplaudir.  La mayoría de las obras eran muy  conocidas, destacaré entre ellas la Danza del Sable, fragmento del ballet Gayaneh de Khachaturian, con su dislocado ritmo que evoca bailes y salvajes fiestas de cosacos. También el Coro de los Peregrinos  de la ópera Tannhauser de Wagner con su famosa melodía que se repite en un crescendo progresivo desde el sosiego inicial  hasta la apoteosis. Por fin la Danza Ritual del Fuego, del ballet El Amor Brujo de Falla, de inequívoco aire oriental y andaluz. Descubrí una Obertura Festiva de Dimitri Shostakovich que comienza con una fanfarria de trompetas y sigue con una trepidante melodía que sugiere actividad fabril, es decir, el triunfo del trabajo obrero, en el más puro estilo de realismo socialista. Tampoco creía haber oído la Fanfarria para el Hombre Común de Aaron Copland, con aire de marcha fúnebre a base de tambor y trompeta, hasta que la recordé como banda sonora  de patrióticos honores militares en el cementerio de Arlington. En fin todo el concierto fue una estupenda recopilación de fragmentos musicales y la interpretación de los músicos me pareció bastante buena.
           El viernes 19 y en el mismo marco, asistimos a un concierto de música sefardí titulado  El viaje de Hasday, en conmemoración del 1100 aniversario de Hasday Ibn Shaprut apodado Al-Yayyaní por haber nacido, el 915, en Jaén. Reconozco que este personaje me era desconocido hasta hace poco y no me justifica del todo alegar que mi educación histórica de bachiller no favorecía el reconocimiento de la cultura judía sefardí quizás debido a condicionantes ideológicos tales como la supuesta conjuración judeo-masónica. Tampoco glosaré su figura  que tuvo especial relevancia en los mejores tiempos del Califato cordobés de los Omeya y se puede resumir en los términos de médico, erudito, políglota y embajador.
          El concierto fue interpretado por una pareja de músicos jóvenes y muy especializados en música hispanojudía medieval. Ante nosotros desplegaron un conjunto de instrumentos fiel reproducción de originales medievales, principalmente de cuerda en todas sus posibles variedades, pulsada, percutida o frotada, tales como laud, dulcema, rabel, salterio o vihuela. Todos ellos fueron tocados sucesivamente y de forma magistral por Emilio Villalba. El acompañamiento en la percusión a base de panderos variados, corrió a cargo de la intérprete femenina, Sara Marina. El ambiente del escenario en penumbra, iluminado sólo por la luz de candiles, ayudó a crear  la atmósfera apropiada para identificarnos plenamente con la música. Para completar el espectáculo ambos músicos alternaron entre las piezas musicales una especie de monólogos teatralizados sobre  la vida del erudito judío. El paralelismo entre las obras interpretadas y los avatares biográficos del personaje dio pie a interpretar no solo piezas de música sefardí sino también algunas medievales de la tradición europea occidental y oriental, en particular griega, bizantina y germánica.  En esta última  se identificaban claramente aires de música céltica.
          El público que llenaba por completo el aforo quedó encantado con la representación y el concierto, y pienso que no tanto por nuestro conocimiento de la música sefardí  como por las sugerencias, evocaciones y emociones que despierta en el espectador ya que, a fin de cuentas, forma parte de nuestro acervo cultural  y entre sus acordes orientales identificamos también claros aires integrados en la tradición musical española.

viernes, 19 de junio de 2015

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO. Pedro Calderón de la Barca


Algunas instituciones ciudadanas, académicas, políticas y eclesiales, han decidido  patrocinar este famoso drama litúrgico como brillante colofón a las pasadas fiestas del Corpus. Nada más apropiado que esta pieza teatral si consideramos tiempo y lugar ya que los autos sacramentales, en el siglo XVII, la época de su máximo esplendor, tenían un marcado carácter eucarístico y se solían representar en la plaza pública ante la fachada de catedrales o iglesias. Nuestra representación fue el 12 de junio, algunos días después de la mencionada festividad, y en la plaza de Santa María con la portada catedralicia como telón de fondo.
           El gran teatro del mundo es quizás el auto más famoso de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) y también el más representado. Trata el tópico de la vida humana como un teatro donde cada persona representa un papel desde el nacimiento hasta la muerte. No es un tema original porque fue motivo de reflexión para filósofos de la antigüedad clásica, Platón y Séneca entre otros, pero el genial dramaturgo español consiguió llevarlo a su máxima expresión literaria. Muchos de los personajes de la obra son alegóricos y los dos principales son el Autor de Comedias (Dios) y el Mundo como director que reparte papeles a los distintos personajes, unos simbólicos como la Discreción, la Ley o la Hermosura, y otros más reales como el Rey, el Rico, el Pobre o el Labrador, siendo este último el contrapunto cómico de los primeros, capaz en cierto sentido de aligerar el drama. Acorde con el espíritu contrarreformista  que inspira toda la obra, se llega al desenlace con el reparto de premios o castigos a los protagonistas por parte del Autor, bien sean goces celestiales, purgatorios o penas infernales, para terminar en un himno de alabanza a la Eucaristía, el Tamtum ergo.
          Es una pieza teatral escrita en verso pero, estando destinada al pueblo llano, no abunda en los recursos estilísticos propios del Barroco español tan propenso a metáforas, alusiones mitológicas y cultismos. Por esa razón los diálogos cortos y los extensos monólogos de los personajes, que me parecieron respetuosos con el texto original, fueron fácilmente entendibles por los espectadores, a lo que también ayudó la brillante declamación de los actores basada en una dicción limpia  y clara. Respecto de estos últimos, señalar  que mostraron una gran profesionalidad pese a ser  aficionados. Y es que la compañía teatral Mira de Amescua cuenta ya con una dilatada experiencia en su labor de revitalizar los autos sacramentales y éste en particular.
          El público en general quedó muy satisfecho con la obra, más aún si consideramos que no es de frecuente representación. El único aspecto negativo fue un gélido viento primaveral que pilló desprevenido a un público con ropa veraniega e impuso limitaciones en los decorados, restringidos a unos pocos elementos esenciales.Muchos espectadores aguantamos hasta el final aunque estuvimos tentados de abandonar el Gran Teatro del Mundo haciendo mutis por las salidas naturales del pequeño teatro de la plaza. Nuestra estoica resistencia mereció la pena.


miércoles, 10 de junio de 2015

CARRETERAS SECUNDARIAS. Ignacio Martínez de Pisón

Tengo la vaga  impresión de que este título es más reconocido por su versión cinematográfica, dirigida por Emilio Martínez-Lázaro y protagonizada por Antonio Resines, que fue premiada en 1998 con varios Goyas, entre otros al mejor guion adaptado por el propio autor. De la película no tenía noticias, tampoco de la novela que es una propuesta de mi club de lectura. Ahora, cuando la he terminado, me propongo visionar aquella por satisfacer esa especie de curiosidad morbosa que tenemos los lectores incitados a establecer comparaciones entre la historia audiovisual y la leída, casi siempre con resultado desfavorable hacia la primera.
El escritor aragonés Ignacio Martínez de Pisón (1960) cuenta ya con una considerable producción literaria con ocasionales incursiones en el mundo del cine, y en ambas facetas dispone de un buen palmarés de premios. En la novela Carreteras secundarias (1996) lo más destacable es el carácter emotivo de un relato que combina a partes iguales aspectos dramáticos  con dosis de humor  y termina por ser una especie de tragicomedia –utilizando el argot teatral- que no carece de cierta intriga ante el desenlace, al tiempo que pone en juego recursos narrativos que la hacen agradable al lector.
Cuenta la historia de un adolescente y su padre, que viajan por la España de 1974 en un Citroën Tiburón, el único signo externo de prestigio social en un agobiante peregrinaje por urbanizaciones costeras desoladas e inhóspitas en la temporada invernal. Bien pronto un cambio de ruta hacia el interior del país impondrá un nuevo  rumbo en sus vidas.  Reproduzco casi literal la sinopsis introductoria de contraportada.
            Pronto comprendemos que el viaje es una especie de huida hacia delante, desde un lugar o un pasado que se pretende evitar.  Pero en literatura, como en la vida, el viaje tiene siempre un carácter cíclico que implica el retorno, por más que las circunstancias, el destino o los dioses lo retrasen;  así ocurre desde la odisea de Ulises en su vagar por el Mediterráneo. Todo viaje implica además una maduración y una lucha contra el tiempo y contra lo inevitable y es de nuevo un aspecto más a considerar en este relato.
            Está contado en primera persona por el hijo, que adopta el papel de narrador-protagonista y por tanto aporta solamente su visión subjetiva de los hechos. De esta forma el lector focaliza la historia desde esa perspectiva, la de un adolescente inmaduro y rebelde que no termina de comprender ciertos comportamientos en su padre, hacia el que muestra un sentimiento de desprecio y culpabiliza de su inseguridad. Esta inmersión del lector en la particular óptica del protagonista queda reforzada porque éste se dirige con frecuencia al público demandando su comprensión y complicidad. Por eso, en la segunda parte de la historia y en el desenlace, asistimos a la progresiva madurez psicológica del joven, y con él cambia también nuestra percepción del padre al comprender mejor sus motivos y sus fracasos. La dignidad que es, a fin de cuentas, el trasunto de toda la historia, nos parece al principio algo casi ridículo pero alcanza toda su dimensión real conforme avanza el relato. El viaje y la relación entre padre e hijo es calificada por éste último como quijotesca, pero creo que, puestos a comparar, aquel tiene más de Guzmán de Alfarache por la picaresca que le impone la supervivencia. 
            En fin, poco más se puede añadir. Se trata de una novela corta por su extensión, de agradable lectura aunque algo plana en la primera parte, con mayor tensión dramática en la segunda. Sí el desenlace es feliz o desgraciado, no pienso decirlo.