martes, 25 de agosto de 2015

EL BLOG DEL INQUISIDOR. Lorenzo Silva

Hay escritores que sin suscitar gran entusiasmo ni adhesión inquebrantable -perdón por la frase de rancia retórica- casi nunca defraudan. Son de esos que hemos leído en más de una ocasión y cuando iniciamos una de sus novelas tenemos la sensación de que no será impresionante pero tampoco aburrida. Fiable, es el calificativo que mejor los define y, en mi modesta opinión, el que le cuadra a nuestro autor.
Lorenzo Silva (1966) es conocido especialmente por sus novelas policiacas protagonizadas por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. De esta serie ha escrito hasta ocho de las cuales he leído dos, El alquimista impaciente (2000) y La marca del meridiano (2012) ganadora del Premio Planeta de ese año. A pesar de mi corta experiencia pienso que el escritor madrileño domina bien la intriga y sabe dosificarla para cautivar la atención del lector hasta el desenlace más o menos sorprendente. Pero además, como un plus que  añade interés a sus historias, sabe relacionar la ficción narrativa con cuestiones sociales o temas de actualidad, siempre oportunos y a veces oportunistas, que trata de forma tangencial, en ocasiones como trasfondo ambiental y en otras a modo de digresión o en las reflexiones de sus personajes.
          El blog del inquisidor (2008) no pertenece a la mencionada serie policiaca pero la intriga sigue siendo el elemento esencial de un relato que combina de forma acertada aspectos tan dispares como el pasado histórico y las actuales tecnologías de la comunicación. Para ligar esos elementos y dar un sentido coherente a la historia, el autor propone un comienzo algo forzado y farragoso en forma de  anotación y aviso preliminar en los que un primer narrador, que se identifica como el traductor y parece trasunto del propio autor, introduce a la protagonista principal que será la narradora en primera persona del resto del relato. A partir de esas primeras páginas la narración es fluida y diáfana en lo formal y se inicia un juego de apariencia y realidad que le da ese tono inquietante que nos mantiene enganchados hasta el final.
          No voy a esbozar siquiera la trama argumental. Ya he señalado en varias ocasiones el riesgo de arruinar la historia, una posibilidad muy probable porque mi discreta facultad analítica va unida a una clara incapacidad de síntesis. Para un resumen argumental remito al promocional de contraportada, también disponible en la red. Señalaré que la ficción narrativa basada en un proceso inquisitorial invita a la desmitificación de la Inquisición española, despojada aquí de ciertos elementos terroríficos y políticamente interesados que aportó la Leyenda Negra, iniciada por los príncipes holandeses de Orange en el siglo XVII (guerra de Flandes) y magnificada en la ficción literaria por el norteamericano Edgar A. Poe (El pozo y el péndulo). La historiografía actual se ha encargado de poner las cosas en su sitio a este respecto y esas son las reflexiones que aparecen en el relato.
          El eje central de la trama es la curiosa relación que se establece entre una historiadora escocesa afincada en nuestro país y el enigmático personaje que se esconde tras el ficticio inquisidor, inicialmente a través de un blog y después mediante el chat como instrumentos mediáticos de la misma. “Una peculiar historia de amor, rabiosamente contemporánea” según palabras del resumen antes mencionado.
          El relato suscita además multitud de interesantes cuestiones entre las que cabe destacar la falsedad esencial de la historia, reducida a meras versiones interesadas de la misma; el mal, despojado de su esencia metafísica dualista tradicional y considerado como consustancial con la naturaleza humana; la problemática de las relaciones a través de Internet y la identidad virtual frente a la real; la independencia femenina asociada a la responsabilidad y los desajustes actuales en la relación de pareja; o la relatividad de  conceptos morales tales como culpa, expiación y redención.
          En cuanto al chat como forma de comunicación, quienes de forma simplista no lo conciben más allá de la búsqueda falaz de sexo fácil no comprenderán la relación de los protagonistas o les parecerá increíble. Desde luego es infrecuente pero no imposible. El escritor parece entender que es factible entre seres solitarios, cuando la soledad se conjuga no con el verbo estar sino con el reflexivo sentirse, un tipo de soledad que puede darse en compañía de otros. La portada de la novela es muy ilustrativa al respecto; dos personas enfocadas en sus ventanas iluminadas, aisladas en sus respectivos ambientes, que miran a la noche oscura (¿Internet?) quizás buscando con ansiedad al otro.
Para terminar, se trata de una novela en la línea narrativa tradicional de su autor. Sin mucha acción pero con una trama interesante que nos mantiene atentos. Si además se valoran esos temas colaterales a la propia trama, incluso da que pensar.

          

lunes, 3 de agosto de 2015

RELATOS. Raymond Chandler

La novela policiaca, surgida a mitad del siglo XIX como un género menor que pronto alcanzó enorme difusión y popularidad, debe  su origen a los relatos de misterio de Edgar Allan Poe. En su evolución posterior, ya a principios del XX, se suceden dos grandes tendencias o escuelas dentro de la misma. La inglesa, representada por A. Conan Doyle y Agatha Christie, y cronológicamente posterior la escuela norteamericana, iniciada por los escritores Dashiell Hammett y Raymond Chandler. De hecho fue este último autor quien definió el subgénero policiaco conocido como novela negra. El nombre lo debe a que este tipo de relatos se publicaron inicialmente en la revista Black Mask, editados en papel barato e impresión rústica, un tipo de publicaciones conocida como pulp. Para seguir con la identificación color-género, la editorial francesa Gallimard los editó en Europa dentro de una colección llamada Série Noir. El nombre es por otra parte muy adecuado porque generalmente la acción se desarrolla en ambientes oscuros de marginalidad y bajos fondos. En estas novelas lo importante no es tanto la  resolución del caso criminal como la descripción del ambiente social de miedo  y violencia. Eran en suma fiel reflejo de la opresiva atmosfera generada en los Estados Unidos tras la depresión económica del 29 y la ley seca de los años treinta con sus secuelas de gansterismo y crimen organizado.
          Raymond Chandler (1888-1956) es un clásico del género gracias a sus dos novelas más conocidas, El sueño eterno (1939) y El largo adiós (1956) ambas protagonizadas por Philip Marlowe. Reconozco que no he leído ninguna de las dos, quizás porque he visto, y varias veces, sus versiones cinematográficas. En cuanto al primer título, creo que el actor Humphrey Bogart encarnó a la perfección la personalidad del detective creado por Chandler; fracasado y cínico un poco de vuelta de todo, duro y estoico, de dudosa moralidad pero salvado siempre por un personal sentido del honor y la fidelidad. Por cierto, en El sueño eterno (1946), la película de Howard Hawks, Lauren Bacall borda también el papel de chica mala otro de los personajes típicos en los relatos de nuestro autor.
          El volumen que comentamos, con el título genérico de Relatos, es una antología que recoge siete de sus historias cortas, casi todas fechadas en los años treinta, es decir en sus comienzos narrativos. Todas fueron publicadas en la mencionada revista Black Mask o en Dime Detective, otra conocida publicación pulp. Un detective es siempre el protagonista, Philip Marlowe en algunas de ellas, y la mayoría están narradas en primera persona. En los cuentos aparecen todos los personajes y ambientes típicos del género; chantajistas, policías y políticos corruptos, delincuentes de gatillo fácil, mafias del juego o apuestas ilegales etc. La trama argumental es siempre algo enrevesada, con multitud de nombres y personajes secundarios y con el habitual tono de apariencia engañosa que se resuelve, a veces de manera algo forzada, en el típico desenlace sorprendente. El lenguaje es claro, directo y brusco, con diálogos a base de frases lacónicas o propias de la lengua vulgar y un tanto chulesca, típica de los ambientes delictivos. Tanto en éstos como en las descripciones abundan los sobrentendidos, sin dificultad para un norteamericano pero no tanto para un lector latino. Por eso la novela negra se adapta bien al lenguaje visual cinematográfico que evita prolijas descripciones y reduce al mínimo los aspectos implícitos en la trama.
          Al ser una colección de relatos breves, hemos iniciado este libro en mi club de lectura como alternativa para cubrir lagunas temporales entre novelas más extensas aún por recibir. Me sorprendió que fuera acogido con frialdad general y prontamente abandonado a pesar de ser el policiaco un género hasta cierto punto ligero e intrascendente. Las  razones aducidas para este desafección se explican parcialmente por las dificultades antes indicadas que percibí claramente durante la lectura. Es verdad que la novela negra no se adapta bien a la estructura del relato corto porque la complejidad argumental, que es uno de sus atractivos, es difícil de encajar  en un formato que necesariamente obliga a limitar los diálogos y los recursos descriptivos. Pero en mi opinión hay algo más que tiene que ver con un enfoque distinto en la lectura. En resumen, se trata de comprender que no es necesario seguir de forma minuciosa la intrincada trama argumental, que sólo es un medio para mantener nuestra atención hasta el final, y centrarnos en lo ya comentado y verdaderamente importante en este tipo de novelas, es decir, el ambiente de violencia, injusticia y corrupción política que imperaba en la sociedad norteamericana de los años 30. En la serie negra, deberíamos olvidar un tanto su carácter de literatura de evasión y valorarla más como retrato social de una determinada época y lugar.
          Para terminar una nota curiosa. En la traducción de los relatos de este volumen  se alterna un traductor español con otro sudamericano y  así vemos como las chaquetas se convierten en sacos y las faldas en bombachas. Un pequeño inconveniente que se añade a los anteriores y desmotiva un tanto cuando imaginamos a Marlowe hablando en argot argentino. Y a pesar de todo me ha gustado Raymond Chandler y supongo que sus dos grandes novelas deben ser superiores a estos relatos, pero no prometo leerlas, conozco de sobra el argumento.