martes, 29 de marzo de 2016

SEVILLA, ESTACIÓN TÉRMINUS. José María Vaz de Soto

En la promoción de un libro, una portada bien diseñada y un sugerente resumen de contraportada suelen ser decisivos para despertar en el lector  evocaciones y asociaciones que lo hagan atractivo. Si prestamos la adecuada atención a estos dos elementos accesorios podemos deducir o intuir aspectos que nos inciten a la lectura, pero también quedar  atrapados, y después defraudados, por equívocas sugerencias. Esto último es más frecuente en cuanto a los textos de contraportada, necesariamente sintéticos y de una calculada ambivalencia, diseñados para satisfacer todos los gustos y atraer al mayor número de lectores posible. Y todo ello viene a cuento porque el libro que hoy comentamos es muy explícito en su portada pero parcial y deliberadamente engañoso en el sumario final donde se cataloga como “síntesis de novela de intriga y novela de reflexión”, y el orden de los calificativos no es aquí casual sino intencionado como se verá después.
          El autor es José María Vaz de Soto (1938), licenciado en Filosofía y Letras, catedrático de Literatura, asiduo colaborador en artículos de prensa y autor de algo más de una docena de novelas. Parece que su especialidad son las llamadas novelas intelectuales o de ideas, un tipo de relato en el  que las reflexiones de los protagonistas son el elemento más destacado de la trama. Y quizás por su formación académica, el escritor se inspira y rinde homenaje a los clásicos diálogos platónicos adoptando este formato narrativo en muchas de ellas, lo cual queda explícito en algunos títulos  como Diálogos del anochecer (1972) o Diálogos de la alta noche (1982).
          Sevilla, estación Términus (2009) remite una vez más a ese mismo esquema. Siguiendo de nuevo el resumen; dos viejos amigos, que llevan tiempo sin verse, se reúnen en Sevilla que en esta ocasión, y por sus circunstancias personales, simboliza el fin del viaje, de la experiencia vital compartida entre ambos. Desde su encuentro inician un diálogo apenas interrumpido por la aparición ocasional de otros personajes que pronto nos parecerán accesorios, meros comparsas destinados a aliviar la profundidad de ciertas reflexiones y dar sensación de natural progresión de la trama argumental. Y sí, es verdad que en el último tercio del relato se produce un crimen que afecta sólo de forma tangencial a los protagonistas; un enigma cuya solución se resuelve con prontitud y no consigue generar la intriga necesaria para añadir ese calificativo a la novela. Así parece entenderlo el escritor cuando no reserva el desenlace de la trama policial para el final, lo habitual en este tipo de novelas, sino que plantea el caso y su resolución como un paréntesis, tras el cual se perpetúan los diálogos.
          Los dos temas en torno a los cuales giran todas las reflexiones son la enfermedad y la muerte, asuntos que parece ser obsesivos y recurrentes en la obra del escritor. Y más allá de la muerte, el afán humano por la trascendencia, la propia existencia de Dios o su necesidad, pero también el amor y el sentido de la vida. Entre esos temas de tipo filosófico, los protagonistas abordan variantes de los mismos como  el suicidio o la eutanasia, o conversan sobre asuntos más pragmáticos como el divorcio y el matrimonio, el deterioro actual de la enseñanza, la pérdida de valores éticos, o la crisis económica. En cuanto a los temas trascendentes, sus opiniones parecen trasunto de las ideas del escritor; son eclécticas y sobre un fondo filosófico de claro predominio existencialista y agnóstico, podemos encontrar toques y matices de estoicismo, epicureísmo y  escepticismo. El lenguaje de estos diálogos es sencillo y próximo a lo divulgativo, y las citas a filósofos y poetas  son pertinentes y muy precisas por  ilustrativas.
          Concluyendo lo anterior, no me parece una novela de intriga. En cuanto a las reflexiones, resultan interesantes e incluso las comparto en gran medida pero, en mi opinión, serían más adecuadas al género literario del ensayo. De otra parte, la extensión de la novela, de cuatrocientas páginas, sin verdadero soporte en la ficción narrativa, obliga a la repetición de ideas y termina agotando al lector. Al final los protagonistas, después de elevarse y conversar sobre todo lo divino y humano, bajan a tierra y enfrentados a sus problemas optan por soluciones prácticas y un poco prosaicas.
       No pretendo desalentar a potenciales lectores. Aunque me parece algo frustrada como novela, su lectura resulta atractiva y valorable en muchos aspectos, a condición de retirarle las falsas etiquetas y aceptar que estamos ante un moderno diálogo al estilo de los platónicos.


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