domingo, 10 de abril de 2016

JULIO CESAR. William Shakespeare

Entre las obras programadas para la VI Muestra Escena Jaén 2016 hemos tenido ocasión de presenciar esta tragedia de Shakespeare. Es la primera vez que la veo representada, aunque conozco el texto literario y he visto en varias ocasiones la que, en mi opinión, es su mejor versión cinematográfica, la dirigida por Joseph L. Mankiewicz en 1953, protagonizada por James MasonMarlon Brando. La puesta en escena de los clásicos no es frecuente en nuestra ciudad y menos aún, creo, las obras del genial dramaturgo inglés. No era cuestión de perder esta oportunidad quizás propiciada por la efeméride que lo relaciona con nuestro Cervantes, la conmemoración del cuarto centenario de su muerte.

          Julio Cesar (1599) fue escrita en cinco actos por William Shakespeare (1564-1616), y posiblemente sea la mejor de sus tragedias históricas romanas, grupo al que también pertenecen otras dos posteriores, Antonio y Cleopatra (1606), una secuela de ésta, y Coriolano (1608). Quien conozca las Vidas Paralelas de Plutarco, percibirá claramente que la principal fuente de inspiración del autor fueron las vidas de Bruto, Cesar y Antonio.  El título nos remite a la escena más famosa, la que resulta ser punto de inflexión y eje de la trama, el asesinato de Cesar a manos de un grupo de senadores como resultado de una conspiración. Sin embargo no parece que sea Cesar el protagonista principal, que solo aparece en tres escenas y la de su muerte, si bien es verdad que es continuamente aludido y su espíritu domina toda la acción. A muchos críticos les parece, y comparto la misma opinión, que el verdadero protagonista es Bruto, cuya figura parece secundaria en las primeras escenas, comparte relevancia con Antonio en las centrales, y al final resalta como principal figura dramática. Lo más destacable del personaje es su lucha psicológica y ética entre los deberes que imponen el patriotismo y la amistad. Parece que el tema sigue siendo objeto de debate, incluso hay quien sugiere que  lo trascendente en la obra, más que el protagonismo, es la idea del nuevo cesarismo en conflicto con el antiguo orden republicano, algo que parece comparativamente coherente  con la época del dramaturgo, dominada por imperios y príncipes absolutos como Felipe II en España o Isabel I de Inglaterra.  En cualquier caso se trata de una tragedia rica en matices y pasiones  enfrentadas; la traición y el honor; la tiranía y la libertad;  la envidia y la ambición; el pragmatismo político y el recurso a la demagogia, algo que nos parece muy actual. A este respecto conviene destacar los dos discursos centrales, interesantes ejercicios de oratoria política, el de Bruto, que justifica el tiranicidio, es racional, más propio de un filósofo que de un político, y por eso deja frío al pueblo que se deja convencer por el elogio fúnebre de Antonio, más emotivo y populista.

En esta ocasión la interpretación ha estado a cargo del grupo Negresco y la obra ha sido adaptada y dirigida por Miguel Ángel Karames. Como novedad en la escenificación hay que señalar la ambientación en época moderna, posiblemente motivada por economía de recursos escénicos y de atrezo, o quizás un intento del adaptador por actualizar  el drama y hacerlo más asequible al espectador. En mi opinión no ha sido un acierto, porque las grandes pasiones y conflictos humanos son intemporales pero, fuera de su contexto histórico, pierden fuerza dramática y se corre el riesgo de trivializarlas, de convertir lo trágico en melodramático.
          En general la adaptación ha sido respetuosa con el texto shakesperiano y las dramatis personae, excepción hecha de Calpurnia y Porcia, esposas de Cesar y Bruto, con papeles ciertamente reducidos en el original, que aquí se suprimen aunque se alude a su texto mediante los comentarios de sus maridos. También se introduce una corta escena inicial muy efectista, el alocado desfile por el patio de butacas de unos personajes que remedan desfiles saturnales. En cuanto a los actores; Bruto me pareció algo frio en su actuación, demasiado parco en gestos y poco enfático en la entonación, lo cual restó dimensión trágica al personaje. Por el contrario, Marco Antonio sobreactuó en exceso, aunque esto fuera acorde con el discurso demagógico que  representa.
          En fin, a pesar de estas objeciones, la interpretación me pareció digna en general. Quiero destacar la dificultad y el reto que supone la representación de una tragedia de esta categoría. El humor es fácil de conseguir en la comedia pero, en el género trágico, una interpretación deficiente puede convertir una obra en parodia de sí misma.  

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