martes, 27 de septiembre de 2016

LA ASESINA. Aléxandros Papadiamantis

La literatura contemporánea griega es para mí, y creo que para muchos lectores, una especie de terra incognita, un territorio desconocido e inexplorado hasta el momento. Si nos ceñimos al siglo XIX, y al movimiento realista, podemos citar con pleno conocimiento, o al menos de oídas, varios nombres de escritores; Pérez Galdós en España, Balzac y Flaubert en Francia, o los rusos Chejov, Gogol, Tolstoi, entre otros. Ahora llega a mis manos esta novela, que por su breve y explícito título sugiere puro realismo, y descubro que su autor está considerado el mayor prosista de la Grecia moderna y ésta  su obra cumbre. 
Se dice de Aléxandros Papadiamantis (1851-1911) que fue el Dostoyevski griego, porque su literatura, igual que la del genial escritor ruso, explora la piscología humana en el contexto social e histórico de su época. Nació en Scíathos, una pequeña isla de las Espóradas muy próxima a la costa de Tesalia, en la Grecia central. Era de familia pobre, hijo de un pope ortodoxo, y tuvo que pagarse trabajando los estudios de filosofía en Atenas, que nunca terminó. Alcanzó fama, en su tiempo y entre su pueblo, con cuentos y novelas que publicaba en prensa por entregas. Vivió humildemente sin sacar auténtico provecho económico de su popularidad, y al final de su vida retornó a su isla natal. Algunos lo consideraron una especie de monje o anacoreta seglar.
          Las novelas de Papadiamantis reflejan la idílica vida del campo pero también la miseria de los campesinos y de los barrios pobres de Atenas. La piadosa religiosidad del pueblo siempre subyace en esos ambientes. Escribió en su propia versión de la kazarévusa, una variante de la antigua koiné helenística que fue utilizada hasta 1976 como idioma culto y de la administración frente al demótico o griego popular, que finalmente  se impuso como lengua oficial. Por ese motivo la traducción de sus obras presenta cierta dificultad añadida.
          La asesina (1903) es una novela corta que narra la historia de Jadula Fragoyanú, una mujer que trabaja duramente para sacar adelante a su familia. Hace de todo pero es muy valorada como curandera, herborista y comadrona. Las penosas condiciones de vida que sufre y aprecia en su entorno, junto con un pensamiento religioso que la arrastra a conclusiones aberrantes pero lógicas, la inducen a unos asesinatos piadosos, una especie de contradictoria eutanasia religiosa. Cuando se recupera de la enajenación y es consciente de sus actos huye acosada por el remordimiento y el relato concluye con una frase lapidaria en un final que recuerda la antigua tragedia griega. A propósito de ésta última, la protagonista presenta rasgos y actitudes que remiten al personaje trágico de Medea. La inspiración clásica está presente en varios momentos; así cuando la protagonista reza una oración en la que pide protección a la Virgen mientras alude a las antiguas Parcas, las diosas que personifican el destino.  
          La historia se ambienta en la isla de Scíathos y se cuenta  en tercera persona por un narrador omnisciente que ocasionalmente pasa a primera persona cuando nos muestra los pensamientos de Jadula. La trama argumental se estructura en dos planos temporales; la acción se desarrolla en 1870, en el presente de la protagonista, considerada anciana con 60 años. Desde ese tiempo va evocando su pasado, la infancia durante de la Guerra de Independencia griega, su juventud bajo la incipiente república de Kapodistrias y la madurez en tiempos de la monarquía de Otón I y Jorge I. Las referencias temporales son escasas pero muy precisas, pensadas para que un lector griego se oriente con facilidad, pero exigen un esfuerzo adicional a los lectores de otras nacionalidades. El estilo literario es directo, asequible y muy descriptivo, como suele serlo en los autores realistas del XIX.
          Papadiamantis demuestra en esta novela una profunda comprensión de la psicología femenina. Además de la protagonista, casi todos los personajes secundarios son mujeres mientras que los hombres son enfocados casi siempre desde una óptica femenina. El escritor, a pesar de su fuerte convicción religiosa, no juzga los actos de Jadula sino que los enmarca, sin justificarlos ni condenarlos, en el contexto social que los condiciona, en suma es humano y piadoso con su protagonista.
          Se trata pues de una novela interesante y de fácil lectura. Una pequeña reparación de mi ignorancia en cuestión de literatura griega moderna y el descubrimiento de un buen escritor. 


sábado, 24 de septiembre de 2016

CARMINA BURANA. Carl Orff

Este año, el XVII Festival de Otoño de Jaén ha tenido una estupenda inauguración. Nada menos que los Carmina Burana, del compositor  alemán Carl Orff, una de las piezas más conocida y popular de la música clásica moderna. Que yo recuerde, es la primera vez que se interpreta en nuestra ciudad y el escenario  fue el más acorde posible para ambientar estos cantos de los goliardos medievales, la Plaza de Santa María con la Catedral como telón de fondo.
            En esta cantata escénica,  que fue compuesta para solistas, coros y orquesta, todo es espectacular, tanto la brillante polifonía coral como una original orquestación en la que predomina el ritmo más que la melodía, con una papel destacado del metal y la percusión. La obra está integrada por 24 cantos, la mayoría en latín, agrupados en tres partes, precedidas por el apoteósico Fortuna Imperatrix Mundi  con el que también finaliza la obra.
          Para esta ocasión se ha conseguido reunir un numeroso coro  integrado por varias agrupaciones, la Cantoría de Jaén, la Coral Aída, el Orfeón Santo Reino, y el Coro de la Orquesta Sinfónica del Festival de Otoño de Jaén, y un conjunto instrumental integrado por 70 músicos que se presentaba en esta obra. La ejecución musical  me pareció magnífica en todos los aspectos, y con el tempo adecuado al ritmo trepidante que exige la interpretación de muchas de las escenas. La parte coral también fue espectacular por el número de voces y la conjunción de las mismas. Los tres solistas, tenor, soprano y barítono resultaron excelentes. Naturalmente, por tener mayor protagonismo en los cantos, destacaron los dos últimos. En particular el barítono integró canto y escenificación en alguna escena de la II parte, titulada In Taberna, representando a un monje borracho.
          Como la interpretación se daba en espacio abierto fue necesario la instalación de micrófonos y ese precisamente fue el talón de Aquiles del espectáculo, con alguna que otra reverberación. En particular la notable actuación del tenor  resultó dañada por altibajos de sonido.
          De cualquier forma quiero destacar que la ejecución de una obra musical tan exigente en voces y orquestación como ésta, demuestra la madurez alcanzada por las agrupaciones corales y las orquestas de nuestra ciudad y provincia. Día a día las he visto crecer, creando afición y cantera  de músicos y cantantes, mientras asumen en cada ocasión mayores retos musicales.
          Espero que podamos disfrutar en un futuro, no demasiado lejano, de una nueva interpretación de los Carmina Burana, a ser posible en local cerrado. Sin duda mermaría la ambientación pero ganaría en sonoridad natural.


jueves, 22 de septiembre de 2016

LAS BACANTES. Eurípides. Sennsa Teatro Laboratorio

En estos días, en el marco del programa cultural Noches de Palacio, ya en las postrimerías del verano, he asistido a la representación teatral de Las Bacantes, en el patio de los Baños Árabes de nuestra ciudad.
          Sé que no abundan los amantes de la tragedia griega, demasiado alejada de nuestra sensibilidad actual. Pero se trataba de una versión libre de la tragedia de Eurípides, y puedo asegurar que la fidelidad al texto original se reduce a unos pocos fragmentos. En cambio resultó ser un espectáculo total con predominio de la coreografía acompañada de música, canto y declamación. Los actores desarrollaron la trama con un ritmo trepidante, físico y agresivo hasta recordar la gimnasia circense, y consiguieron transmitir esa tensión dramática al espectador hasta el punto de dejarnos extenuados en nuestros asientos. Los cantos y bailes rituales de las bacantes, la música, el atrezo y vestuario, los juegos de luces, todo contribuyó a crear esa atmósfera fantasmagórica y esotérica de los misterios y ritos dionisíacos.
          La trama argumental representa el enfrentamiento entre Dionisos que simboliza la parte instintiva del ser humano, sus pasiones, el subconsciente, la fantasía y hasta la locura, y el rey Penteo que representa la racionalidad, la lógica, el poder y las leyes. En resumen, el conflicto que provoca esa dualidad de la naturaleza humana.
      La actuación de los actores del grupo sevillano Sennsa Teatro Laboratorio fue magnífica. Creo que dejó satisfechos a los amantes de la tragedia clásica, pero incluso los que no lo son quedaron impresionados.
       La obra tiene muchos aspectos destacables que analizar, y la representación merece un comentario más amplio, pero una cierta sobrecarga de eventos culturales en corto periodo de tiempo me obliga a ser sucinto.

martes, 20 de septiembre de 2016

LA LOCA DE LA CASA. Rosa Montero

La idea de mestizaje parece ser una de las pautas que definen el panorama literario actual. Y como la novela sigue siendo, por muchas razones, el género mayoritariamente preferido del público, la creación literaria tiende a introducir  dosis de ficción o técnicas de la narrativa en otros géneros considerados más serios. Surgen así nuevos subgéneros como la historia novelada - no confundir con novela histórica- o la biografía novelada. Muchos autores hablan de explorar los difusos límites entre ficción y realidad, pero yo sospecho además la intención de atraer y asegurar el éxito editorial. Esto no supone de mi parte una valoración negativa y no defiendo, desde luego, la estricta separación entre géneros, pero a veces me parece detectar cierto interés por suscitar en el lector esa sensación de mezcla o mestizaje  literario.
La obra que comento hoy, puede ilustrar esa impresión personal. La sinopsis promocional de contraportada comienza con la siguiente frase: “Este libro es una novela, un ensayo, una autobiografía”. De inmediato nos viene a la mente un nuevo subgénero, real o ficticio, el ensayo novelado. Pero si repasamos y profundizamos en el concepto de ensayo, como obra de reflexión subjetiva sobre un tema, generalmente humanístico, tratado con estilo literario, de forma no sistematizada, abierto a lo anecdótico y a la divagación, comprenderemos que este género puede incluir en sí mismo aquellos aspectos narrativos o autobiográficos. Sin embargo, el lector medio suele tener una idea de ensayo muy próxima al tratado o la disertación, subgéneros didácticos emparentados con el primero pero bastante más graves y objetivos, y por tanto menos o poco amenos.
Tampoco debe extrañar que Rosa Montero (1951) haya escrito este libro, sea cual sea la etiqueta que lo clasifique. A fin de cuentas su propia carrera literaria es híbrida. Muy popular y valorada por sus artículos de prensa en El País -otra modalidad de ensayo-, que alterna con  una considerable producción narrativa entre la que destaca su novela más conocida, La hija del caníbal. Esa dicotomía entre periodismo y ficción literaria la resuelve en esta obra  cuando declara su predilección por la segunda.
La loca de la casa (2003) es un libro con vocación y voluntad  meta-literaria. Así se reconoce cuando en la introducción la escritora, que es narradora en primera persona, manifiesta su intención de escribir sobre “el oficio de escribir”, es decir, literatura sobre literatura. A partir de ahí despliega sus reflexiones en torno a la creatividad narrativa como vínculo que une la fantasía con la realidad, el caos y la locura con la razón. La imaginación -la loca de la casa, en palabras de Santa Teresa- es la premisa básica de la ficción novelesca, y la inspiración (las Musas, o el daimon) es el desencadenante, autónomo e inconsciente, del impulso creativo. El pensamiento de la autora se recrea en aspectos tales como el paralelismo entre pasión amorosa y literaria, ambas fruto de una locura pasajera; la literatura como deseo de trascendencia o como  expiación y  purificación de culpas; o las relaciones entre locura y literatura. Y de lo   metafísico deriva hacia aspectos más pragmáticos, como el proceso de elaboración de una novela; la difícil relación del escritor con el poder; el fracaso literario y las imposiciones del mercado editorial; la figura de la esposa del escritor, y otras muchas cuestiones. Rosa Montero ilustra  estas reflexiones con sus propias experiencias y anécdotas de otros escritores. Nos cuenta su obsesión por los enanos, trasunto de sus carencias y enfermedades de la infancia, y curiosidades como la vanidad de Italo Calvino o la sumisión de Goethe a sus patronos, los duques de Weimar. Rechaza el sexismo en la literatura y las dificultades de las mujeres escritoras pero no evita destacar la diferente sensibilidad narrativa ligada al género. Encontramos también numerosas referencias a lecturas que la impresionaron o sirven de ejemplo a sus opiniones. Pero es en el terreno de lo personal, donde la escritora nos previene sobre la irrealidad de lo autobiográfico, porque las traiciones de la memoria, lo evanescente de los recuerdos, o el interés del escritor por mejorar la propia imagen, tienden a difuminar los límites entre lo vivido y lo imaginado.
El estilo es libre y no sistemático aunque presenta ideas recurrentes que aportan cohesión a la exposición. El lenguaje es directo y sin artificio lo que suma amenidad sin restar profundidad. Las alusiones a obras como Ensayo sobre la tolerancia de Voltaire, Las Guerras Judías de Flavio Josefo, o un cuento de Marguerite Yourcenar, no son florituras eruditas sino precisas y pertinentes al relato expositivo, y su intención divulgativa no desorienta al lector. Algunas historias, como la de Humboldt y el loro de los atures, superan lo ilustrativo y rayan en lo poético.
En fin, en mi opinión se trata de un estupendo ensayo que se lee con facilidad. Los lectores que escribimos, aun sin ser escritores, podemos sentir y compartir muchas de esas reflexiones en torno a la narrativa. Muchos pensamos lo mismo pero no lo sabemos expresar adecuada o bellamente con palabras. Esa es la dificultad y la grandeza del oficio de escribir.

domingo, 4 de septiembre de 2016

LA MARCHA RADETZKY. Joseph Roth

El autor de esta novela  se consideraba a sí mismo parte de la literatura alemana desterrada, integrada por autores que vivieron en el periodo de entreguerras europeo y fueron proscritos en su patria. A ese grupo perteneció también su amigo Stefan Zweig (1881-1942) y la biografía de ambos escritores presenta notables similitudes en esa dramática época. 
Joseph Roth (1894-1939) era austriaco y de origen judío como aquel. Vivió del periodismo y alcanzó en esta especialidad bastante consideración en Viena y Berlín. Su producción literaria fue extensa pero con la llegada del régimen nazi tuvo que exiliarse y sus libros fueron prohibidos y quemados públicamente. El mundo de su juventud se hundió con la Gran Guerra y su prematura muerte, durante la primavera de 1939, le evitó ser testigo de la nueva hecatombe europea que se puso en marcha en el otoño de ese mismo año. Aunque nació en Ucrania siempre se consideró ciudadano austrohúngaro y escribió en alemán. En su juventud simpatizó con el socialismo pero también fue firme defensor de los Habsburgo y en su madurez se convirtió al catolicismo por nostálgica fidelidad a esa monarquía. Se dice que a su funeral acudieron judíos y católicos, monárquicos y comunistas, lo que prueba un carácter abierto y tolerante. Su tumba en París tiene un sencillo epitafio: “écrivain autrichien mort à París”. En fin, su obra literaria fue reconocida de forma póstuma pero, como en el caso de Stefan Zweig, progresivamente olvidada.
La marcha Radetzky (1832) es la obra más conocida de Joseph Roth. El título, que se refiere a la famosa composición de Johann Strauss (padre), aparece con frecuencia a lo largo del relato y creo que tiene un doble simbolismo, el esplendor de un mundo y también su ocaso. El propio mariscal  Radetzky representó el canto de cisne del ejército austriaco, sus últimas victorias en el siglo XIX y el frustrado intento de modernizarlo, con fatales consecuencias a principios del XX.  
          La novela cuenta la historia de los últimos cincuenta años del Imperio Austro-húngaro a través de los Trotta, una humilde familia eslovena encumbrada a la nobleza gracias al abuelo, el héroe de Solferino; un teniente de infantería que salvó la vida del joven emperador Francisco José I en esa batalla. La suerte de tres generaciones de esa saga familiar corre paralela a la de la monarquía vienesa que, amparada en la tradición, la disciplina y la rigidez burocrática, es incapaz de adaptar sus estructuras a los nuevos tiempos y asiste impasible a la progresiva desintegración de su imperio multinacional, acelerada por el auge de los nacionalismos y la revolución social. Las vicisitudes de los Trotta  nos introducen en un mundo aristocrático de lujo, valses y brillantes uniformes militares, que todos conocemos por las películas de Sissi. Una sociedad, deslumbrada por falsos oropeles y refugiada en anticuados códigos de honor, que contempla con ignorante naturalidad el servilismo y miseria de los campesinos, la agitación del incipiente movimiento obrero, la tendencia separatista de las distintas etnias, o el resurgir de la xenofobia antisemita.  El reflejo de esa inconsciencia suicida queda patente en el episodio del baile de gala en el que se anuncia el asesinato de Sarajevo, acogido con estupor y eufórico ardor guerrero por los caballeros y con aturdimiento sembrado de malos presagios, por parte de las damas. Una escena muy parecida, que todos conocemos, se desarrolla en el baile de los confederados, una de las primeras en la película Lo que el viento se llevó.
          La trama argumental está muy bien elaborada y se desarrolla de forma armónica  hasta el dramático desenlace que sospechamos y deseamos al mismo tiempo como colofón. Porque la desaparición de un mundo y de una forma de vida, envueltos en auras de épico romanticismo, debe tener una resolución trágica. Sin embargo el escritor no abusa de ese efecto; la historia trascurre de forma natural e inexorable hacia el lógico final, en algunos momentos, hay que decirlo, con cierta lentitud y falta de tensión. El lenguaje es elegante y directo, oscilante entre lo nostálgico y la ironía. El narrador es omnisciente y utiliza la tercera persona. En solo una ocasión parece tomar protagonismo, quizás sea la propia voz del autor, y se dirige al lector con reflexiones personales, desde un  tiempo futuro a lo narrado, cuando habla de los cambios sociales posteriores a la guerra. El único personaje histórico, el emperador Francisco José, participa como protagonista en varios momentos de la acción. Se dice que esta técnica fue novedosa en cuanto a la novela histórica pero no puedo asegurar si es cierto.
En resumen, se trata de una buena lectura, amena y con interesantes aspectos divulgativos, algo importante en este subgénero literario que actualmente no pasa por buen momento, por saturación de títulos y escasa calidad de los mismos.
          Comentaré por último algo anecdótico. La portada del libro es un pequeño desastre por culpa de ese “Oficial de cazadores a caballo de la Guardia Imperial, a la carga” (Théodore Géricault-1812), una imagen perteneciente a las guerras napoleónicas. No puedo dejar de hacer esta aclaración, a riesgo de resultar pedante, porque en una novela histórica este anacronismo tiene su importancia y no debe ser pasado por alto. En lo  relacionado con la Historia, se debe intentar la precisión. No todo vale y no conviene mezclar churras con merinas.