martes, 28 de marzo de 2017

DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE. Susanna Tamaro

Susana Tamaro (1957) es un ejemplo más de aquellos escritores que, a pesar de contar con una considerable producción narrativa, quedan asociados a una sola obra. Donde el corazón te lleve (1994) fue su quinta  novela y tuvo un éxito fulminante que la catapultó a la fama y la sostuvo en el candelero mediático durante la década de los noventa. Se dice que fue traducida a 35 idiomas y que solo en España vendió más de un millón de libros. Después ha  publicado hasta 21 novelas  pero sólo ésta relaciona  título y autora en la memoria de los que aún no habíamos tenido contacto con su obra literaria. Ahora, tras haberla leído, y sin excluir el relevante papel del marketing promocional, creo entender mejor las razones de su estupenda aceptación.
En relatos como éste, con una trama argumental de escasa complejidad, es preferible recurrir a la breve sinopsis editorial para describir sus elementos esenciales: “Viendo inminente el final de su vida, Olga decide escribir a su nieta Marta una larga carta para dejar constancia de lo que ninguna de las dos ha sabido ni decir ni escuchar. Aunque nunca llega a enviársela, por la carta conocemos la historia de la familia y las heridas que nunca cicatrizaron”.
Se trata pues de una novela epistolar, en segunda persona, intimista, emotiva y algo triste, en la que la protagonista desnuda su alma y nos descubre sus sentimientos más profundos, aquellos que nunca se expresaron y causan dolor, los errores que cometió, irreparables pero  asumidos. En esa especie de memorias, trasciende la sensación de soledad y amargura pero también la esperanza y la autoafirmación, más aún,  el poder de la palabra como elemento expiatorio y liberador. En el relato abundan las reflexiones en torno a los recuerdos, el destino, el sentido de la vida y la muerte, o el amor, expresadas en frases sencillas y rotundas que apelan directamente a nuestra propia emotividad. Naturalmente los sentimientos son patrimonio común del ser humano, pero suelen manifestarse o exteriorizarse de forma diferente según el sexo. Por eso creo que esta novela, escrita y protagonizada de forma exclusiva por mujeres, conecta mejor con la sensibilidad femenina, aunque todos podamos sentir pulsados nuestros resortes sensibles.
Hay sin embargo una idea con la que no estoy de acuerdo, que la escritora pone en boca de la protagonista con cierta insistencia. Opina ésta, que debemos anteponer los sentimientos, centrados simbólicamente en el corazón, frente a la razón. Esta dualidad entre lo racional y lo emotivo, herencia cultural de antiguas filosofías (véase Platón y otros), creo que está hoy totalmente superada y,  en la mente humana, razonamiento y emociones son dos elementos inseparables e interactivos. La misma protagonista desmiente esta idea de primacía emocional cuando al describir, analizar e incluso juzgar sus propios sentimientos, no hace otra cosa que racionalizarlos. Tampoco puedo aceptar como categórica la conclusión final que nos remite al título: “…escucha tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve”. Sin duda es una idea romántica, sobre todo aplicada al sentimiento más apasionado, el amor. En nuestra elección al respecto, todos admitiremos haber sido arrastrados por el corazón, y en muchas ocasiones lamentaremos después no haberle aplicado una pequeña dosis de razonamiento.
En conclusión, una novela interesante y discutible en su contenido. Poco que comentar en cuanto a recursos literarios. Con la intensidad emotiva necesaria para agradar a un amplio sector de lectores, que sin duda se sentirán aludidos e identificados con sentimientos que nos son comunes. 


jueves, 16 de marzo de 2017

EL DÍA DE LA LECHUZA. Leonardo Sciascia

De este escritor se ha dicho que fue la conciencia crítica de Italia, porque toda su obra narrativa es una continua denuncia de la corrupción política y de la violencia mafiosa. Yo añadiría que, por sus reflexiones éticas y la clara percepción del carácter siciliano, fue también la conciencia literaria de su tierra. En Sicilia nació y vivió la mayor parte de su vida Leonardo Sciascia (1921-1989). Fue maestro y simpatizó con el partido comunista aunque mantuvo cierta independencia en cuanto a militancia. Tras dejar la enseñanza se dedicó al periodismo y la literatura y, cuando alcanzó fama y reconocimiento público, estuvo en política y fue elegido diputado europeo, diputado al congreso italiano e integrante de la comisión de investigación sobre el asesinato de Aldo Moro.
La obra narrativa de Leonardo Sciascia ha de ser entendida en un contexto histórico concreto. Un periodo de la política italiana conocido como los años de plomo, comprendido entre las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Años de caos político en el que se sucedían los gobiernos en cuestión de días; de violencia callejera protagonizada por grupos terroristas extremistas cuya finalidad última tendía a derrocar un orden institucional capitalizado por partidos corruptos, encabezados por la democracia cristiana, e infiltrado por asociaciones parásitas como la mafia.
En su primer libro, Las parroquias de Regalpetra (1956), un relato realista y autobiográfico, el escritor siciliano mostraba ya las que serían las claves éticas y los temas de toda su obra narrativa posterior; la derrota de la razón y las víctimas de esa derrota; la religiosidad mítica popular y la miseria; la corrupción política, la necedad de los líderes y la mafia. Y todo lo anterior, visto desde la perspectiva de un siciliano escéptico y humanista, crítico pero comprensivo y compasivo, al que se le podría aplicar -sí existe tal vocablo- el concepto cualitativo de sicilianidad. Porque no es casual que casi todas sus obras estén ambientadas en Sicilia, y nadie como él ha sabido describir esa especie de sentimiento mafioso del pueblo siciliano, construido y basado en la desconfianza ancestral hacia el poder político y la justicia del Estado, con la argamasa del miedo y la ley del silencio.
El día de la lechuza (1961) fue la primera novela de Sciascia sobre la mafia y también la primera de sus novelas policiacas. A esta siguieron otras muchas, entre las cuales tuve ocasión de leer dos más, Todo modo (1974) y El caballero y la muerte (1988). En efecto, el relato comienza con el asesinato de un pequeño constructor, Salvatore Colasberna, en la plaza de un pequeño pueblo siciliano, en pleno día y ante multitud de testigos que desaparecen o no han visto nada. El capitán de los carabinieri, Bellodi, natural de Parma y poco familiarizado con las costumbres sicilianas, inicia una investigación sujeta a principios de profesionalidad e ideales de justicia. Con paciencia y dificultad va desentrañando una trama con repercusiones económicas que parece implicar incluso a las altas instancias políticas. El desenlace supone el triunfo de la racionalidad policial pero también su previsible derrota ante un poder que, como un cáncer, infiltra y corrompe a la sociedad siciliana.
La trama discurre tensa e interesante pero no debemos esperar el tipo de acción a la que estamos acostumbrados en las historias de mafiosos americanos. Nada de metralletas, ni cabezas de caballo entre las sábanas, al estilo de El Padrino. La mafia siciliana, sin renunciar al asesinato, es más sutil en la extorsión y el chantaje como medios de conseguir sus fines, amparada en una sociedad que por miedo o complicidad la oculta de miradas indiscretas. Conforme avanza el relato nos damos cuenta de que el caso policíaco es sólo una excusa para ilustrar las reflexiones del narrador, a veces expresadas a través de los comentarios y pensamientos de los protagonistas. Así comprendemos mejor la desconfianza de los sicilianos hacia los continentales, que les lleva a refugiarse en la familia (en sentido contractual) y en sus propios códigos de conducta. En particular la reflexión, de sentido metafórico, sobre los cornudos sicilianos, nos aproxima al sentimiento de un pueblo que a lo largo de su historia ha sido continuamente explotado por poderes extranjeros. En el plano histórico, las alusiones a Cesare Modi o la república de Saló, nos hablan de la paradójica relación entre mafia y fascismo o de la democracia cristiana como refugio de antiguos fascistas. Los comentarios sobre la ópera Cavallería rusticana, de Pietro Mascagni, nos ayudan a entender los códigos de honor, la religiosidad, el sentido fatalista y trágico de la vida que configuran el alma siciliana.
En fin, la novela  trasciende lo puramente policíaco, es profunda y rica en matices, no solamente en el contenido sino en el planteamiento estético. En algunos momentos el estilo es irónico con toques de humor. Como ejemplo de esto último, la historia del médico que recibe una paliza por encargo de la mafia y después recurre a la misma mafia para vengarse de los sicarios.
En las notas finales el escritor destaca el verdadero objetivo de la novela, que no es otro que denunciar el fenómeno de la mafia en un momento, principio de los años 60, en que el gobierno italiano se empeñaba en ignorarla, o incluso la negaba con hipocresía, cuando ya era clara la implicación de los políticos. En ese apéndice la define como:“una burguesía parasitaria, una burguesía que no emprende sino que solamente explota” y la despoja así de esa aureola romántica que otro tipo de literatura y las versiones cinematográficas le han dado.     

martes, 7 de marzo de 2017

ENSAYO SOBRE LA CEGUERA. José Saramago

Casi todos sentimos cierta preferencia por escritores concretos, aquellos que mejor sintonizan con nuestra sensibilidad o modo de pensar. Esos autores favoritos dicen mucho de nosotros, y de alguna manera nos definen como lectores. Quizás por eso nos alegramos al coincidir en gustos con personas afines y, en cambio, sentimos cierta inquietud al compartirlos con aquellos que nos caen mal. 
José Saramago (1922-2010) ingresó en mi particular lista de escritores predilectos cuando, hace bastantes años, leí  Historia del cerco de Lisboa (1989) y quede impresionado por su forma de narrar. Desde entonces he leído más de la mitad de sus novelas que, con distinto grado de intensidad, siempre me han enganchado. No sabría explicar con  precisión las razones de esa afinidad, pero me sumo a las que dio la Real Academia Sueca cuando, al concederle el Nobel en 1998, destacó su capacidad para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”. De la biografía del autor portugués llama la atención su carácter de escritor tardío que, partiendo de una formación autodidacta y superando condiciones adversas, consigue fama y reconocimiento en una edad muy madura. También su utópica idea pan-ibérica, basada en una identidad cultural común a españoles y portugueses, que ha defendido en entrevistas y abordó en su novela La balsa de piedra (1986). Quizás por esto último no ha sido aceptado de forma unánime en su país. Tampoco ayudó su ateísmo públicamente reconocido, ni su militancia política comunista. En particular su novela El Evangelio según Jesucristo (1991) provocó el escándalo entre los círculos católicos y conservadores de Portugal. En fin, con Saramago se cumple aquello de “nadie es profeta en su tierra”.
Ensayo sobre la ceguera (1995) es una de sus obras más conocidas. El título, que no es casual sino preciso, parece indicar una aparente contradicción entre dos géneros literarios que no es tal. Es indudable que se trata de una ficción narrativa, con la estructura argumental típica, exposición, nudo y desenlace, de una novela. Pero en este caso, el narrador omnisciente, que puede ser  la voz del propio escritor, tiene un papel decisivo porque, al tiempo que nos cuenta la historia, introduce sus propias reflexiones en torno al fenómeno de la ceguera, las sensaciones que produce, las reacciones psicológicas de los afectados, y sobre la naturaleza humana en general. Esas impresiones subjetivas trascienden el relato y nos obligan a pensar que haríamos puestos en esa situación, y todo eso queda implícito en el concepto de ensayo.
El argumento es sencillo, una extraña e inexplicable epidemia de ceguera blanca afecta progresivamente a la población. El relato se centra en unos pocos personajes que son aislados en cuarentena en un antiguo manicomio. A ninguno se le da nombre propio sino que son descritos por sus cualidades o rasgos; el  médico, el primer ciego, la joven de gafas oscuras o el niño estrábico, y esto paradójicamente no los despersonaliza sino que acentúa sus rasgos individuales. Entre ellos destaca como principal, la mujer del médico, la única que no está ciega, auténtica personificación de la generosidad  y solidaridad humana  y  válvula de escape en las tensiones que se generan, que tienen la virtud de implicar al lector emocionalmente hasta el punto de sentir cierto grado de angustia. La historia alcanza un intenso clímax dramático y después avanza y nos da un relativo respiro hasta el brusco desenlace.  La trama pone de manifiesto todo tipo de vicios y virtudes del ser humano en situaciones extremas; el egoísmo, el afán de sobrevivir a toda costa, la satisfacción de los instintos más básicos, pero también el generoso sacrificio y el amor. El narrador no juzga a los protagonistas sino que, sin justificarlos, extiende sobre ellos esa mirada compasiva que antes se citaba.
El lenguaje es claro y sencillo, abundante en refranes y dichos populares. Destaca la ironía pero siempre en un tono amable. El relato destila un cierto humor agridulce cuando pone de manifiesto las paradojas del lenguaje corriente en torno a la ceguera y la visión. Las frases siguientes, dichas por los personajes ciegos, pueden ilustrarlo bien: “una epidemia de ceguera es algo que nunca se ha visto”, o “no voy a recetarle nada, sería recetar a ciegas”.
La novela es en realidad una parábola sobre la sociedad actual, sobre lo que disfrutamos y no valoramos. Se trasciende la ceguera en su significado puramente físico para incidir en otros tipos de ceguera, la ignorancia o la inmoralidad entre otras. Lo que el escritor quiere decirnos puede resumirse en dos frases. La primera en el prólogo: “Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara” (Libro de los Consejos). La segunda la dice un personaje en el epílogo: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que, viendo, no ven”.
En resumen, una magnifica novela, de las que atrapan al lector y le hacen pensar. Sin duda una de las mejores de Saramago.