jueves, 26 de abril de 2018

EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE. Robert Louis Stevenson


La vida de Robert Louis Stevenson (1850-1894) fue corta pero intensa y con matices biográficos que nos recuerdan vivamente a otros artistas y escritores del periodo romántico. Una constitución física enfermiza; infancia atormentada y un carácter impresionable; afectado por la tuberculosis desde muy joven; viajero impenitente en busca de balnearios o  climas favorables a su enfermedad, y una muerte prematura, en la exótica isla de Samoa, que acrecentó su carácter de mito literario.
La producción del escritor escocés es amplia e incluye narrativa, ensayo, libros de viajes y poesía, pero ha pasado a la historia de la literatura como uno de los creadores de la moderna novela de aventuras, y es básicamente recordado por tres títulos muy populares: La isla del tesoro (1883), La flecha negra (1888) y ésta que hoy nos ocupa, probablemente la novela del autor más versionada a teatro, cine y televisión. Y quizás sea por el agotamiento que produce lo tantas veces visto, que no la he leído hasta ahora, mientras que las dos primeras integraron mis lecturas de juventud.
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886)  fue un éxito editorial ya en el mismo año de su publicación casi simultánea en Reino Unido y en los Estados Unidos. Desde su aparición quedó envuelta, deliberadamente o no, en un aura de misterio pues los familiares de Stevenson aseguraron que la escribió de corrido en sólo tres días, tras despertar de una pesadilla nocturna. Aludiendo a su título podemos decir que se trata de un extraño relato que no se deja encuadrar claramente en el género de aventuras al que pertenecen los otros dos títulos ya citados. Para ser una novela de entretenimiento ha sido muy analizada por la crítica literaria y se ha dicho que es una alegoría moral o religiosa, un novela psicológica, se la ha clasificado en el género  policíaco y en la  novela gótica o de terror. Incluso se ha definido como ciencia ficción ya que el protagonista desdobla su personalidad gracia a una mezcla de drogas.
Ciertamente la obra participa, en distinta proporción, de todos esos géneros y, en mi opinión, hay diferencias significativas entre la novela y sus versiones audiovisuales. En efecto, en la primera, escrita en diez capítulos, los nueve primeros están narrados por un personaje, el abogado Utterson, amigo del Dr. Jekyll, que describe en tercera persona su indagación en torno a las misteriosas apariciones y desapariciones del misántropo y odiado Mr. Hyde. Y lo hace en el más puro estilo policíaco de la escuela inglesa (Agatha Christie, A. Conan Doyle), es decir, mediante el análisis empírico de las pruebas y las pertinentes deducciones, en una trama complicada que sólo al avanzar muestra elementos terroríficos propios de la novela gótica. En el capítulo final es el protagonista, el Dr. Jekyll, quien toma la palabra, a través de cartas póstumas, y nos aclara su personalidad desdoblada, en un entorno de consideraciones morales entre las que destaca el dualismo maniqueo del alma humana, el conflicto interno entre el bien y el mal, y la ambición como la causa de ese desdoblamiento en el que poco a poco predomina la lujuria y el vicio sobre la razón, los vicios privados sobre la virtud pública; en fin unos temas éticos muy propios de la época victoriana. En resumen, la novela es una trama principalmente policíaca con elementos góticos, que pretendía mantener la intriga del lector decimonónico hasta el final.
En cambio las versiones audiovisuales que todos conocemos son bien distintas. Para empezar, en casi todas se abrevia el título en Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Y esto no es casual porque ya no se trata de un extraño caso a investigar sino que, obviando ese aspecto fundamental, nos muestran directamente la monstruosa transformación del protagonista. En ellas desaparece el matiz policíaco y se convierten en películas de terror. Y con la desaparición del suspense también decae el interés del espectador actual por la lectura de la novela.
De cualquier forma, esta narración corta merece ser leída porque nos muestra aspectos muy característicos y hasta curiosos. Analizada  en su estilo literario, destacan los elementos propios del romanticismo, pero en algunas descripciones se insinúan otros más típicos del realismo naturalista que le sucedió. Así, el detalle minucioso de los elementos químicos que componen la pócima elaborada por Jekkyll  nos indica el interés de los literatos del XIX por la experimentación que dio lugar a importantes avances científicos, paralelos a la revolución industrial de ese siglo. En cuanto a la descripción de los rasgos perversos y viciosos de Mr.Hyde, parecen muy influenciados por la fisiognomía, una pseudociencia, muy de moda en esa época, que pretendía conocer el carácter de una persona, incluso adivinar sus vicios, a través de su constitución, su aspecto físico y principalmente de sus rasgos faciales.
Para terminar, una gran novela y un claro ejemplo de cómo el cine  puede llegar desalentar o arruinar una  lectura interesante.  

                          Un cartel de la década de 1880


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