lunes, 21 de mayo de 2018

EL HOMBRE DE ARENA. E.T.A. Hoffmann


A finales del XVIII, el romanticismo asumió entre sus principios la exaltación de lo sentimental, de lo irracional e instintivo, en clara oposición al racionalismo de la Ilustración. En este nuevo contexto literario, junto al dramatismo y lo épico, los relatos se impregnan de seres misteriosos, de visiones sobrenaturales e intervenciones diabólicas, y todo ello propició la aparición de un nuevo género narrativo; la novela de terror gótico, así llamada porque los relatos se ambientan en castillos y monasterios medievales. No es casual que la considerada primera novela gótica, obra de Horace Walpole, se titule precisamente El castillo de Otranto (1765).
A los escritores ingleses, los pioneros del género, le sucedieron otros muchos, franceses y alemanes, y entre ellos quizás sea E.T.A.Hoffmann (1776-1822) el más representativo de la narrativa gótica. Este autor prusiano, como otros románticos, tuvo una vida corta y agitada. Una infancia muy influenciada por prejuicios religiosos impuestos en su educación. En la juventud compaginó su trabajo como abogado con las más diversas tareas; director y tramoyista de teatro, director de orquesta, compositor musical y escritor. Su novela  más famosa y oscura es sin duda Los elixires del diablo (1815), con ella alcanza la fama literaria, y a partir de entonces se da a todo tipo de excesos que le hacen enfermar de alcoholismo y sífilis, que finalmente lo conducen a una muerte precoz.
La influencia de Hoffmann fue decisiva en escritores posteriores, entre otros Edgar A. Poe, el gran maestro  del género de terror. Sus composiciones musicales pasaron desapercibidas para los músicos de la época. Por contra, sus personajes literarios inspiraron a músicos famosos, tales como Wagner, Bellini o Donizetti. Particularmente Jacques Offenbach, en su ópera Los cuentos de Hoffmann, lo hizo protagonista de sus propios relatos de terror, entre otros del que hoy comentamos. También el compositor francés Leo Delibes utilizó este mismo cuento para su ballet Copelia. Para recalcar esta influencia literaria en lo musical, señalar que su relato El cascanueces y el rey de los ratones se hizo famoso gracias a su inclusión en el libreto del ballet Cascanueces de Tchaykovski.
El hombre de arena es el cuento más célebre de E.T.A Hoffmann. Fue publicado en 1817, incluido en una colección titulada Cuentos nocturnos (Nachtstücke), y está considerado como el más representativo de este género también conocido como romanticismo negro. Más que un cuento, es por su estructura, dividida en capítulos, una novela breve.
Es bastante original en cuanto a técnica narrativa. Los tres primeros capítulos tienen forma epistolar y los narradores se dirigen a los interlocutores en segunda persona. En dos de las cartas el protagonista, Nataniel, cuenta sus terrores infantiles centrados en la pesadilla del hombre de arena, un ser monstruoso que arranca los ojos a los niños que no quieren dormir. También su obsesión por la muerte del padre, supuestamente asesinado por un personaje con tintes diabólicos, el abogado Coppelius, al que encuentra años más tarde, con el nombre de Coppola. La segunda carta es de Clara para Nataniel. Frente a los obsesivos  e irracionales terrores de éste, Clara representa la racionalidad empeñada en encontrar explicaciones lógicas a los delirios de su prometido. En el último capítulo es un narrador, compañero de estudios de Nataniel, el que cuenta, en tercera persona, su desgraciada historia. Puede ser el propio escritor porque, en un ejercicio metaliterario, se dirige al lector para explicar el planteamiento narrativo del relato, cuyo objetivo reconocido es acaparar la atención desde el principio.
Las cartas operan como antecedente expositivo y después es el  narrador testigo el que desarrolla la trama argumental cuando enfoca la acción sobre Nataniel y su amor por Olimpia, una autómata a la que percibe como una mujer real, y la sucesión de acontecimientos que conducen al desenlace.
El relato no está exento de ambientes misteriosos ni elementos simbólicos siniestros, como la imagen recurrente de los ojos arrancados – Freud la analizó e interpretó como miedo a la castración-, ese fantasma de la infancia que retorna en Olimpia. El elemento diabólico está representado por Coppelius y Coppola (¿dos personajes o personalidad desdoblada?), descritos con rasgos físicos perversos. La alusión a los experimentos alquímicos refuerza la sensación de misterio, pero el tema central de la historia es el autómata, esa máquina animada, e inánime, que imita los movimientos humanos. En la época del escritor, la construcción de estos artificios, antecedentes de nuestros robots, alcanzó la máxima perfección gracias al desarrollo de los mecanismos de relojería. En su momento representaron el esfuerzo científico por reproducir el comportamiento de los seres vivos. En sentido simbólico, el autómata es creado por el hombre, que intenta, sin conseguirlo, alcanzar la perfección de la creación divina.
A pesar de todos los elementos inquietantes y misteriosos, las pesadillas y la ambientación, en ocasiones siniestra, lo que destaca en el relato es más bien un tipo de terror psicológico. Nataniel desde su infancia vive agobiado por una sensibilidad enfermiza que le lleva a una  distorsión de la realidad acuciada por imágenes fantasmagóricas. En medio de su obsesivo e idealizado amor por Olimpia presenta episodios de delirios paranoicos que, a la luz de antiguas creencias, pudieran entenderse como posesiones diabólicas, aunque el propio escritor, más racionalista que su personaje, los atribuye a  demonios interiores del mismo. En otros momentos recupera la razón y se refugia en Clara. En fin, presenta lo que hoy podríamos calificar como brotes esquizofrénicos y en uno de ellos se precipita hacia su trágico final. El que corresponde a un auténtico héroe romántico con todos sus estigmas distintivos: sensible y enfermizo, idealista y poético, angustiado y dramático.
           

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