La novela negra es un subgénero literario ideal para el verano. Y es que el calor produce con frecuencia cierto grado de embotamiento mental y tendencia al sopor, situación nada apropiada para iniciar la lectura de literatura más profunda. En esas tardes estivales de persianas bajadas, habitaciones en penumbra y zumbido del ventilador o del aire acondicionado, nada mejor que una buena hamaca, un refresco con poco alcohol, y una novelita policiaca de fácil digestión pero con el suficiente nivel de intriga para mantenerte interesado y despierto, evitando así una “siesta” prolongada.
Con este ánimo de refrescante entretener y pasar las agobiantes horas de la canícula, inicié la lectura de “El Observatorio” de Michael Connelly, un autor norteamericano especialista en este tipo de novela, que se dice admirador de Raymond Chandler y que, al igual que éste, ha creado su propio personaje, el detective Harry Bosch de la policía de Los Ángeles, nombrado así en recuerdo del pintor holandés Hieronymus Bosch que nosotros conocemos como “el Bosco”. A partir de aquí hay que decir que ese es todo el parecido de Connelly con el genial maestro antes mencionado. Superficial donde Chandler es profundo, nada de la denuncia social de éste, nada de su estilo cuidado ni de su característico ingenio. El detective Philip Marlowe duro, cínico, e irónico mereció grandes versiones cinematográficas y fue interpretado a la perfección por Humphrey Bogart. A su lado el detective Bosch solo es tozudo y obstinado, apenas merecedor de protagonizar una serie de televisión.
El argumento, en trazos generales, es la investigación de un crimen relacionado con el robo de sustancias radiactivas de un hospital, por lo cual se termina convirtiendo en un asunto de terrorismo. En el trascurso de la historia se pone de manifiesto la tradicional enemistad entre las policías locales y la federal (FBI) en Estados Unidos, traducida en celos profesionales, lucha por las competencias y jurisdicción, retención de pruebas y testigos etc.
La trama, en resumen, es entretenida, superficial, y consigue mantener la atención, con el añadido del correspondiente final sorprendente, algo básico en este tipo de literatura. Insisto, una novela ideal para leer casi de un tirón en una calurosa y aburrida tarde de verano.