Hace algunos meses fui admitido en un Club de
Lectura y desde entonces se han modificado sustancialmente muchas de mis
ideas preconcebidas acerca de este tipo de grupos. Y digo esto
porque creía que el principal objetivo
de los mismos era la promoción de la lectura y, con toda modestia y sin
presunción, me considero lector de cierta experiencia a priori no
necesitado de estímulos propiciatorios. Tampoco consideraba importante mi
aportación, porque la lectura es una afición solitaria y no siempre un lector
habitual es capaz de transmitir con acierto sus opiniones sobre lo leído. No sé
si me sobrevaloré en la primera
impresión o me infravaloré en cuanto a
lo segundo, pero mi pensamiento al respecto ha cambiado de forma radical. Ahora
comprendo que la lectura compartida es algo muy positivo porque ofrece una
perspectiva múltiple de la misma que te enriquece en tanto que aporta matices e
impresiones que algunas veces no percibimos de forma individual.
Una
ventaja adicional que ofrece un club de este tipo es la
posibilidad de acceder a obras poco conocidas pero de una gran calidad literaria, y en alguna ocasión la oportunidad de un contacto directo con los
escritores gracias al impulso promotor
de los líderes y miembros del grupo. Esto último ha ocurrido en el caso de la
obra que comento hoy cuyo autor fue tan amable de atender nuestro requerimiento y reunirse con nosotros para
comentar su novela.
Rafael Ballesteros (1938) es un escritor
de avanzada edad que sin embargo transmite una enorme vitalidad. Habla de forma
pausada, piensa lo que dice y dice lo que siente. Su discurso es vehemente y
con cierto tono didáctico, elegante sin afectación, y con estas cualidades
cautiva la atención de los que le escuchan. Su obra publicada incluye poesía, ensayo,
novela y estudios de crítica literaria, pero él se considera ante todo poeta.
En la conversación dejó claro que uno de
los temas que proyecta en su poesía es el amor
como sentimiento que anima al escritor, lo completa, y lo impulsa a la
creación. También su interés por la belleza formal de la composición y la
continua búsqueda de la musicalidad y precisión en el lenguaje literario.
Durante
años el autor malagueño alternó su faceta de
escritor con la docencia como
catedrático de Lengua y Literatura y con
la actividad política como diputado en los principios de nuestra democracia,
cuando los ideales y la ilusión por
fomentar los cambios sociales eran todavía las señas de identidad de
muchos de nuestros políticos. Quizás porque no necesitó vivir de los libros, su
producción literaria, galardonada con
varios premios, no ha sido promocionada en los circuitos comerciales con
las habituales prácticas de mercadotecnia,
lo cual ha reducido sin duda su difusión. Eso explica
que la novela objeto de este comentario haya sido para mí un agradable
descubrimiento que hubiera sido imposible de no estar incluida en el catálogo
de lecturas de nuestro club.
Los últimos días de Thomas de Quincey
(2006) es una biografía novelada o una
novela biográfica, que de ambas formas
puede nominarse este subgénero literario según se valore el balance
entre realidad y ficción narrativa. Lo que llamó la atención de Rafael
Ballesteros sobre este escritor inglés fue su vida de fuertes contrastes y la
originalidad de su obra. Thomas de Quincey (1785-1859) era hijo de una acaudalada familia de la alta
burguesía comercial de Mánchester, de esmerada educación y una gran cultura de base
grecolatina, inteligente y sensible. De carácter altivo y ultraconservador era
al mismo tiempo muy crítico con la
sociedad de su tiempo. Se hizo adicto al opio que utilizó inicialmente con
finalidad analgésica por una fuerte neuralgia que padecía, pero también
apreciaba las ventajas de la droga como estímulo a la creación literaria.
Dilapidó su fortuna y malvivió redactando artículos de crítica literaria para
gacetas. A pesar de los trastornos propios de su adicción murió
a los 74 años, edad avanzada
para su época, y tuvo que asistir a la muerte o desaparición de las mujeres que marcaron
sentimentalmente su vida; sus hermanas durante la infancia; Ann una joven
prostituta que lo cuidó en una escapada de juventud
en Londres; su esposa Margaret
que le dio ocho hijos y sufrió con abnegación su dependencia y sus traumas. Se
le considera un escritor romántico y su
obra es original, con un estilo en el
que predomina la ironía y la subversión de los valores tradicionales de la
burguesía. En muchos aspectos fue un heterodoxo, sufrió cierto rechazo social y
su producción literaria no alcanzó el reconocimiento que merecía, pero su
influencia fue notable en escritores como Poe, Baudelaire, o los
decadentistas.
Rafael
Ballesteros ha construido su novela en base a la propia autobiografía del autor
inglés recogida en Confessions of an
English Opium-Eater, además de abundante documentación en lengua inglesa
ya que en nuestro país es un escritor bastante desconocido. La estructura
narrativa del relato es bastante original
basada en una perspectiva multifocal, la que ofrecen los personajes que más influyeron en su vida,
su madre, su padre, su amante Ann, y su esposa, que nos cuentan en
primera persona sus vivencias y opiniones
sobre el protagonista y los
sucesos que más influyeron en su vida y su carácter, con el contrapunto final de
las reflexiones del propio Thomas de
Quincey que nos ofrece su particular versión en este juego de espejos que es
el armazón con el que se va construyendo un relato que va de menos a más, creciendo en interés conforme avanzamos en la
lectura.
La
novela está escrita en una prosa impregnada de poesía, y el lenguaje es
elegante sencillo y muy cuidado. El perfil psicológico de los personajes está
trazado con minuciosa perfección y más
allá de sus vivencias y emociones, que nos impresionan en ocasiones por la
crudeza y otras por su ternura, ofrecen por añadidura un magnífico retrato social de aquella Inglaterra colonial de la primera revolución industrial.
A lo
dicho se podrían añadir muchos otros aspectos
positivos en la novela, que no destacaré por no alargar el comentario. En mi opinión se trata de una pequeña joya literaria de
esas que se encuentran raramente. También
el feliz descubrimiento de un buen escritor.