Cuando finalizo una lectura, quizás por carácter o formación,
siento la necesidad de encuadrar la obra en uno de los géneros y subgéneros literarios que conozco.
Respecto a los primeros, es relativamente fácil clasificar entre narrativa,
poesía, o ensayo; pero en cuanto a los segundos, es bien conocido que las
modernas corrientes literarias han supuesto la aparición de nuevos subgéneros mezcla de los anteriores, a menudo con
definiciones imprecisas o solapadas, y muchas veces desconocidas para el simple
aficionado. Pues bien, si aplico mi
afición taxonómica a la obra que comento, diré que es sin duda una novela pero intuía en ella
aspectos que rebasan lo puramente narrativo. Para disipar mis dudas recurrí a
los técnicos, filólogos y críticos literarios, que la han clasificado como novela
lírica, un concepto paradójico según el teórico norteamericano Ralph
Freedman que la define como: “un género híbrido que utiliza la novela
para aproximarse a la función del poema”. Para aclararlo, se trata de un
relato en que lo esencial no es la sucesión temporal de acontecimientos y el
conflicto entre los personajes hasta
llegar a un desenlace futuro. Lo
importante aquí es el protagonista cuya sensibilidad, sus sentimientos y
emociones, tiñen todos los estratos de la narración. La realidad narrada pasa a
segundo plano frente a la visión subjetiva de aquel, y se prima el momento íntimo frente al desarrollo histórico
y causal de los hechos en la trama argumental. Son precisamente en estas
premisas donde encaja nuestra novela
como mano en guante.
El escritor
coruñés Manuel Rivas (1957)
es, según parece, un experto en este tipo de historias que destacan lo emotivo y humano de los personajes en el
dramático ambiente de nuestra pasada guerra civil. Ya lo demostró en el relato La
lengua de las mariposas (1996), versionada al cine, con aquella
estremecedora escena final del niño, atenazado por el miedo, que insulta a su
admirado maestro (Fernando Fernán Gómez) cuando lo llevan
camino del paredón cual moderno ecce homo.
El lápiz del carpintero (2002), ha sido
igualmente llevada a la pantalla, espero que en versión favorable porque la
novela lo merece. Es una historia de
amor en tiempos de guerra. La del doctor Da Barca, joven líder
republicano, y Marisa Mallo, hija de una familia de derechas. Parece que
está inspirada en hechos reales y la
trama se desarrolla entre el verano del 36, en el marco de la cruel represión de
los republicanos gallegos, y los primeros años de posguerra. Son varios los narradores que
nos cuentan la historia, siempre en tercera persona y con frecuentes saltos
temporales, lo cual la complica un tanto. En el primer capítulo el narrador es un desmotivado reportero que entrevista en época actual a la pareja de protagonistas ya ancianos. Después
asume el mando de la narración el guardia
civil Herbal, un narrador
testigo que cuenta los hechos
a una tercera persona, también desde un plano temporal reciente. Por fin, un
tercer narrador omnisciente se introduce en los sentimientos y
reflexiones personales del anterior testigo. Esta aparente complejidad se
diluye conforme avanzamos en el relato pero ha de tenerse en cuenta al
comienzo, cuando demanda una mayor atención del lector.
El
doctor Da Barca es el protagonista objetivo porque está en el foco de la
narración, pero en mi opinión el auténtico protagonista es el guardia Herbal. Ambos personajes son
antitéticos; el primero es elegante,
culto e inteligente, con facilidad natural para el liderazgo, generoso y de un
valentía serena que infunde ánimo a los desgraciados que comparten su prisión.
Tan perfecto que parece la alegoría de todas las virtudes. El
segundo, por el contrario, es un resentido social, desertor de la miseria
campesina que se siente seguro en el lado de los vencedores y odia a Da
Barca porque tiene todo lo que él desea, incluido su amor
de juventud. En su testimonio va desnudando sus pensamientos y su alma, todo lo
que condiciona su actuación y su visión subjetiva de los hechos. En su
conciencia anida tanto el odio como la admiración, personificados en dos
personajes a modo de genios, benéfico y
malvado, que le hablan al oído y le hacen oscilar entre la crueldad y la
generosidad. Herbal es más humano, más emotivo en su imperfección y, en
suma, me parece el protagonista que aporta el
componente lírico de la
novela. Un lirismo reforzado por un
lenguaje narrativo cargado de simbolismo, con frecuentes alusiones a la
mitología y leyendas galaicas, como la Santa Compaña, o el Santo dos
croques. Todo ello con un estilo y
una estética muy próxima a la saudade, ese concepto tan gallego como
difícil de definir, mezcla de melancolía, añoranza, pasividad, y fatalismo, en
el que no faltan unos toques de realismo mágico.
La
novela es además un ejercicio de memoria
histórica sobre la guerra civil. Es
verdad que el dramatismo y la crueldad
de muchas escenas son aquí el
contrapunto y la ambientación trágica de una emotiva historia de amor y
su triunfo sobre la desesperanza; pero
no debemos olvidar que las sacas de
presos, la aplicación fraudulenta de la ley de fugas, los juicios sumarísimos,
los fusilamientos reales o fingidos, la miseria de los presos, y la injusta
represión del adversario político, fueron hechos reales que deben ser recordados.
El lápiz
del carpintero es el objeto que aparece en todos los planos temporales de la
narración y actúa como catalizador e hilo conductor entre éstos. Pasa de mano
en mano entre los presos y simboliza el ansia de supervivencia y el alma
colectiva de los mismos también
representada en la idea de realidad inteligente que aparece
recurrentemente en la historia. Se trata de un concepto muy del gusto de Manuel
Rivas. Fue formulado por el patólogo gallego Roberto Novoa Santos
(1885-1933), un personaje histórico que, como otros muchos, aparece de forma tangencial en la obra.
Se trata como dije, de una especie de alma colectiva formada por el
entrecruzamiento de las voluntades y destinos individuales cuyo carácter unitario
y coincidente solo puede ser apreciado desde
la perspectiva histórica que da el paso del tiempo.
En
fin, la novela es corta pero intensa y da pie para extenderse aún más en el comentario. Es preciso dejarlo
aquí por economía de espacio.