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jueves, 23 de octubre de 2014

EL LÁPIZ DEL CARPINTERO. Manuel Rivas

Cuando finalizo una lectura, quizás por carácter o formación, siento la necesidad de encuadrar la obra en uno de los  géneros y subgéneros literarios que conozco. Respecto a los primeros, es relativamente fácil clasificar entre narrativa, poesía, o ensayo; pero en cuanto a los segundos, es bien conocido que las modernas corrientes literarias han supuesto la aparición de nuevos subgéneros mezcla de los anteriores, a menudo con definiciones imprecisas o solapadas, y muchas veces desconocidas para el simple aficionado.  Pues bien, si aplico mi afición taxonómica a la obra que comento, diré que  es sin duda una novela pero intuía en ella aspectos que rebasan lo puramente narrativo. Para disipar mis dudas recurrí a los técnicos, filólogos y críticos literarios, que la han clasificado como novela lírica, un concepto paradójico según el teórico norteamericano Ralph Freedman que la define como: “un género híbrido que utiliza la novela para aproximarse a la función del poema”. Para aclararlo, se trata de un relato en que lo esencial no es la sucesión temporal de acontecimientos y el conflicto entre los personajes  hasta llegar a un desenlace futuro.  Lo importante aquí es el protagonista cuya sensibilidad, sus sentimientos y emociones, tiñen todos los estratos de la narración. La realidad narrada pasa a segundo plano frente a la visión subjetiva de aquel, y se prima el  momento íntimo frente al desarrollo histórico y causal de los hechos en la trama argumental. Son precisamente en estas premisas  donde encaja nuestra novela como mano en guante.
El escritor  coruñés Manuel Rivas (1957) es, según parece, un experto en este tipo de historias que destacan  lo emotivo y humano de los personajes en el dramático ambiente de nuestra pasada guerra civil. Ya lo demostró en el relato La lengua de las mariposas (1996), versionada al cine, con aquella estremecedora escena final del niño, atenazado por el miedo, que insulta a su admirado maestro (Fernando Fernán Gómez) cuando  lo llevan  camino del paredón cual moderno ecce homo.
         El lápiz del carpintero (2002), ha sido igualmente llevada a la pantalla, espero que en versión favorable porque la novela lo merece.  Es una historia de amor en tiempos de guerra. La del doctor Da Barca, joven líder republicano, y Marisa Mallo, hija de una familia de derechas. Parece que está inspirada en hechos reales  y la trama se desarrolla entre el verano del 36, en el marco de la cruel represión de los republicanos gallegos,  y  los primeros años  de posguerra. Son varios los narradores que nos cuentan la historia, siempre en tercera persona y con frecuentes saltos temporales, lo cual la complica un tanto. En el primer capítulo  el narrador es un desmotivado reportero que  entrevista en época actual a la pareja de protagonistas ya ancianos. Después asume el mando de la narración el guardia  civil Herbal, un narrador  testigo  que cuenta los hechos a una tercera persona, también desde un plano temporal reciente. Por fin, un tercer narrador omnisciente se introduce en los sentimientos y reflexiones personales del anterior testigo. Esta aparente complejidad se diluye conforme avanzamos en el relato pero ha de tenerse en cuenta al comienzo, cuando demanda una mayor atención del lector. 
         El doctor Da Barca es el protagonista objetivo porque está en el foco de la narración, pero en mi opinión el auténtico protagonista es el  guardia Herbal. Ambos personajes son antitéticos; el primero  es elegante, culto e inteligente, con facilidad natural para el liderazgo, generoso y de un valentía serena que infunde ánimo a los desgraciados que comparten su prisión. Tan perfecto  que  parece la alegoría de todas las virtudes. El segundo, por el contrario, es un resentido social, desertor de la miseria campesina que se siente seguro en el lado de los vencedores y odia  a  Da Barca  porque  tiene todo lo que él desea, incluido su amor de juventud. En su testimonio va desnudando sus pensamientos y su alma, todo lo que condiciona su actuación y su visión subjetiva de los hechos. En su conciencia anida tanto el odio como la admiración, personificados en dos personajes  a modo de genios, benéfico y malvado, que le hablan al  oído y  le hacen oscilar entre la crueldad y la generosidad. Herbal es más humano, más emotivo en su imperfección y, en suma, me parece el protagonista que aporta el  componente  lírico de la novela.  Un lirismo reforzado por un lenguaje narrativo cargado de simbolismo, con frecuentes alusiones a la mitología y leyendas galaicas, como la Santa Compaña, o el Santo dos croques. Todo ello  con un estilo y una estética muy próxima a la saudade, ese concepto tan gallego como difícil de definir, mezcla de melancolía, añoranza, pasividad, y fatalismo, en el que no faltan unos toques de realismo mágico.
         La novela es además un ejercicio  de memoria histórica  sobre la guerra civil. Es verdad  que el dramatismo y la crueldad de muchas escenas son aquí el  contrapunto y la ambientación trágica de una emotiva historia de amor y su triunfo sobre la desesperanza;  pero no debemos olvidar que las  sacas de presos, la aplicación fraudulenta de la ley de fugas, los juicios sumarísimos, los fusilamientos reales o fingidos, la miseria de los presos, y la injusta represión del adversario político, fueron hechos reales  que deben ser recordados.
         El lápiz del carpintero es el objeto  que  aparece en todos los planos temporales de la narración y actúa como catalizador e hilo conductor entre éstos. Pasa de mano en mano entre los presos y simboliza el ansia de supervivencia y el alma colectiva de  los mismos también representada en la idea de realidad inteligente que aparece recurrentemente en la historia. Se trata de un concepto muy del gusto de Manuel Rivas. Fue formulado por el patólogo gallego Roberto Novoa Santos (1885-1933), un personaje histórico que, como otros muchos, aparece  de forma tangencial  en la obra.  Se trata como dije, de una especie de alma colectiva formada por el entrecruzamiento de las voluntades y destinos individuales cuyo carácter unitario y coincidente solo puede  ser apreciado desde la perspectiva histórica que da el paso del tiempo.
         En fin, la novela es corta pero intensa y da pie para extenderse aún más  en el comentario. Es preciso dejarlo aquí  por economía de espacio.

miércoles, 1 de octubre de 2014

UNA FORMA DE RESISTENCIA. Luis García Montero

Este es mi primer contacto real con la obra de Luis García Montero (1958). Del poeta granadino sólo conocía sus colaboraciones en prensa, en particular artículos de orientación o crítica política que casi siempre me inspiraron algo de recelo, no por oposición ideológica sino por adolecer en mi opinión de cierto radicalismo que me recuerda olvidadas etapas juveniles de mi propia evolución política, algo no  casual si aclaro que somos casi de la misma edad y coincidimos como estudiantes en Granada durante la misma época, los años 70 a finales del franquismo y comienzos de la transición. Mi opinión ambivalente sobre el autor se ha disipado en sentido positivo tras la lectura de este libro.
         En nuestro escritor, poesía y compromiso político son facetas que resultan inseparables en su quehacer literario. No es un caso aislado sino de ilustres precedentes como Pablo Neruda, Miguel Hernández, Luis Cernuda, y otros muchos que sin duda olvido ahora. En especial, Rafael Alberti parece haber sido su principal inspirador y maestro. En los años 80, García Montero se integró, junto a otros poetas granadinos, en un movimiento conocido como poesía de la experiencia. No procede aquí profundizar en el análisis de esta corriente poética y mi información al respecto, meramente divulgativa, tampoco me lo permite. Por lo que deduzco de sus postulados, se trata de renunciar a la parte más personal y subjetiva del poeta y relacionar sus sentimientos en el contexto histórico que vive. En cierta medida el movimiento parece entroncar con otros anteriores como la poesía social de los años 50.
          Una forma de resistencia (2012) me parece una obra a medio camino entre la prosa poética y el ensayo. De la primera no solo es evidente la ausencia de métrica y rima sino esencialmente el objetivo manifiesto de transmitir sentimientos y emociones personales del poeta, además de un estilo con evidente carga poética y un  lenguaje plagado de  símiles, imágenes metafóricas, paráfrasis, y otras figuras literarias. Del ensayo participa en cuanto aporta una visión totalmente subjetiva en las reflexiones sobre temas de  ética y política, también por el formato de los micro-ensayos que recuerdan por su extensión el artículo periodístico. A riesgo de equivocarme diría que se trata de una colección de estos artículos, publicados o inéditos en prensa. Se puede argumentar en contrario que todos son acordes con unas ideas directrices que se anticipan en el título pero, si nos fijamos bien, esas ideas quedan bien formuladas en el primero y último de los artículos, el resto de ellos  manifiestan una cierta autonomía si los sacamos fuera de contexto, del plan general de la obra.
         En cualquier caso, el poeta nos presenta su particular visión de los objetos que rodean nuestra vida cotidiana como elementos que, de alguna forma, vertebran nuestra personalidad. La memoria es la cuerda que los ata fuertemente a nuestros afectos y sentimientos más íntimos. Las cosas que utilizamos de forma rutinaria son también la expresión más clara de nuestras virtudes y defectos, testigos mudos de dudas y certezas, guardianes fieles de nuestra estabilidad emocional y también de pasadas asignaturas pendientes. En suma, esas cosas forman parte de nuestras raíces sentimentales y nos ayudan a proyectarnos hacia el futuro. Conservarlas junto a nosotros no es coleccionismo estéril sino una defensa de la memoria y una forma de resistencia ante el inexorable paso del tiempo en nuestras vidas.
         Luis García Montero pasa revista, en primera persona, a las cosas que integran o se integraron a su biografía, las trata con mimo, como objetos de evocación o reflexión personal, y nos hace cómplices porque nos aflora similares sentimientos y emociones a los suyos, embellecidos y dignificados por una sensibilidad poética que no se atasca en preciosismos literarios y penetra en nosotros mediante un lenguaje claro y sencillo, acorde con la humildad de objetos como bolígrafos, escobas, o despertadores. A través de los mismos el poeta nos muestra su evolución desde la rebeldía ilusionada de la juventud hasta el escepticismo de la madurez y, entre estos dos polos cronológicos, sus pocas certezas residuales, sus contradicciones, sus manías e ilusiones, los recuerdos nostálgicos de su Granada natal, y también su compromiso, a veces en exceso militante, cuando expone de forma tangencial sus ideas  sobre política, religión, o diversas cuestiones de plena actualidad.
         En resumen, esta colección de ensayos escritos en prosa poética termina por ser una autobiografía intimista del escritor, yo creo que bastante honesta y sincera, que oculta poco, o muy poco, de su personalidad. Un libro de agradable lectura.