Un año más,
como preludio musical de la Semana Santa, hemos disfrutado, en la Catedral de
Jaén, de una pieza de música sacra que tradicionalmente se interpreta en estas fechas. No redundaré en explicar el origen del Stabat Mater, como
composición musical, por haberlo hecho ya en una entrada anterior. Baste
recordar que el texto se basa en un himno gregoriano del siglo XIII, que
resalta el sufrimiento de la Madre ante Cristo crucificado y termina en una
plegaria a la Virgen por el perdón de nuestros pecados y la salvación eterna. Al texto invariable le
han puesto música muchos compositores a
lo largo de la historia. El de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736)
es uno de los más populares y el más interpretado hasta ahora en nuestra
ciudad, quizás por su menor exigencia musical, ya que fue escrito para cuatro
voces y cuatro instrumentos, con total ausencia de acompañamiento coral. El Stabat Mater de Gioachino Rossini (1792-1868) ha
sido toda una novedad para mí, ya que este autor es más asociado a su abundante
producción operística entre la que todo buen aficionado puede citar dos
títulos; El barbero de Sevilla (1816) y Guillermo Tell (1829).
Las fuentes
consultadas destacan que el músico italiano compuso esta obra religiosa por
encargo del archidiácono Manuel Fernández Varela, durante una visita a
Madrid en 1831. Al parecer el clérigo, entusiasmado con sus óperas, pretendía
una obra que rivalizara con la de Pergolesi, muy famosa por aquella
época. Rossini, más habituado a la ópera bufa, parece que tuvo ciertas
dificultades en su composición y solo consiguió poner música a parte del texto
latino en seis movimientos, encargando
otros cuatro a su amigo Giovanni Tadolini. La historia de la
composición tiene otras muchas curiosidades que no destacaré, pero sí diré que,
en su época, algunos compositores alemanes la
calificaron como demasiado sensual y mundana para una obra religiosa. No
estoy cualificado para confirmar o
rechazar esta crítica pero mi oído me permite asegurar que en algunos
movimientos pude detectar claros sones de baile.
El Stabat
Mater de Rossini fue escrito para cuatro voces, dos femeninas
(soprano y mezzo), y dos masculinas (tenor y bajo). La composición tiene un
claro predominio vocal y las voces solistas se suceden y alternan en arias,
duettos y un cuarteto, en la mayoría de los diez movimientos o partes que
integran la obra. El coro tiene un papel fundamental en la dramática
introducción “Stabat mater dolorosa” y en el apoteósico final con
inspiración de fuga barroca “Amén in sempiterna saecula” y sirve de
breve contrapunto a los solistas en otros dos movimientos. El papel de la
instrumentación orquestal es igualmente destacable en la introducción y el
final, y acompañando en el resto de las partes.
En esta
ocasión la obra ha sido interpretada por el Coro de Ópera de Granada y
la Orquesta Clásica del Conservatorio Superior de Música “Victoria Eugenia”
de la misma ciudad. Parece que Rossini tenía cierta predilección por la
tesitura de mezzosoprano y en esta obra se nota porque reserva en exclusiva
para ella la cavatina del séptimo movimiento “Fac, ut portem Christi
mortem” una pieza muy dulce y melódica, sin apenas acompañamiento
instrumental, en la que se lució Anna Gomà. El resto de los solistas; Cristina
Toledo (soprano), David Astorga (tenor) y Francisco Crespo
(bajo) tuvieron una magnífica actuación en sus arias y asociación con el resto
de voces, y es difícil destacar a unos sobre otros. A mí me gustaron
especialmente la soprano y el bajo. En fin, orquesta y coro tuvieron sus
mejores momentos en las partes ya indicadas y su coordinación armónica bajo la
batuta de los directores Pablo Guerrero (coro) y Andrés Juncos
(orquesta) me pareció perfecta.
En resumen, una velada estupenda que merecería
repetirse en años sucesivos, en los que podamos disfrutar de otras versiones
musicales del Stabat Mater. Material no ha de faltar porque se dice que hay unas doscientas
contabilizadas.