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sábado, 22 de diciembre de 2012

LA GUERRA DE LOS MUNDOS. H.G. Wells


La guerra de los mundos es un libro, tradicionalmente catalogado como literatura juvenil, que no leí en su momento.  Ahora, con el predominio de los medios audiovisuales y tras varias adaptaciones al cine, su argumento sigue siendo popular pero es poco probable que sea muy leído por nuestra juventud. En mi caso, encontrarme de nuevo con esta novela  ha supuesto un nostálgico retorno al pasado, y me propuse leerla como si fuera una anacrónica asignatura pendiente que debía aprobar. 
H.G. Wells (1866-1946) escribió sobre historia, ciencia, filosofía, y  novelas de tema social, pero  la fama le llegó con ésta que comentamos, y por ella, y algunas más de este género, ha sido considerado como uno de los pioneros de la ciencia-ficción. Fue escrita en 1898, una época en la que el progreso científico y los nuevos inventos acaparaban la atención del público. Julio Verne, otro precursor de este género, había publicado ya la mayor parte de su obra y con su proverbial y desbordante imaginación científica anticipaba  de forma profética la mayor parte de los avances tecnológicos que disfrutamos en la actualidad. En este ambiente histórico, la fantasía de Wells ofrecíó una respuesta positiva a la inquietante cuestión que ya por entonces se planteaba en torno a la posibilidad de vida extraterrestre. El ataque de los marcianos a nuestro planeta, el argumento de La guerra de los mundos, inauguró y favoreció la posterior eclosión de  multitud de libros  y películas en torno  al tema de la invasión alienígena, uno de los preferidos de la ciencia ficción. Ahora puede parecernos ingenua una novela sobre marcianos  pero nos sigue inquietando esta pregunta aún sin respuesta y seguimos mandando a Marte  sondas espaciales que han descubierto la existencia de agua en dicho planeta y por consiguiente la remota posibilidad de vida en el mismo.  Y a fin de cuentas, la aparente ingenuidad  radica no tanto en la fantasía novelesca sino en los principios y conocimientos científicos que menciona el protagonista del relato, que desde la óptica actual  nos parecen básicos y limitados.  Por eso es importante mantener  la narración encuadrada en  sus coordenadas históricas y así comprender y disfrutar del carácter premonitorio del  “rayo calórico” de los marcianos, no muy distinto a los poderes  del rayo láser, o del  “gas negro”  muy similar al gas mostaza  o cualquiera de las armas químicas actuales.
          El relato está narrado por el protagonista principal, que se describe a sí mismo como escritor sobre temas filosóficos, probablemente el alter ego del propio escritor, que nos cuenta la historia en primera persona cuando  se trata de su propia visión y experiencia de los hechos  pasando a la tercera persona cuando relata la de otros personajes secundarios. El estilo literario  es muy característico de los escritores de finales  del XIX, que no sabría definir bien pero muy reconocible, quizás retórico y algo grandilocuente, descriptivo en exceso, y en este caso particular no demasiado cuidado. A pesar de lo dicho, la narración resulta interesante hasta el desenlace final.
           Al margen de la trama argumental, el personaje narrador nos muestra sus reflexiones en torno a  los hechos. Así  los efectos psicológicos  que la llegada de los marcianos produce en la población (incredulidad inicial ante lo evidente, terror posterior etc); también el  caos ocasionado por la invasión con el colapso progresivo y hundimiento final de los cimientos de lo que consideramos sociedad civilizada, y las posibles formas de resistencia y supervivencia posterior del ser humano en un medio hostil. El autor  muestra una cierta e incipiente  sensibilidad ecológica cuando compara la destrucción ocasionada por los alienígenas con la que el hombre ha causado en el reino animal que ha llevado a la extinción a muchas especies.  El contacto del protagonista con un sacerdote, que huye como él, ofrece la oportunidad de confrontar  el racionalismo científico y el sentido práctico del primero con la visión apocalíptica, oscurantista, y supersticiosa del segundo. Hay aquí una velada crítica  de la mentalidad religiosa, aunque al final el racional y razonable científico reza una oración a modo de acción de gracias por la derrota de los marcianos. Particularmente curiosa por su fantasía es la descripción de la anatomía y fisiología de los  organismos extraterrestres, también de las máquinas robots que manejan.
          Terminaré con una anécdota real.  El 30 de octubre de 1938  se emitió por radio  una adaptación de la novela, hecha para este medio por Orson Welles, que logró aterrorizar a los oyentes cuando creyeron realmente que la invasión de la Tierra había comenzado. De nuevo una ingenuidad explicable por el escaso desarrollo de los medios audiovisuales  que actualmente nos mantienen saturados de información y han desbordado ya  nuestra capacidad de asombro.
Muchos de los que hayan leído esta novela puede que la consideren desfasada y superada  por la evolución actual de la  ciencia ficción. Yo pienso que para valorarla en su justa medida no ha de olvidarse que se trata de un clásico, de un auténtico precursor de este subgénero literario.

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