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domingo, 9 de diciembre de 2012

LA MARCA DEL MERIDIANO. Lorenzo Silva


No recuerdo si en alguna entrada anterior he hablado de mi particular recelo hacia el Premio Planeta  y su tendencia a valorar más lo comercial que la calidad literaria. El de este año 2012 es para mí una agradable excepción porque La marca del meridiano consigue aunar ambos aspectos y  seguramente será, si no lo es ya, un éxito de ventas.
                     Lorenzo Silva (1966) comenzó a escribir a mediados de los noventa y cuenta ya con una abundante producción, pero es sobre todo conocido por sus novelas policíacas protagonizadas por una pareja de guardias civiles, el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro. Hace años leí  “El alquimista impaciente” (2000), la segunda  entrega de esta serie premiada aquel año con el Premio Nadal, y tengo que decir que si ésta era bastante buena, la que hoy nos ocupa  es por lo pronto igual de entretenida y de mayor calidad en muchos aspectos, posiblemente debida a la madurez alcanzada por el escritor. Los protagonistas desde luego han madurado y progresado en su profesión, y en esta séptima parte han ascendido en la jerarquía militar que rige en la benemérita, a brigada y sargento respectivamente.
          No voy a entrar a comentar  el argumento para no arruinarlo a futuros lectores. Sí diré que contiene, bien dosificados y equilibrados, todos los ingredientes propios del género capaces de mantener la tensión y el suspense hasta el final. El protagonista es un investigador de tipo analítico, al estilo de la novela inglesa, pero se desenvuelve en un ambiente con  elementos violentos e incluso macabros más propios de la serie negra norteamericana. El personaje principal  narra la historia en primera persona lo cual refuerza  su visión subjetiva de los hechos y establece una especie de complicidad con el lector que consigue el efecto de aproximación al mismo. De esta forma el policía experimentado, endurecido, y un poco escéptico, de vuelta de todo, nos muestra también su lado humano y emotivo. La estructura narrativa está integrada por dos elementos diferenciados. De una parte la investigación policial, abundante en diálogos,  con un estilo directo a base de frases breves no exentas de ironía y sobrentendidos, que nos dosifica progresivamente la información del caso  hasta desembocar en el desenlace final. De la otra, los frecuentes monólogos interiores del protagonista, y es en estos donde la novela trasciende lo policiaco para convertirse a través de sus propias reflexiones  en un auténtico retrato psicológico del mismo; el de un hombre enfrentado a la duda moral y aferrado a la disciplina militar y el cumplimiento del deber como tabla de salvación frente a las contradicciones de su pasado. El estilo se torna entonces más elaborado y profundo, de frases más largas, alcanzando un tono personal e intimista. 
          El título de la novela se refiere a una especie de arco que en la autovía A-2, de Zaragoza a Barcelona, señala el meridiano de Greenwich que separa el oeste del este y que simboliza aquí esa línea ética que  sobrepasada nos hace caer en el lado oscuro sin posibilidad de retorno, y esto viene a cuento  de la corrupción policial que  está en el trasfondo de la  trama argumental, pero también de la política y de la pérdida de valores morales de nuestra sociedad. Porque la acción se desarrolla en la actualidad y ello da pie al personaje narrador para reflexionar también sobre la crisis económica, la falta de futuro de nuestros jóvenes, y en general sobre la decadencia social, económica, y cultural de Occidente.  No se profundiza en el análisis de estos problemas porque no es esa la intención  sino más bien reforzar la sintonia con el lector y buscar su identificación con los personajes. La novela pone de manifiesto además otras cuestiones  como  las modernas técnicas de seguimiento policial basadas en las redes sociales y los móviles, también las tensiones y conflictos de competencia entre los distintos cuerpos policiales.
          La  Guardia Civil ha reconocido en Lorenzo Silva su contribución a la mejoría de la imagen de este cuerpo policial gracias a sus novelas y en ésta muestra una vez más un no disimulado tono laudatorio que es la única objeción que le encuentro a la misma. Y digo esto sin  negarme a reconocer los indiscutibles valores de la institución ni su contribución en vidas a la lucha anti-terrorista, que el escritor asimila al concepto religioso de martirio, pero creo que los valores humanos y profesionales  son predicables de las personas, porque la ética apela directamente al individuo y centrarlos en un colectivo profesional, en el llamado “espíritu de cuerpo”, contribuye a su mitificación y a fomentar un corporativismo no deseable. Y si nos referimos al cumplimiento del deber habría que aludir a la consabida frase de la antigua cartilla militar del soldado: “valor, se le supone”, o como al propio escritor le gusta decir: “va de suyo”, porque en general es una virtud exigible a cualquier gremio profesional.
          En fin, divagaciones aparte, se trata de una buena novela policiaca, interesante y con muchas facetas o matices adicionales que la enriquecen  y ponen a la altura de  las mejores de este género.  


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