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domingo, 27 de enero de 2013

EL TANGO DE LA GUARDIA VIEJA. Arturo Pérez-Reverte


Algunos han señalado la influencia de Alejandro Dumas  (1802-1870) en la narrativa de Arturo Pérez-Reverte. Desde luego esa inspiración es  clara en la serie del capitán Alatriste, y también parecen evidentes  las alusiones  a la obra  del  escritor francés en El club Dumas, una de las primeras novelas del autor. Desconozco si esta deuda literaria es reconocida o no por el escritor cartagenero, pero a estas alturas  es justo reconocer que estamos ante un moderno maestro de la novela de intriga y aventuras, comparable con aquel si se salvan, como es natural, las diferencias derivadas de distintas épocas y estilos literarios. Frente a esta valoración positiva, muchos lectores lo critican por su asociación casi exclusiva a este género novelesco, otros lo acusan de escritor comercial,  y algunos más le cuestionan cierta tendencia al radicalismo chulesco en sus opiniones. La polémica que acompaña al autor se hace patente cuando repasamos  los foros de opinión que abundan en la red y como lector asiduo del mismo he comentado ya estas críticas en anteriores entradas. 
Insistiré una vez más, la literatura de evasión es buena si es de calidad y ésta no se le puede negar a las novelas de Pérez-Reverte que destacan siempre por su perfecta y documentada ambientación, por un estilo literario  pulido y sin florituras, y por la adecuada tensión narrativa capaz de mantener hasta el final la atención y el interés de los lectores.  Y no quiero decir que este nivel de calidad sea predicable cien por cien  de toda su obra narrativa porque en la séptima entrega de Alatriste,  El puente de los asesinos, la saga de aventuras parecía mostrar  signos de un cierto agotamiento que ha sido destacado por sus detractores.
         Ahora nos vuelve a sorprender con su última novela, El tango de la guardia vieja, una historia de amor poco convencional y muy del estilo de Pérez-Reverte, en la que se mezclan  pasión, erotismo, algo turbio y morboso según el autor, emotividad contenida, traición, añoranza del tiempo perdido, y sensación de amor  solo parcialmente resuelto. Un relato del que están ausentes los tradicionales elementos de la llamada novela rosa o romántica.  El escritor  dice que imaginó el argumento hace  más de veinte años y lo ha ido desarrollando desde entonces. Lo que parece claro es que con esta obra alcanza un alto grado de  madurez narrativa y nos muestra su capacidad magistral para urdir una trama complicada  y contarla  de forma clara y sencilla.  La complejidad se debe a la propia la estructura de la novela  que nos refiere una historia única, la relación  de la pareja de protagonistas principales, pero en tres planos temporales y espaciales  distintos que abarcan un periodo de casi cuarenta años; en 1928 durante  un crucero atlántico y en Buenos Aires; Niza, año 1937, en plena guerra civil española; y en la costa napolitana de Sorrento en 1966. En cada uno de estos momentos o encuentros los protagonistas se ven envueltos en azares e intrigas diferentes por lo que en realidad se nos cuentan tres historias en una. El escritor las narra en tercera persona y las va hilvanando  mediante el recurso técnico de la analepsis, alterando la secuencia cronológica y alternando  continuos saltos en el tiempo de tal forma que,  en cada momento, la acción está mediatizada por el pasado y justifica el presente. Y a pesar de este continuo flashback  narrativo, la lectura se hace fácil gracias a una perfecta, por bien documentada, ambientación que nos sitúa de forma precisa  en cada momento y lugar.
         El carácter de los protagonistas está dibujado con claridad y concisión, apoyado en los diálogos y en sus monólogos interiores. El masculino, Max Costa, presenta muchos de los rasgos distintivos de los héroes de Reverte, valentía atemperada por la prudencia, pasado dudoso, visión fatalista del mundo, y una ética personal de matices estoicos. En esta ocasión el personaje de Mecha Inzunza, mujer elegante, refinada,y sensual, le ofrece el necesario contrapunto y le disputa claramente el protagonismo, algo poco frecuente  en las anteriores novelas del escritor.
         No entraré a relatar los pormenores de la trama argumental pero si diré que contiene de todo, espionaje político, intrigas en torno al ajedrez, y otros muchos aspectos que en todo momento mantienen una tensión más psicológica que apoyada en la acción. Destacaré también, entre otros detalles de calidad, el retrato ambiental de los bajos fondos bonaerenses de principios del XX, la disquisición en torno a la historia del tango, o los comentarios  sobre tácticas y estrategias propias del mundillo del ajedrez.
En resumen, una estupenda novela de intriga y aventuras, de lo mejor del escritor.

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