La filosofía en general, entendida más allá de su
amable y poco concreta definición
etimológica, siempre fue para mí un terreno
incognito. Me reconozco poco capacitado para
penetrar la densidad de muchos conceptos metafísicos, me pierdo entre las premisas,
inducciones, y deducciones de la lógica, y no suelo captar las sutilezas del
lenguaje filosófico. Por otra parte mi formación en esta materia se reduce a unos cuantos
conceptos y algún conocimiento de historia de la filosofía. No obstante siempre sentí gran interés por
una rama determinada de la misma, la filosofía
política, que estudia las relaciones del
individuo con la sociedad, es decir las
distintas formas de constitución política, los derechos individuale, y las leyes que relacionan el poder
político instituido con el cuerpo social, entre otras cuestiones. En aras de este interés he leído a filósofos
y escritores como Platón, Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo,Montesquieu, Voltaire, Aranguren, no siempre con buen
provecho, tengo que admitirlo, porque
en la navegación por el mar de la
filosofía he sufrido más naufragios que arribadas a puerto.
Una
vez más he puesto a prueba mi voluntarismo con este libro que hoy comento. Lo escribió un escritor
alemán desconocido para mí hasta que leí algo
sobre su vida y su dramático final
narrado por Muñoz Molina
en su novela Sefarad. Walter
Benjamin (1892-1940) fue un filósofo berlinés, también traductor y
crítico literario. En su producción literaria destacan los ensayos sobre lenguaje, literatura y filosofía. Mantuvo correspondencia con
intelectuales como Bertolt Brecht y Theodor Adorno. Se sintió
marginado por su origen judío y terminó autoexiliándose en Ibiza y
luego París. A pesar de su ideología marxista se opuso tanto al comunismo como al fascismo y criticó abiertamente a Hitler.
Cuando los nazis llegaron a Francia en 1940, huyó de París junto a un grupo de refugiados judíos que
pretendía llegar a España. En el pueblo fronterizo de Portbou fueron
interceptados por un grupo de falangistas y murió allí en circunstancias poco
claras que posteriormente se han puesto en duda. Según la versión oficial se suicidó en su hotel ingiriendo morfina por miedo a ser devuelto a
Francia. Al resto del grupo se le permitió la entrada en nuestro país.
En filosofía intentó conjugar y adaptar
dos ideologías contrapuestas, el misticismo judío y un cierto grado de
mesianismo que fue su vocación juvenil con el marxismo y el materialismo histórico
de su madurez, y para ello utilizó el método dialéctico, es decir, aquello de tesis y antítesis que se
unifican en una síntesis final. Una propósito difícil y no completamente conseguido en
opinión de sus críticos, pero en eso
radica precisamente su originalidad.
Crítica
de la violencia (1920) es su ensayo filosófico más conocido. En el mismo se parte ya de una sutileza lingüística
implícita en el mismo título porque en el idioma alemán, el término
gewalt tiene un doble
significado, como cualidad de violencia pura
y también como poder legítimo instituido, entendida aquella como poder coercitivo del Estado. El objetivo
declarado del ensayo es estudiar la violencia en su relación con el derecho y
la justicia. Para ello se analiza la violencia
como fin en sí misma y como medio que utiliza el poder para conseguir lo
justo, y también se valora su
legitimidad desde la óptica del derecho natural y del positivo.
Se establecen dos categorías básicas de violencia coactiva en cuanto al
derecho, la que lo crea y la que lo mantiene. A continuación pone de manifiesto
las contradicciones de la violencia como medio y las ejemplifica con los supuestos de la huelga
general revolucionaria, el derecho de guerra, la pena de muerte
y la policía como poder coactivo.
Finalmente se concluye que el uso de la violencia por el poder es
esencialmente inmoral aunque necesario y que éste tiende a monopolizarla y arrebatársela al
individuo, no sólo como medio para preservar bienes jurídicos justos, sino
también buscando su propia conservación como poder.
Frente
a la violencia relacionada con el derecho, establece dos nuevas categorías de
violencia como manifestación; la violencia mítica como voluntad de los dioses o el destino, con
ejemplo en el mito de Niobe, y la violencia divina, pura e
irracional, de Jehová en algunos relatos bíblicos. Ambos tipos están claramente inspirados en
las ideas místicas del escritor judío.
También lo está la síntesis final a todas las contradicciones mostradas, cuando ofrece como alternativa
pacífica el propio lenguaje entendido no como simple medio de expresión
sino como objetivo en sí mismo, con unas
cualidades espirituales casi mágicas.
En realidad en el libro se integran dos ensayos, el que acabo de comentar y la introducción de Eduardo Maura Zorita tan extensa, tan erudita y técnica, qué supera con creces la finalidad de prologar y
se convierte en una “crítica de la crítica” que parece destinada más bien al ámbito académico. Reconozco que ante tan compleja y enrevesada
exposición he vuelto a fracasar y no he
estado a la altura. En mi defensa debo
decir que en esta ocasión el filósofo ha
superado en sencillez y claridad a su comentarista así
que recomiendo saltar esta
introducción a todos aquellos que humildemente se reconozcan profanos y no quieran acabar con cefalea.
No
quiero terminar sin destacar la posible
influencia que en la vida y la
obra de Walter Benjamin tuvo la convulsa época que le tocó vivir; entre la
revolución rusa, la crisis
económica y política de la república de Weimar,
y la aparición de los totalitarismos
fascistas. En ese escenario hay que colocar a
un intelectual alemán y
judío que intentó una
utópica síntesis entre judaísmo y
marxismo y fue siempre crítico con el poder político. Con estos condicionantes ambientales el personaje se nos presenta con los rasgos
de una víctima predestinada al sacrificio.