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miércoles, 27 de noviembre de 2013

FUEGOS CON LIMÓN. Fernando Aramburu

Hay novelas que resultan de difícil encuadre en la variada tipología del género narrativo y ésta que comentamos hoy es una de ellas. Se pudiera clasificar como humorística, autobiográfica, costumbrista, o definir como realista, pero, aunque tiene peculiaridades o elementos de estos tipos o estilos, no se le puede colocar  una etiqueta de forma concreta y absoluta. Como todo  lo inclasificable o distinto tiene la virtud o defecto,  según se entienda, de confundir inicialmente, habituados como estamos a desarrollos argumentales más tradicionales o relatos de mayor tensión narrativa.  Me consta que provoca opiniones contrarias  entre los lectores  y desde luego no fue en su momento un éxito de ventas, pero no se le puede negar cierta originalidad que suscita controversia, y  unos valores que me esforzaré en resaltar.
        Fuegos con limón (1996) fue la primera novela de Fernando Aramburu, filólogo vasco que ejerció como profesor de lengua española en Alemania y tras publicar ésta y alguna otra, además de poesía y cuentos, ha abandonado la docencia para dedicarse a la literatura. Estamos ante una obra de ficción pero con cierto matiz autobiográfico por estar inspirada en algunas de sus experiencias juveniles. Narra la historia de Hilario Goicoechea, hijo de una familia obrera, que comienza relatando en primera persona los recuerdos de su niñez asilvestrada en los suburbios de San Sebastián durante la década gris de los 50, inmerso en un ambiente de pobreza y autoritarismo. Unas duras condiciones de vida que tenían su reflejo en esa crueldad infantil tan típica de entonces, que ejercíamos o soportábamos con naturalidad y ahora nos horroriza cuando la sufren nuestros hijos o nietos. Y retornando al argumento; tras evocar su infancia, el protagonista nos cuenta sus comienzos como universitario y su ingreso en un grupo de estudiantes con vocación de estética surrealista, acontecimientos vividos realmente por el escritor, y supongo que ahí termina el paralelismo autobiográfico porque el personaje de Hilario está dibujado con trazos tan negativos que más bien parece un antihéroe. Es tímido, cobarde, acomplejado, vengativo, e indiferente al sufrimiento ajeno. Ante rasgos tan excesivos bien parece que el autor haya querido convocar sus personales fantasmas de juventud y, mediante una especie de conjuro o exorcismo, reunirlos en este personaje  encerrado en el libro, como un genio esta vez maligno, a la manera de aquel de la lámpara. Conforme avanza la trama narrativa se aprecia un claro contraste entre la dura personalidad del protagonista y sus experiencias y aventuras con el grupo de estudiantes, de una comicidad rayana en lo esperpéntico y relatadas en un tono que recuerda vivamente el estilo cervantino de las Novelas Ejemplares  en lo que parece un claro homenaje a la novela picaresca española. Esta impresión se refuerza mediante la utilización de un lenguaje rico en sinónimos, a veces reunidos en tripletes, y abundantes vocablos y frases del castellano antiguo, ya casi olvidados, que uno de los personajes califica de forma burlesca como  verba arcaica. En medio de este ambiente estudiantil que pretende ser progresista, contracultural, y provocador de la moral burguesa, asistimos a absurdos manifiestos surrealistas, aventuras ridículas, y gamberradas estudiantiles de todo tipo, descritas con un humor agridulce,  hilarante casi siempre, que roza lo escatológico en ocasiones, e incluso puede mostrar tintes crueles.
        Este primer plano de novela humorística es la pantalla tras la que se esconde un segundo plano narrativo, un telón de fondo, menos aparente si se quiere, de estilo claramente realista que remite al ambiente social del País Vasco en aquella época de finales de los 70, con una democracia novata e insegura; un pueblo obligado por necesidad a convivir con la violencia terrorista hasta el punto de considerarla normal; la contraposición de españolismo y nacionalismo; la conflictividad de las relaciones familiares; el ambiente mísero de los barrios marginales; la degradación de amplios sectores del proletariado y clase media, ya afectados por entonces, como ahora, por crisis económicas  (la segunda del petróleo); y otros muchos aspectos que configuran la novela como un auténtico retrato de época. En mi opinión esa voluntad de realismo que trasciende  lo humorístico se hace bien patente en el dramático final.
        En la parte negativa es obligado destacar que la novela hubiera sido igualmente buena con cien páginas menos. Sobran algunas digresiones que parecen destinadas a prolongar innecesariamente la historia. Otras en cambio, como el diario de una de las protagonistas, están más justificadas, en este caso por ofrecer un contrapunto femenino en una historia en la que predomina  el  punto de vista masculino.
En resumen, me parece una buena novela, original y variada en matices aunque no sea del gusto de todos. He disfrutado de sus descripciones y de la intencionada riqueza del lenguaje. Me he reído con las dislocadas experiencias de los protagonistas y, por ser casi de la misma edad del escritor y haber vivido mi juventud en esos años, puedo asegurar que, desprovistas  de su  pátina literaria, tienen viso de realidad, porque viví o presencie algunas en parecidos términos por más que puedan parecer exagerados.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL EXTRANJERO. Albert Camus

Este mes de noviembre se cumple el centenario del nacimiento de Albert Camus, filósofo y escritor francés que fue referente intelectual de varias generaciones de europeos durante la década de los 60 y 70 del pasado siglo. Con tal motivo se han prodigado estos días los artículos de prensa que analizan los aspectos más destacados de su obra literaria, su personalidad política, o los elementos más originales de sus concepciones filosóficas. A la efeméride se ha sumado también uno de mis clubs de lectura  promoviendo la de sus dos novelas más representativas, La peste y El extranjero, y esta última me da ahora ocasión para el comentario.
         Albert Camus (1913-1960) tuvo una vida corta pero intensa y polifacética. Fue filósofo por formación y vocación, el periodismo comprometido fue su trabajo y una de su formas de expresión, participó en la resistencia contra los alemanes, político por convicción pero nunca constreñido a las directrices de partido. A menudo nadó contra corriente, así cuando abandonó su militancia comunista, o en su posicionamiento y declaraciones sobre la cruel guerra de Argelia. Su filosofía se tildó de esteticista y los analistas posteriores mantienen una permanente controversia sobre su figura; dicen unos que fue un filósofo que utilizaba la narrativa y el teatro como forma de expresión, y otros lo vieron como un escritor con pretensiones filosóficas. Pero todos coinciden en reconocerle una enorme talla humana y moral, un tenaz individualismo, y su valiente compromiso con la libertad que le llevó a rechazar cualquier forma de autoritarismo político o ideológico. Aunque su humanismo y autoridad intelectual le fue reconocida en vida con la concesión del Nobel de Literatura, su muerte lo introdujo en la esfera de lo mítico gracias a esa virtud que tiene, cuando es prematura y trágica, para fijar  los hechos y las ideas de los hombres en una especie de fama perpetua que nos hace sentirlas contemporáneas, incontestables por ausencia, y de alguna forma liberadas del efecto erosivo del tiempo en la vida humana. Algo así como el mito del héroe siempre joven que tuvo su origen en Aquiles y del cual participaron muchos, desde Alejandro  hasta John Lennon
         El extranjero (1942) fue la primera novela de Camus.  Cuenta la historia de Meursault, un personaje extraño (otra de las acepciones de étranger) o indiferente a la realidad y a la sociedad que le rodea, a la que no comprende ni es comprendido por ella. Tan insensible a todos y a todo que su actitud, de entrada, nos resulta provocadora y rayana en lo psicopatológico. Conforme avanza la lectura comprendemos que estamos ante un prototipo llevado al extremo, un antihéroe que simboliza la angustia vital, la soledad esencial del ser humano, lo absurdo de buscar finalidad o destino a su existencia, en suma, un compendio de las ideas filosóficas del autor. El crimen, sin lógica ni razón, que comete  el protagonista al final de la primera parte constituye un punto de inflexión en el desarrollo argumental. Del estupor que nos produce el sin sentido del personaje, pasamos al asombro ante los elementos absurdos que se ponen de manifiesto en el proceso  de Meursault.  Su condena, que parece merecida  bajo la óptica de la moral natural o religiosa, viene a la postre a resultar absurda e injustificada por estar más fundamentada en la insensibilidad y ateísmo del asesino que en el propio crimen. Al final la muerte aceptada por el protagonista  es lo que, de forma paradójica, da sentido a su existencia.
         El relato es de corta duración y está escrito en un estilo claro, preciso, y austero. En la primera parte el ambiente es plano y un tanto agobiante, destinado a resaltar la insensibilidad del protagonista. En la segunda son las reflexiones del mismo, en torno al proceso y  ejecución de la pena, las que le dan profundidad psicológica y de alguna forma lo redimen.
         Se trata en suma de una estupenda novela filosófica. Su simplicidad es sólo aparente si valoramos superficialmente la trama argumental, y la abundancia en matices la hacen compleja y difícil de  analizar. Resulta en cambio muy adecuada para comentar en los foros de lectura por la controversia que promueve y porque un enfoque múltiple de la misma  sin duda contribuye a enriquecer nuestra propia  opinión. 

                   

domingo, 10 de noviembre de 2013

LA TRAVIATA. Giuseppe Verdi

Mi afición por la música clásica viene de antiguo. Como suele acontecer con los neófitos, comencé por el barroco y desde ahí mis preferencias evolucionaron hacia otros estilos posteriores en un recorrido casi histórico del que he segregado y excluido la moderna atonalidad, un estilo musical que no termino de comprender ni sentir.  La ópera fue otra de mis exclusiones iniciales. Sobre este tipo de música  tuve unos cuantos prejuicios referentes a su carácter elitista y a cierta minusvaloración del canto y la voz humana como instrumentos musicales. Los mantuve durante algún tiempo, con esa tenacidad y osadía tan típica de la ignorancia juvenil, pero los he superado finalmente, y ahora soy un entusiasta de este tipo de representación  por lo que tiene de espectáculo completo que integra música, teatro, coros, danza, y escenografía, en un conjunto armónico y grandioso. Sí aun seguimos imputando a la ópera un cierto elitismo no es en razón de aquellas minorías  aristocráticas, más o menos cultas, que la disfrutaron otrora, sino a la complejidad y altos costes de producción  que tradicionalmente exigieron su representación en los teatros destinados a tal efecto, pocos y de reconocido prestigio, pero  escasamente accesibles para amplios sectores del público aficionado. Por eso es de agradecer la iniciativa de compañías itinerantes que, en sus giras por las provincias, difunden las obras más famosas de la operística y ayudan a mantener la afición al género y renovarla en las nuevas generaciones. Una de éstas es la Compañía Ópera 2001 que  anualmente produce una o dos de estas representaciones y de nuevo ha recalado en nuestra ciudad para ofrecernos una de las obras más famosas del repertorio lírico.
         La Traviata (1853) es quizás la ópera más conocida y popular de Giuseppe Verdi. Y sin embargo su estreno, ese año, en La Fenice de Venecia fue un rotundo fracaso que los críticos actuales justifican por dos razones. En primer lugar el personaje principal de la cortesana libertina, un tema algo escabroso para la hipócrita doble moral burguesa que imperaba en esa época. La segunda razón tiene que ver con una innovación ya que era la primera vez que una ópera de Verdi no estaba basada en grandes hechos del pasado o tragedias teatrales sino en un drama realista ambientado en su propio tiempo, y por tanto con trajes y escenografía contemporánea, y esto al parecer no gustó al público, más acostumbrado a la dramatización histórica.
         En cuanto a la ficha técnica recordaré que se trata de una ópera en tres actos, de dos escenas en el segundo, con libreto de Francesco Maria Piave, el libretista habitual de Verdi. Es una adaptación de la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas (hijo), una obra de transición, romántica por su dramatismo pero realista en su estilo e inspirada además en una relación real de este escritor con una cortesana de París, Marie Duplessis. La pareja de amantes son Armando Duval y Margarita Gautier en la novela, Alfredo Germont y Violeta Valery en la ópera, pero en aquella Armando era el personaje principal mientras que Verdi  se centra en el protagonismo de Violeta por el dramatismo implícito en este personaje. La Traviata es un drama intimista que incide más en las emociones de los personajes y menos en la prostitución y los prejuicios sociales  como ocurre en la novela. Los grandes temas son aquí el amor abnegado llevado hasta el sacrificio, y la muerte como expiación y purificación de la culpa.
         Los tres actos reproducen el habitual planteamiento teatral de exposición, nudo, y desenlace. El primero, que representa la fiesta en la mansión de Violeta (soprano), es el más alegre y brillante, y contiene el popular pasaje del brindis (Libiamo ne' lieti calici ) de Alfredo (tenor) que terminan a dúo los dos cantantes acompañados por el coro. La culminación de este acto llega con el dúo del amor en  el cual, al melodioso y emotivo sólo del tenor declarando su amor se contrapone un canto de coloratura de la soprano para destacar la frivolidad y el marcar distancias de Violeta, hasta que ambas líneas melódicas se unen en el dúo.
         La primera escena del segundo acto constituye el eje dramático de la obra cuando el padre de Alfredo, Giorgio Germont (barítono) exige a Violeta que abandone a su amante y se sacrifique en aras de las convenciones sociales. Se alternan en este acto las arias o solos de barítono y soprano, en un tono que quiere expresar energía y dureza inicial pero que termina por ser emotivo.  La segunda escena, el baile de carnaval, vuelve al tono festivo del inicio, contrapunto y alivio del dramatismo precedente. Los coros y el ballet tienen aquí una notable participación. Luego retorna la tensión con el reencuentro  de los amantes, cuando Alfredo humilla públicamente a Violeta y recibe el rechazo de los invitados y el padre, un dramatismo apoyado en el contraste de las tres voces solistas principales reforzadas con la participación coral. Finalmente en el tercer acto se suceden las arias de la soprano en tono triste y melancólico que presiente el trágico final; la más destacada, addio del pasato, termina con una plegaria en petición a Dios de piedad para la descarriada (la traviata).
         La interpretación de los solistas fue, en mi modesta opinión, bastante buena. Muy sobresaliente en la soprano vasca Ainhona Garmendia que destacó sobre el tenor, cosa normal si se entiende que su papel es el más relevante en esta ópera, y por tanto más propenso al lucimiento. Me llamó la atención la brillante interpretación del barítono italiano Paolo Ruggiero, cantante que resaltó en el segundo acto.
         En fin, “una vez al año…” como se suele decir. Los aficionados a la ópera nos sentimos agradecidos por haberla disfrutado en nuestra ciudad y ansiamos un intervalo temporal algo más reducido entre futuras representaciones, sin llegar desde luego a la coletilla del refrán: “pero es cosa más sana…”. De lo bueno no conviene abusar.