Casi
todos los lectores habituales tenemos en nuestro debe -usando el símil
contable-unas cuantas lecturas postergadas. Son libros de los que tuvimos
noticia hace ya mucho tiempo,
recomendados en manuales de literatura, antologías, y estudios críticos. Títulos
disponibles, que nos interesaron en su momento, pero reposan en nuestra
biblioteca aún inéditos, pendientes de elección y preteridos ante otros más
actuales. En ocasiones es la mirada
caprichosa del lector la que los recupera y en otras, como en este caso,
retornan a nosotros propuestos por un club de lectura. Puede ocurrir entonces
que, tras ser rescatados de esa especie de ostracismo, comprendamos que teníamos olvidada una pequeña joya literaria, y
esa es mi impresión con la novela que comento hoy.
Nada
(1944) fue desde su edición un importante éxito de crítica y ventas, que además
ganó la primera edición del prestigioso Premio Nadal ese mismo año. Es
la primera novela de Carmen Laforet
(1921-2004), por la que alcanzó fama entre los lectores hasta el punto de
quedar tan ligada al título que parece
autora de un solo libro. Su obra literaria posterior no fue desde luego
abundante pero quedó eclipsada, como la propia escritora, por razones que no
alcanzo a comprender.
Lo primero que impresiona de esta
obra es su calidad, propia de de la madurez literaria, que sin embargo fue escrita por la autora a los 23 años. Quizás
fue la tragedia de nuestra guerra civil, y las duras condiciones de vida
posteriores, lo que hizo madurar de forma anticipada a toda una generación de
aquellos jóvenes escritores que produjeron lo que después se conoció como narrativa
de posguerra, un subgénero que se consolidó en la década de los 50. La de Carmen
Laforet fue una de las primeras obras de este tipo. Ha sido muy analizada
por la crítica y se ha dicho que pertenece de lleno a la corriente literaria
del existencialismo, posiblemente por la angustia vital y el pesimismo que
reflejan los personajes y el opresivo ambiente en el que desarrollan sus dramas
personales. El expresivo y breve título del libro alude tanto a ese vacío
existencial en la vida de los protagonistas como a la incomunicación entre los
mismos, ya que “nada” es la respuesta que dan con más frecuencia ante
preguntas tales como ¿qué te pasa?, o ¿qué piensas?.
La novela cuenta las experiencias de Andrea,
una joven de 18 años que acude a Barcelona, recién terminada la guerra civil, para
cursar el primer año de sus estudios universitarios, y se aloja en casa
de su abuela en la calle Aribau. Allí convivirá con sus tíos y otros
miembros de la familia, en un ambiente de miseria no sólo económica sino
también moral, derivada de las frustraciones y dramas personales que soportan
los protagonistas. El pasado es para ellos como una molesta cadena que les ata
unos a otros y les genera una tensión emocional que aflora con violencia en su
convivencia diaria dentro de ese microcosmos lóbrego y cerrado del piso del Ensanche
barcelonés; un ambiente saturado de celos y recelos, de opresión y mezquindad,
de soberbia y humillación. Pasiones negativas que inflaman a unos personajes
que, sin embargo, tienen en ocasiones momentos de ternura y son capaces de
gestos de generosidad y entrega, mostrando así las contradicciones inherentes a
la naturaleza humana. La relación de Andrea con su amiga Ena y
sus vivencias en el ambiente universitario ofrecen el contrapunto de otro
mundo, más alegre y despreocupado, más luminoso en suma. Se muestra así el
contraste entre la alta burguesía catalana, emergente tras la guerra, frente al
hundimiento de la clase media, la burguesía liberal que aún siendo católica y
conservadora quedó arruinada y marginada, enfangada a la orilla del turbulento
río de la victoria, en aquella España autárquica de gasógeno y estraperlo.
La historia está contada por la
protagonista principal en primera persona y desde una perspectiva de tiempo
futuro a los hechos relatados. Se ha insistido mucho en el carácter autobiográfico del relato, algo que siempre
desmintió la escritora, que sólo admitió pequeñas coincidencias tales como ser
de edad aproximada a la protagonista y
haber cursado parte de sus estudios universitarios en Barcelona. De
cualquier forma es inevitable pensar que la mirada de Andrea es la
propia de la autora, y sí las vivencias no son personales al menos debemos
suponerle la cualidad de testigo de otras similares. En suma, Carmen Laforet,
igual que Andrea, pudo ser esa joven que madura en una época difícil,
rodeada de historias parecidas, conocidas y casi susurradas, en un ambiente de
pobreza apenas revestida de dignidad, en un mundo de derrotados y
supervivientes.
La prosa utilizada es sencilla y
directa, en un estilo que se ha calificado de impresionista que se manifiesta en el carácter subjetivo y
personal de la visión que la protagonista proyecta sobre el resto de personajes
y su entorno. En efecto, las descripciones de lugares y ambientes son
claramente sensoriales, saturadas de olores, colores, y sonidos, abundantes en
comparaciones, y claramente condicionadas por la emotividad de Andrea.
En cuanto a los personajes, se nos van desvelando poco a poco, en detalles
apenas insinuados de su pasado, en gestos y comportamientos aparentemente
inconexos que adquieren pleno sentido conforme avanza el relato. Algo parecido
a las manchas de color en una pintura impresionista que apreciamos en su
conjunto cuando nos retiramos del cuadro.
En
fin, no me extenderé más en el comentario. Sólo decir que la novela merece la
pena y más aún si conseguimos sintonizar con la psicología de la protagonista-testigo,
posible trasunto de la escritora, y penetrar con ella en ese mundo angustioso y
triste que fue nuestra posguerra.