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martes, 1 de abril de 2014

ROJO Y NEGRO. Stendhal

Mi primera lectura de este clásico francés fue, hace muchos años, una  colección de sus relatos cortos, reunidos y editados a partir de 1929 con el título de Crónicas italianas. Mucho después leí La cartuja de Parma (1839), que los críticos consideran su mejor novela; aunque a mí me impresionaron más aquellos cuentos italianos escritos con una sensibilidad estética que se amoldaba mejor a mi percepción juvenil de la Historia que, por aquel entonces, se recreaba en aspectos épicos y dramáticos, es decir, en lo romántico, antes que en los analíticos y objetivos de la misma que podríamos calificar de realistas. Y si me atrevo a establecer estos símiles es porque, en mi opinión, nadie como Stendhal supo narrar las grandes pasiones y sentimientos humanos e insertarlos con acierto en el marco social e histórico de su época, reuniendo así en su obra lo mejor de ambas corrientes literarias, básicamente antagónicas, una como reacción frente a la otra, que se sucedieron en Francia y Europa durante casi todo el siglo XIX.
Henri Marie Beyle (1783-1842) firmó sus escritos con varios seudónimos. Stendhal fue el más popular y con él pasó a la historia de la literatura. Era de origen burgués y en su juventud participó en las guerras napoleónicas. Sus cargos diplomáticos le permitieron viajar por Europa. La admiración por el arte y la cultura italiana quedó reflejada en sus novelas. De carácter alegre y seductor se le reconocieron una decena de amantes. En política fue anticlerical y bonapartista pero su muerte, diez  años antes, le impidió conocer el Segundo Imperio francés. Nunca sabremos si su militancia ideológica hubiera sido favorable al gobierno de Napoleón III, tan diferente a su tío.
         Los tratados didácticos no son unánimes al encuadrar a nuestro escritor de forma absoluta en los movimientos literarios y artísticos de su época. La mayoría lo considera un autor de transición entre romanticismo y realismo aunque en el libro que hoy comentamos hace un alegato a favor de este último cuando afirma: “una novela es un espejo que se pasea por un ancho camino”.
          Rojo y negro (1830) es una de sus obras maestras y  quizás el mejor ejemplo de esa armónica combinación de estilos. Porque la de Julián Sorel es una historia romántica en una época, la Restauración borbónica, que ya no lo es. La de un régimen político que pretendió anular los logros sociales de la Revolución y después de la épica imperial, arrasada en la debacle de Waterloo, renunció a la  “grandeur” para refugiarse en un pasado caduco. En este marco histórico coloca Stendhal su espejo para reflejar la realidad del momento, enfocándolo hacia dos sectores sociales muy concretos y representativos; la pequeña nobleza y alta burguesía provincianas, y la  aristocracia parisina, obsesionada ésta por  conservar unos privilegios de clase ya imposibles. A lo largo de la trama argumental desfilan ante nosotros toda una serie de personajes secundarios prototípicos; políticos arribistas, nobles orgullosos y superficiales, campesinos tacaños, y curas ambiciosos, que intentan medrar en un mundo saturado de intrigas de salón, fraudes electorales y corrupción política, que en algunos momentos nos parece muy actual.  Y para conseguir este retrato, el autor recurre a un narrador en tercera persona, que de vez en cuando enfrenta directamente al lector para contarle sus opiniones personales o se disculpa por las mismas, al tiempo que con lenguaje elegante y preciso va dibujando los perfiles de los personajes, mediante diálogos cortos y sin abusar de elementos descriptivos o ilustrativos. Es en este último aspecto donde la novela alcanza una relativa complejidad ya que el escritor se dirige a unos lectores contemporáneos a los que supone enterados de la actualidad política y social de su tiempo, así que suele referirse a los acontecimientos mediante alusiones indirectas de nombres o lugares relacionados con los mismos. Para un lector actual, alejado de los hechos, esto no afecta a la comprensión de la trama argumental pero sí es un inconveniente que de alguna forma puede mermar la riqueza del relato, de ahí que resulte recomendable leer este clásico en una edición bien anotada.
         Retornando al narrador; su carácter omnisciente  le permite penetrar los flujos de pensamiento de los protagonistas principales y mostrarnos de esta forma un profundo análisis psicológico de los mismos, en particular de Julián  y sus amantes, Madame de Rênal y Matilde de la Mole. No voy  a insinuar siquiera las peripecias del joven Sorel en su intento de ascenso en una sociedad dominada por la hipocresía, ni adelantar nada de sus aventuras sentimentales. Si diré que es éste el  núcleo esencial del relato y es aquí donde se despliegan las pasiones de los protagonistas y  la novela se convierte en un drama romántico.
         Quiero comentar finalmente dos cuestiones anecdóticas. Según señalan las notas del traductor de mi edición, en el carácter y vivencias del protagonista hay muchos aspectos, más bien secundarios, pero coincidentes  o paralelos a experiencias propias del autor o de sus amantes, y nos  remite para confirmarlo a sus libros autobiográficos, en concreto Vida de Henry Brulard  y Recuerdos de egotismo.  La segunda anécdota se refiere a los epígrafes que encabezan cada capítulo, atribuidos a escritores reales y en ocasiones ficticios que, en opinión de los expertos en el escritor, son en su mayoría inventados. Pienso que bien se pueden perdonar estas sutiles travesuras en un escritor de la talla de Sthendal.
En resumen, la novela es una de las clásicas de la literatura que no debería ser obviada por los buenos lectores aunque suponga un pequeño esfuerzo adicional de documentación. 

2 comentarios:

  1. ¡Estupenda reseña, cada vez mejor Lope!

    Si el reflejo del autor, se nota en la obra.

    Leída en el club, es mucho más atractiva.

    ¡Enhorabuena!

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  2. Magnífica reseña. Una novela con tantos matices y no se te escapa nada. Gracias por ilustrar nuestras lecturas, don Lope de Sosa.

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