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martes, 5 de mayo de 2015

COMO UNA NOVELA. Daniel Pennac

Desde el punto de vista histórico la literatura didáctica fue posterior a los tres géneros clásicos (épico, lírico y dramático), y desde un remoto origen se fue adaptando a distintos formatos para conseguir la finalidad de enseñar y divulgar de manera artística. Entre los clásicos grecolatinos, Hesíodo (Los trabajos y los días) y Virgilio (Geórgicas) utilizaron el verso con esa intención en sus poemas didácticos. En cambio Platón y Cicerón adoptaron el diálogo en sus escritos filosóficos y políticos. El tratado es otro subgénero didáctico más extenso y complejo dirigido principalmente a especialistas en una determinada materia. Pero, en mi opinión, el ensayo es el  género literario que mejor se adapta a la didáctica; por su estructura más flexible y menos sistemática, porque suele reflejar un enfoque subjetivo del autor, con mayor voluntad de estilo que aparato documental. En resumen, más interesado en convencer de forma apasionada que en la fría y razonable demostración.
          Pido disculpas por esta larga introducción que sólo sirve para concluir que el libro que nos ocupa es un ensayo didáctico. Fácil deducción si consideramos que su autor, el francés Daniel Pennac (1944), fue profesor de literatura en un instituto y en sus comienzos escribió libros para niños. En el resumen de contraportada se declara además el objetivo de estimular la lectura entre los jóvenes.
          Como una novela (1993) tuvo en su momento un éxito notable y ha tenido muchas reediciones hasta hace pocos años. El título expresa bien la intención del autor que no es otra sino superar la aparente seriedad del ensayo y hacerlo ameno. Le sugiere al joven lector que se lee tan fácil como una novela, y para conseguir ese efecto utiliza un lenguaje sencillo y coloquial y un monólogo interrumpido en ocasiones por citas literarias de escritores, la mayoría franceses, que consigue aliviar y agilizar aún más la exposición-relato apelando a la complicidad y conocimiento del lector. Ese último efecto se diluye un tanto en el caso de lectores no franceses, menos familiarizados con los escritores galos y sus obras.
          En la primera parte se destaca la importancia del tradicional cuento oral como fase previa de estímulo a la lectura infantil. También se relacionan las causas, más o menos tópicas, que dificultan la lectura de los jóvenes; entre otras, el predominio de lo audiovisual en nuestra cultura y el exceso de actividades extraescolares. Pero la principal, según el escritor, es el torpe empeño de padres y educadores que la convierten en un deber. Durante toda la exposición la idea que trasciende y se impone es la necesidad de la lectura como opción libremente elegida y el placer que de ello se deriva. En la segunda parte se señalan las pautas educativas necesarias para inducir la curiosidad del lector y se insiste en los efectos benéficos de la lectura, al tiempo que la desmitifica e intenta despojarla de ciertos aspectos que, por ser sobrevalorados, terminan por desalentar su práctica, tales como la información, la formación o la cultura. Si se consigue despertar esa curiosidad, si convertimos la lectura en una aventura, todos los demás objetivos se consiguen por añadidura. En el capítulo final se concluye con el decálogo de los derechos del lector, verdadera exaltación de la libertad personal  para elegir la lectura como  opción que se sustenta en razones tan intimas, variadas e incluso extrañas, como la propia vida.
          Aunque los destinatarios principales de este libro son los adolescentes, las reflexiones del autor son útiles a lectores de todas las edades y experiencia. En el ámbito de la educación y estímulo de la lectura, este ensayo me ha confirmado los muchos aciertos, a veces intuitivos o inconscientes, que mis padres tuvieron conmigo y también algunos errores, involuntarios y bienintencionados, que yo tuve con mis hijos.
          En resumen, un libro ameno con ideas interesantes y prácticas, escrito por un educador que cree de manera firme y entusiasta lo que dice.


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