La novela
policiaca, surgida a mitad del siglo XIX como un género menor que pronto
alcanzó enorme difusión y popularidad, debe
su origen a los relatos de misterio de Edgar Allan Poe. En su
evolución posterior, ya a principios del XX, se suceden dos grandes tendencias
o escuelas dentro de la misma. La inglesa, representada por A. Conan Doyle y Agatha Christie, y cronológicamente posterior la escuela norteamericana, iniciada por los escritores Dashiell Hammett y Raymond Chandler.
De hecho fue este último autor quien definió el subgénero policiaco conocido
como novela negra. El nombre lo debe a que este tipo de relatos se publicaron inicialmente en la revista Black Mask, editados en papel
barato e impresión rústica, un tipo de publicaciones conocida como pulp.
Para seguir con la identificación color-género, la editorial francesa Gallimard
los editó en Europa dentro de una colección llamada Série Noir. El
nombre es por otra parte muy adecuado porque generalmente la acción se
desarrolla en ambientes oscuros de marginalidad y bajos fondos. En estas
novelas lo importante no es tanto la
resolución del caso criminal como la descripción del ambiente social de
miedo y violencia. Eran en suma fiel
reflejo de la opresiva atmosfera generada en los Estados Unidos tras la
depresión económica del 29 y la ley seca de los años treinta con sus
secuelas de gansterismo y crimen organizado.
Raymond
Chandler (1888-1956) es un clásico del género gracias a sus dos novelas
más conocidas, El sueño eterno (1939) y El largo adiós (1956)
ambas protagonizadas por Philip Marlowe. Reconozco que no he leído
ninguna de las dos, quizás porque he visto, y varias veces, sus versiones
cinematográficas. En cuanto al primer título, creo que el actor Humphrey
Bogart encarnó a la perfección la personalidad del detective creado por Chandler;
fracasado y cínico un poco de vuelta de todo, duro y estoico, de dudosa
moralidad pero salvado siempre por un personal sentido del honor y la
fidelidad. Por cierto, en El sueño eterno (1946), la película de Howard
Hawks, Lauren Bacall borda también el papel de chica mala
otro de los personajes típicos en los relatos de nuestro autor.
El volumen que comentamos, con el título
genérico de Relatos, es una
antología que recoge siete de sus historias cortas, casi todas fechadas en los
años treinta, es decir en sus comienzos narrativos. Todas fueron publicadas en
la mencionada revista Black Mask o en Dime Detective, otra
conocida publicación pulp. Un detective es siempre el protagonista, Philip
Marlowe en algunas de ellas, y la mayoría están narradas en primera
persona. En los cuentos aparecen todos los personajes y ambientes típicos del
género; chantajistas, policías y políticos corruptos, delincuentes de gatillo
fácil, mafias del juego o apuestas ilegales etc. La trama argumental es siempre
algo enrevesada, con multitud de nombres y personajes secundarios y con el
habitual tono de apariencia engañosa que se resuelve, a veces de manera algo
forzada, en el típico desenlace sorprendente. El lenguaje es claro, directo y brusco,
con diálogos a base de frases lacónicas o propias de la lengua vulgar y un tanto
chulesca, típica de los ambientes delictivos. Tanto en éstos como en las
descripciones abundan los sobrentendidos, sin dificultad para un norteamericano
pero no tanto para un lector latino. Por eso la novela negra se adapta
bien al lenguaje visual cinematográfico que evita prolijas descripciones y
reduce al mínimo los aspectos implícitos en la trama.
Al ser una colección de relatos breves,
hemos iniciado este libro en mi club de lectura como alternativa para cubrir
lagunas temporales entre novelas más extensas aún por recibir. Me sorprendió
que fuera acogido con frialdad general y prontamente abandonado a pesar de ser
el policiaco un género hasta cierto punto ligero e intrascendente. Las razones aducidas para este desafección se
explican parcialmente por las dificultades antes indicadas que percibí
claramente durante la lectura. Es verdad que la novela negra no se
adapta bien a la estructura del relato corto porque la complejidad argumental,
que es uno de sus atractivos, es difícil de encajar en un formato que necesariamente obliga a
limitar los diálogos y los recursos descriptivos. Pero en mi opinión hay algo
más que tiene que ver con un enfoque distinto en la lectura. En resumen, se
trata de comprender que no es necesario seguir de forma minuciosa la intrincada
trama argumental, que sólo es un medio para mantener nuestra atención hasta
el final, y centrarnos en lo ya comentado y verdaderamente importante en este
tipo de novelas, es decir, el ambiente de violencia, injusticia y corrupción
política que imperaba en la sociedad norteamericana de los años 30. En la serie
negra, deberíamos olvidar un tanto su carácter de literatura de evasión y
valorarla más como retrato social de una determinada época y lugar.
Para terminar una nota curiosa. En la
traducción de los relatos de este volumen
se alterna un traductor español con otro sudamericano y así vemos como las chaquetas se convierten en
sacos y las faldas en bombachas. Un pequeño inconveniente que se
añade a los anteriores y desmotiva un tanto cuando imaginamos a Marlowe hablando en argot argentino. Y a pesar de todo me ha gustado Raymond Chandler
y supongo que sus dos grandes novelas deben ser superiores a estos relatos,
pero no prometo leerlas, conozco de sobra el argumento.
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