En la
promoción de un libro, una portada bien diseñada y un sugerente resumen de
contraportada suelen ser decisivos para despertar en el lector evocaciones y asociaciones que lo hagan
atractivo. Si prestamos la adecuada atención a estos dos elementos accesorios
podemos deducir o intuir aspectos que nos inciten a la lectura, pero también
quedar atrapados, y después defraudados,
por equívocas sugerencias. Esto último es más frecuente en cuanto a los textos
de contraportada, necesariamente sintéticos y de una calculada ambivalencia,
diseñados para satisfacer todos los gustos y atraer al mayor número de lectores
posible. Y todo ello viene a cuento porque el libro que hoy comentamos es muy
explícito en su portada pero parcial y deliberadamente engañoso en el sumario
final donde se cataloga como “síntesis de novela de intriga y novela de
reflexión”, y el orden de los calificativos no es aquí casual sino
intencionado como se verá después.
El autor es José María Vaz de Soto (1938), licenciado en Filosofía y Letras,
catedrático de Literatura, asiduo colaborador en artículos de prensa y autor de
algo más de una docena de novelas. Parece que su especialidad son las llamadas novelas
intelectuales o de ideas, un tipo de relato en el que las reflexiones de los protagonistas son
el elemento más destacado de la trama. Y quizás por su formación académica, el
escritor se inspira y rinde homenaje a los clásicos diálogos platónicos
adoptando este formato narrativo en muchas de ellas, lo cual queda explícito en
algunos títulos como Diálogos del
anochecer (1972) o Diálogos de la alta noche (1982).
Sevilla,
estación Términus (2009) remite una vez más a ese mismo esquema. Siguiendo
de nuevo el resumen; dos viejos amigos, que llevan tiempo sin verse, se reúnen
en Sevilla que en esta ocasión, y por sus circunstancias personales, simboliza
el fin del viaje, de la experiencia vital compartida entre ambos. Desde su
encuentro inician un diálogo apenas interrumpido por la aparición ocasional de
otros personajes que pronto nos parecerán accesorios, meros comparsas
destinados a aliviar la profundidad de ciertas reflexiones y dar sensación de
natural progresión de la trama argumental. Y sí, es verdad que en el último
tercio del relato se produce un crimen que afecta sólo de forma tangencial a
los protagonistas; un enigma cuya solución se resuelve con prontitud y no
consigue generar la intriga necesaria para añadir ese calificativo a la novela.
Así parece entenderlo el escritor cuando no reserva el desenlace de la trama
policial para el final, lo habitual en este tipo de novelas, sino que plantea
el caso y su resolución como un paréntesis, tras el cual se perpetúan los
diálogos.
Los dos temas en torno a los cuales giran
todas las reflexiones son la enfermedad y la muerte, asuntos que parece ser
obsesivos y recurrentes en la obra del escritor. Y más allá de la muerte, el
afán humano por la trascendencia, la propia existencia de Dios o su necesidad,
pero también el amor y el sentido de la vida. Entre esos temas de tipo
filosófico, los protagonistas abordan variantes de los mismos como el suicidio o la eutanasia, o conversan sobre
asuntos más pragmáticos como el divorcio y el matrimonio, el deterioro actual
de la enseñanza, la pérdida de valores éticos, o la crisis económica. En cuanto
a los temas trascendentes, sus opiniones parecen trasunto de las ideas del
escritor; son eclécticas y sobre un fondo filosófico de claro predominio
existencialista y agnóstico, podemos encontrar toques y matices de estoicismo,
epicureísmo y escepticismo. El lenguaje
de estos diálogos es sencillo y próximo a lo divulgativo, y las citas a
filósofos y poetas son pertinentes y muy
precisas por ilustrativas.
Concluyendo lo anterior, no me parece una
novela de intriga. En cuanto a las reflexiones, resultan interesantes e incluso
las comparto en gran medida pero, en mi opinión, serían más adecuadas al género
literario del ensayo. De otra parte, la extensión de la novela, de
cuatrocientas páginas, sin verdadero soporte en la ficción narrativa, obliga a
la repetición de ideas y termina agotando al lector. Al final los
protagonistas, después de elevarse y conversar sobre todo lo divino y humano,
bajan a tierra y enfrentados a sus problemas optan por soluciones prácticas y
un poco prosaicas.
No pretendo desalentar a potenciales
lectores. Aunque me parece algo frustrada como novela, su lectura resulta
atractiva y valorable en muchos aspectos, a condición de retirarle las falsas
etiquetas y aceptar que estamos ante un moderno diálogo al estilo de los
platónicos.