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martes, 30 de agosto de 2016

VIENTO DEL ESTE, VIENTO DEL OESTE. Pearl S. Buck

El concepto de libro, entendido como soporte físico de la obra literaria impresa, está actualmente en revisión tras la aparición de nuevos formatos como el libro electrónico (e-book) o el audiolibro. En la evolución hacia esas modernas técnicas de edición somos aún muchos los lectores que nos aferramos a la tradición. Nos gusta el libro como objeto, valoramos su presentación en la portada, su estructura  en la encuadernación, calidad del papel o caracteres tipográficos. Nos deleita el olor de sus páginas nuevas cuando las desplegamos en esa primera y quizás única lectura que nos abre a nuevos mundos. El libro de papel impreso tiene además una cualidad que me impresiona –valga la redundancia- y  es que envejece con nosotros, como propio en nuestra biblioteca u olvidado y ajeno en los anaqueles de las librerías de viejo. Me refiero a esos libros que, aún con buen uso, tienen ya las sobrecubiertas rozadas y agrietadas en los bordes, cuyas hojas han perdido la tersura y el blanco virginal, que adquieren con los años una textura ligeramente rígida y rugosa, una tonalidad de suave ocre y sobre todo un olor especial e indefinible pero no desagradable. En fin, esos libros usados son una metáfora del paso del tiempo, la expresión del saber y la cultura sedimentada, la serena desilusión ante el desenlace ya conocido, trasunto de nuestro propio escepticismo vital, pero también un evocador retorno a las ilusiones juveniles. 
Esta introducción de claro matiz nostálgico me la inspira la novela de hoy que fue superventas hace muchos años pero no leí entonces. Ahora la vuelvo a encontrar y me reclama su lectura como asignatura pendiente de aprobado. Su portada quedó grabada en mi memoria como otras muchas de aquella colección que fue muy popular en los años 60 y 70 del pasado siglo. Me refiero a la Reno (Plaza & Janes), una serie de libros de bolsillo muy económica, de hojas sin coser unidas al lomo por cola y encuadernada en rústica tapa blanda, pero con unas sobrecubiertas muy coloristas que representaban las escenas más destacadas o dramáticas de la trama argumental. Con esos libros conocí en mi juventud a escritores como W. Faulkner o J. Steinbeck, y aún conservo en mi biblioteca títulos como Sinué el egipcio (M. Waltari) o Chacal (F. Forsyth), en buen estado de conservación.
Pearl S. Buck (1892-1973), fue una de las estrellas de Reno, que llegó a editar, junto a esta novela, hasta 16  de sus títulos más conocidos, entre otros La buena tierra (1931), La madre (1934) y La estirpe del dragón (1942). La escritora norteamericana era hija de misioneros presbiterianos establecidos en China y vivió cuarenta años de su vida en ese país. Fue educada por su madre y un tutor chino y dominó desde la infancia el idioma inglés y el mandarín. Su profundo conocimiento de la cultura china y sus tradiciones la indujo a divulgar sus valores en el mundo occidental y a ese fin dedicó la mayoría de su obra literaria. Una tarea que llevó también al terreno del activismo social, concretado en la fundación de una agencia de adopción de niños asiáticos y en  la  Asociación East and West, dedicada al intercambio cultural entre oriente y occidente. Quizás como reconocimiento a esta labor divulgativa recibió el Premio Nobel de Literatura en 1938.     
Viento del este, viento del oeste (1929) fue la primera novela de la escritora. Se trata de una historia intimista narrada en primera persona por la protagonista Kwei-Lan, una joven de 17 años, hija de una familia perteneciente a la antigua aristocracia imperial, educada en los valores tradicionales y preparada para ser una buena esposa en un matrimonio concertado desde su nacimiento. Su marido por el contrario se formó como médico en Estados Unidos y tiene una mentalidad moderna y occidental. El fuerte contraste entre las dos formas de entender la vida y la relación matrimonial provocará en la esposa una lucha interna de sentimientos enfrentados que finalmente superará, al tiempo que en su propia familia se desarrolla un intenso drama provocado por el mismo enfrentamiento cultural.
Aunque no se dan referencias temporales ni espaciales, la narración está  ambientada en la China de comienzos del  siglo XX. Unas décadas antes el país había iniciado su apertura a occidente, no exenta de conflictividad política. La protagonista cuenta sus vivencias y dirige sus confidencias a una amiga, a la que llama hermana, extranjera pero conocedora de las costumbres orientales, que bien pudiera ser la propia escritora. El lenguaje es sencillo y directo al tiempo que emotivo.
El relato destaca la rigidez protocolaria en las normas de conducta de la sociedad china y describe sus costumbres, matizadas por la visión ideal y poética de la protagonista, en un tono amable que incita a la comprensión, la tolerancia e incluso cierto grado de admiración. No obstante, la escritora no puede evitar la vanidosa exhibición de superioridad cultural, tan típica de la mentalidad misionera y colonial occidental, cuando en los avatares de la historia se resalta la utilidad de la moderna medicina occidental y se reduce la oriental a meras prácticas supersticiosas.
Cuando fue editada la novela tuvo la virtud de suscitar el interés del lector occidental por la cultura china. Al español llegó algo más tarde y fue muy comentada entre los jóvenes de los años 60. Ahora, el paso del tiempo ha desvaído sus páginas y atenuado el interés y la emotividad de la historia narrada. Y pese a todo, sigue siendo un buen libro que merece ser recomendado.
Para terminar una aclaración. Ha sido la antigua portada del volumen editado por Reno, escaneada en Internet, la que ha despertado mis recuerdos y provocado las reflexiones en torno a los libros de la colección. Pero, tengo que confesarlo, no he tenido en mis manos el viejo ejemplar impreso, lo he leído en formato electrónico. De nuevo la tradición, el progreso y la evolución. Viento de ayer, viento de mañana.

miércoles, 24 de agosto de 2016

MI VIDA QUERIDA. Alice Munro

Antes de iniciar el comentario de una obra suelo recoger de forma somera algunos datos biográficos del escritor que me ayudan a contextualizar la lectura, pero evito consultar otros comentarios o críticas sobre la misma para que mis propias opiniones no resulten condicionadas por las de otros. La de hoy es una clara excepción a ese veto previo que me impongo, porque esta colección de cuentos me ha dejado sin ideas, sin palabras, literalmente in albis-que dicen los latinos-y no precisamente por fuerte impresión o impacto emocional. Será necesario, pues, recurrir más de lo que quisiera a ideas y opiniones ajenas.
No conocía a Alice Munro (1931) y resulta que esta veterana escritora fue galardonada con el Nobel de Literatura en 2013. Nació en Ontario, la región de los Grandes Lagos norteamericanos. Era hija de granjeros y parece que su infancia se vio afectada por las penurias económicas propias de la gran depresión y las posteriores restricciones en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Ha vivido dos matrimonios y varios cambios de residencia pero siempre en Canadá. A partir de los años 70 se estabilizó de nuevo en su región natal y se consagró como escritora. Su especialidad son los relatos cortos que ha agrupado y editado en sucesivas colecciones. Creo que sus cuentos están claramente marcados por la propia biografía y, si la repasamos,  encontraremos reflejados en ellos los lugares, el ambiente social y quizás experiencias o impresiones de su infancia y juventud.
           Mi vida querida (2012) es su última colección de cuentos. Está integrada por diez relatos y, a modo de apéndice final, otros tres que la autora califica de autobiográficos y parecen una confesión de sentimientos y sensaciones en torno a los recuerdos de su infancia.
                     La mayoría de las historias están ambientados en pueblos de Ontario o la Columbia Británica. Pequeñas villas rurales de ambiente un tanto opresivo, donde todo el mundo se conoce y nunca pasa nada especial, que recuerdan a los pueblos del medio oeste norteamericano. Comunidades que aún respiran la atmosfera puritana de los primeros colonos, bajo la dirección de pastores evangelistas, anglicanos o unitarios. Los narradores son múltiples, omnisciente en tercera persona, narrador testigo, y en muchos casos enfocados desde la perspectiva de una narradora protagonista en primera persona, niña o joven, que cuenta vivencias de su infancia o juventud, a veces como recuerdos cuando ya son adultas. El marco temporal predominante son los años 40 y 50 del pasado siglo, años de depresión económica como se ha dicho; con cierta similitud al mismo periodo histórico que en nuestro país se dio en llamar la España en blanco y negro. El tren aparece en muchos relatos quizás como símbolo del viaje como devenir de la vida o como ilusionada huida hacia otra vida posible.
          Dicen los críticos y admiradores de la escritora que su prosa es natural, cercana al lector y abundante en elipsis que buscan su complicidad. Que estas historias giran casi siempre en torno al amor. Que exploran las relaciones humanas en contextos cotidianos. Que sus personajes  se dejan arrastrar por la inercia de los acontecimientos y se caracterizan por la inacción. Por esto, y por la calidad y el crudo realismo de los relatos, se ha llamado a Alice Munro, la Chejov canadiense.
          Naturalmente estoy de acuerdo con estas apreciaciones, sería presunción por mi parte no compartirlas. Pero añadiré que los frecuentes vacíos o elipsis, quizás fáciles de rellenar por un lector canadiense, suponen una cierta dificultad para lectores menos familiarizados con las costumbres y ambiente de ese país. Que el amor que trasciende los relatos suele ser frustrado o insatisfecho, y en ocasiones con matices crueles. Que las relaciones interpersonales, descritas con frio realismo, quedan despojadas con frecuencia de emotividad. Que los giros inesperados, un elemento característico del relato breve, son a menudo previsibles.
          Es normal que en una colección de cuentos, cada lector tenga sus favoritos. Los míos son estos: Corrie, el amor defraudado que se mantiene por inercia. Admunsen, la relación entre una joven y un hombre maduro en un entorno triste. Llegar a Japón, el viaje de una mujer casada en pos de una ilusión. Grava, el sentimiento de culpa que se arrastra toda una vida. Como siempre, lamento ser tan poco explícito. Me lo agradecerán quienes quieran leer estos relatos.
         En fin, cuando un libro como este me deja algo insatisfecho, más si se trata de una autora consagrada y elogiada por la crítica especializada, siempre sospecho de mi propia ignorancia o capacidad de análisis. Quizás tampoco he sintonizado con la sensibilidad de la escritora o con una mentalidad tan distinta de nuestra mentalidad latina. En cualquier caso tengo que admitirlo, estos relatos me han dejado frio y no han conseguido engancharme en una lectura casi de tirón, algo que me pasa con muchas otras colecciones de cuentos. En mi opinión les falta esa chispa indefinible que atrae y atrapa en la lectura. Deseo a futuros lectores mejores sensaciones que la mías.  

sábado, 6 de agosto de 2016

OBRA POÉTICA. Baltasar del Alcázar

Tengo que reconocer mi deuda con este antiguo poeta sevillano del que he tomado en préstamo parte de sus señas de identidad. Para empezar, titulé mi blog con el nombre del personaje que encabeza su poema más conocido, el que empieza con los versos: En Jaén donde resido/vive Don Lope de Sosa.. Más tarde seguí  utilizando ese literario pseudónimo en las redes sociales, y  para rematar la faena puse como foto de mi perfil el único retrato conocido del poeta, un dibujo publicado nada menos que en 1599. En el retrato aparece avejentado, con barba cana, engolado a la moda de su tiempo y ostentosamente laureado de una fama literaria que, según dicen, acaso no traspasó los límites de su ciudad natal. Estas apropiaciones las justifico por mi inicial recelo hacia la red y la intención de mantener el anonimato. Ahora cuando, a pesar de todas esas precauciones, Google me conoce bastante más de lo que debiera y me felicita por mi cumpleaños, me busca amigos o conoce mis aficiones, me alegra pensar que al menos no puede utilizar mi imagen y nombre real. He mantenido pues esa pequeña usurpación de personalidad que me exonera de pagar derechos de imagen o de autor, inexistentes en el siglo XVI.