Posiblemente
no sea ésta la mejor novela de Mario
Vargas Llosa (1936) pero es quizás la más popular, una superventas
editorial, versionada al cine aunque con escaso éxito y un título ya clásico,
de esos dos o tres que todo buen lector puede recordar y citar entre la
producción narrativa del escritor.
Sobre su
biografía no insistiré por ser muy conocida. En lo literario; el Nobel
(2010), el Cervantes (1994), el Príncipe de Asturias (1986) y un
sinfín de premios más. Participó en política como candidato a la presidencia de
su país en las elecciones de 1990, y aún en la actualidad, ya octogenario,
sigue siendo un personaje mediático, muy visible en entrevistas de radio y
televisión, participaciones en prensa e incluso protagonizando los ecos de
sociedad. Su nación de origen es la impronta que marca la mayoría de sus
novelas que reflejan sus propias vivencias o su percepción sobre la sociedad
peruana y están ambientadas en las diversas regiones que integran Perú; la
selva amazónica, el altiplano andino y la costa. Pero Vargas Llosa ha
vivido gran parte de su vida en España, Francia o Suiza, y la dimensión
europea también es evidente en su obra y lo convierten, junto con el cubano Alejo
Carpentier, en uno de los más cosmopolitas entre los escritores
hispanoamericanos, y quizás por eso uno de mis preferidos. De sus novelas
peruanas he leído La ciudad y los perros (1963), Lituma en los Andes (1993)
y ésta que comento hoy. De su última etapa, más abierta a nuevas ideas y
ambientes, de temática más diversa y menos sujeta a ataduras localistas, destacaré
La fiesta del Chivo (2000) y El sueño del celta (2010), la que
más me ha gustado hasta ahora y también la más europea, si se acepta este
calificativo aclaratorio aunque algo simplista.
Pantaleón y las visitadoras (1973) es
una novela de humor, así lo reconoce el propio autor en el prólogo. Basada en
hechos reales datados en 1958, cuando el ejército peruano organizó un “servicio
de visitadoras”, eufemismo que servía para encubrir a un grupo de
prostitutas destinadas a mitigar las ansias sexuales de las aisladas
guarniciones amazónicas. A partir de esa realidad el escritor construye una
genial farsa que roza el esperpento y encubre los aspectos morbosos de la
historia con una gruesa capa de ironía. La comicidad y los aspectos ridículos
del relato no ocultan sin embargo una velada crítica de la hipocresía en la sociedad peruana y sus instituciones
más dignas, la militar, la iglesia, autoridades civiles y prensa, ante el hecho
de la prostitución, rodeado de prejuicios morales, condenas religiosas y
aparente rechazo social al tiempo que tolerado a condición de permanecer en la
ilegalidad.
El
protagonista de la historia es Pantaleón Pantoja, un capitán de
intendencia del ejército con fama de eficiente, al que encargan la tarea de
organizar a las visitadoras manteniendo oculto el carácter militar del
servicio. A pesar de su inicial rechazo, por ser hombre de firmes convicciones morales,
se entrega a la tarea, mantiene en secreto la misión ante su familia, se
introduce en los ambientes
prostibularios, organiza de la mejor forma posible ese mundo de
prostitutas y proxenetas e intenta evitar como puede la publicidad. Pero una
organización eficaz en medio de un ambiente corrupto e hipócrita tiende al
colapso, y pronto el capitán será desbordado por la magnitud que adquiere su
obra y una serie de acontecimientos lo conducirán al fracaso. La trama
argumental queda patente desde el principio y su desenlace es previsible, pero
lo importante aquí es la comicidad inherente en su desarrollo y las situaciones
ridículas que aparecen conforme avanza la acción.
Otro
aspecto importante a destacar en la novela es su original estructura. A Vargas
Llosa se le considera un innovador en la experimentación técnica de nuevas
posibilidades narrativas y estilísticas y en esta ocasión demuestra de nuevo su
maestría. La acción trascurre de forma lineal en el tiempo pero se enfoca de
forma simultanea sobre distintos personajes y lugares, que se suceden en
escenas de forma alternante mediante pequeños párrafos, a modo de flash cinematográficos.
Los diálogos son abundantes y la voz narrativa, en tercera persona, se limita a
introducir entre ellos pequeñas acotaciones, que recuerdan mucho a las que se
hacen en los textos teatrales, para describir con frases cortas, los gestos,
acciones o sensaciones del personaje que habla, siempre utilizando el presente
como tiempo verbal. Un ejemplo ilustrativo es el siguiente: “Calma,
mamacita, no llores, te suplico, no tengo tiempo ahora – le pasa el brazo por
los hombros, la acariña, la besa en la mejilla Panta – .Perdóname si te levanté
la voz. Ando un poco nervioso, no me hagas caso”. Tampoco es el narrador quien
describe los hechos que se suceden en la trama sino que se presentan, de forma
parecida a la epistolar, a través de partes militares, artículos de prensa,
entrevistas de radio o cartas entre los distintos personajes. Y a pesar de la
aparente complejidad estructural, el relato es fluido y fácil de seguir por el
lector. Los pocos términos propios del argot peruano no son una
dificultad añadida porque no se abusa de ellos.
Se trata en
suma de una historia amena y divertida, amable en la crítica, que nos introduce
en el ambiente de la selva amazónica y en la mentalidad de sus gentes, con el
sello estilístico propio del escritor peruano. Para finalizar, no me resisto a
mostrar un ejemplo de su humor irónico cuando, en uno de los grandilocuentes
artículos de prensa, se cita una funeraria de nombre “Modus vivendi”.
En fin,
novela muy recomendable para pasar un buen rato y disfrutar al mismo tiempo de
su calidad literaria.
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