La
irlandesa Kate O’Brien (1897-1974)
es una de esos escritores que, tras unos primeros éxitos editoriales, son
paulatinamente olvidados hasta que la posteridad reconoce su valía literaria,
generalmente de forma póstuma. Su producción narrativa, no demasiado extensa,
se editó en las décadas de los 30 y 40 del pasado siglo. Mala época para
reivindicar la independencia femenina y la resistencia anti-fascista, o denunciar la opresiva moral religiosa, algunos de los rasgos que, según los estudiosos,
parecen definir parte de su obra. Ese feminismo incipiente o quizás sus
relaciones homosexuales no debieron favorecerla, y creo que dos de sus libros
fueron prohibidos en Irlanda y uno en España. Tras muchos años de oscuro
olvido, en la década de los 80, la crítica literaria feminista promovió la
reedición de su obra, reconociendo su activismo pionero y destacando en muchas de sus
novelas el acertado tratamiento de los personajes femeninos. Durante su formación juvenil, la escritora trabajó dos años como institutriz en Bilbao y
parece que esa estancia en nuestro país (1922-23) tuvo repercusión en el
aspecto creativo. La novela autobiográfica Mary Lavelle (1936) está basada en sus experiencias en Euskadi, y
ésta que comentamos hoy parece ser el fruto de sus amplios conocimientos sobre
la realidad y la historia española.
Esa dama (1946) es una novela biográfica centrada en el
personaje de Ana de Mendoza (1540-1592), más conocida como princesa
de Éboli, una de las mujeres más más poderosas e influyentes de su época.
Perteneciente a una familia de la alta nobleza castellana, su elegante y fría
belleza, junto al inquietante parche del ojo derecho, ha quedado reflejada en
muchos retratos, en tanto que su figura histórica está rodeada de un cierto halo de misterio.
Se sabe a ciencia cierta que fue casada muy joven, a petición del rey, con Ruy
Gómez uno de sus secretarios favoritos. Que tuvo diez hijos y enviudó a los
33 años y, tras varios más de retiro, se reincorporó a la corte de Madrid donde
parece que tuvo un papel influyente hasta que se vio implicada en las intrigas
políticas que se desataron tras el misterioso y no resuelto asesinato de Juan
de Escobedo, secretario de Don Juan de Austria, el hermano bastardo
de Felipe II. Las habladurías cortesanas le atribuyeron relaciones
amorosas con el rey y con su secretario, Antonio Pérez. Cayó en
desgracia junto con este último y sufrió prisión en la torre de Pinto y la
fortaleza de Santorcaz, hasta terminar recluida y casi emparedada en su palacio
ducal de Pastrana.
La novela
se centra en ese periodo final de su
vida, entre 1576, en el cenit de su esplendor cortesano, y el posterior ocaso
que termina con su muerte en 1592. La escasez de documentación histórica
permite fabular sobre el carácter del personaje y la finalidad última de sus
actos. Esto lo aprovecha la escritora para dibujar su personal retrato
psicológico de la princesa, destacando su condición de mujer independiente, con
ideas que actualmente consideramos progresistas pero rozan lo anacrónico si
se sitúan en su contexto histórico. Es también descrita como orgullosa y rebelde frente a las
imposiciones de la moral o la opinión pública, al tiempo que generosa y fiel a sus principios.
En el
preámbulo, Kate O’Brien nos advierte que la novela es pura ficción y
rechaza el calificativo de novela histórica pero a continuación hace notar que:
“Todos los personajes del libro son reales y me he ajustado a las líneas
maestras históricas de los acontecimientos en los que intervinieron”. Esto
último es importante porque mediante los diálogos de los protagonistas o la voz
del narrador en tercera persona nos vamos introduciendo en los hechos más
relevantes del reinado de Felipe II; la equivocada política que dio
ocasión a la rebelión de los Países Bajos y la prolongada guerra de Flandes; la
represiva intervención del duque de Alba en este conflicto y el papel
que jugó en el mismo Don Juan de Austria; la complicada política europea
de Felipe II y el dubitativo carácter del llamado rey prudente; las
bancarrotas consecutivas y la miseria de Castilla que fue soporte y víctima de
esa política imperial. Y sobre todo esto, el asesinato de Escobedo,
nunca esclarecido y con fuertes sospechas que implicaban al monarca. Un asunto
que, junto a la prematura muerte del heredero, Don Carlos, ensombreció
el reinado de Felipe, y fueron el origen de la Leyenda Negra propagada
inicialmente por Antonio Pérez desde el exilio.
En fin, no quiero
contradecir a la escritora y dejo para críticos expertos la cuestión taxonómica.
Sea biografía novelada, novela histórica o ninguna de las dos, se trata ante
todo de una ficción amena y bien construida, que mantiene la atención del
lector a pesar del previsible final, y con un interesante componente de
divulgación histórica. Como crítica negativa solo destacaré el retrato benévolo
que se ofrece de Antonio Pérez en clara oposición a las fuentes
históricas.
La princesa
de Éboli sigue siendo esa misteriosa mujer que nos mira con su único ojo,
bella y engolada, desde el famoso retrato erróneamente atribuido a Alonso
Sánchez Coello. Bajo el punto de vista histórico creo que bien merece el
beneficio de la duda.
Estupendo y documentado comentario como siempre. Gracias don Lope de Sosa por ilustrarnos tan acertadamente.
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