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miércoles, 28 de marzo de 2018

MESSA DA REQUIEM. Giuseppe Verdi


En fechas recientes la Universidad de Jaén celebró su 25 aniversario con la programación del Requiem de  Giuseppe Verdi en la Catedral. Se trata de una obra de gran exigencia interpretativa, que tradicionalmente ha supuesto un enorme reto para solistas, coros y orquesta. En esta ocasión fue interpretada por  un coro mixto, el de la Universidad de Jaén y el de la Ópera de Granada, con la Orquesta de la Universidad de Jaén en la parte instrumental, y con los solistas Carmen Solís (soprano), Mirouslava Yordanova (mezzosoprano), Pancho Corujo (tenor) y Francisco Crespo (bajo), dirigidos por Ignacio Ábalos Ruiz.
         Sí el de Mozart es quizás el más popular de los Requiem, el de Verdi es el más espectacular, en mi opinión. Se ha dicho del mismo que es una ópera con formato de música sacra y que Verdi, reconocido anticlerical y agnóstico, no pretendía expresar en su obra la confianza en la salvación sino su angustia y rebeldía ante la muerte. De ahí el énfasis musical en los pasajes más dramáticos del texto litúrgico, tales como el Dies Irae, ese terror de las almas ante el Juicio Final que se repite como leitmotiv durante el desarrollo de la obra hasta el último pasaje, cuando reaparece como una terrorífica explosión poco antes de que la angustiada e insistente súplica de la soprano, libera me, quede en el aire mientras se apaga la música, en un final inquietante que parece mantener la duda sobre la salvación que se pide en el primer pasaje: “Requiem aeternam dona eis, Domine”.
         Como aficionado a este tipo de música coral no pretendo analizar y criticar la actuación de los solistas, coros y orquesta, en la interpretación que nos ocupa; y además sería muy osado, dada mi escasa o nula cualificación técnica en todo lo referente a canto e interpretación musical. Sí puedo decir que me pareció en su conjunto un espectáculo grandioso; a señalar el brillante y dramático predominio de los instrumentos de viento en la parte instrumental, también el equilibrio y armonización entre coros y orquesta. En cuanto a los solistas, creo que estuvieron a la altura del reto. En particular quiero destacar al bajo, y la soprano de voz clara y brillante, aunque no estoy seguro que se sobrepusiera en volumen a los coros en el pasaje final, tal como lo exige la composición verdiana, si bien es cierto que la mala acústica de la Catedral pudo tener alguna culpa en ese sentido. También eché de menos un poco de más énfasis dramático en la primera frase de ese último movimiento, el “Libera me, Domine, de morte aeterna”, que en otras audiciones la soprano canta casi como una demanda angustiada antes que humilde súplica. 
         En fin, creo que  el público quedó  muy satisfecho con la interpretación de este Requiem de Verdi. Por mi parte añadiría mi deseo de poderlo disfrutar de nuevo en un futuro no muy lejano, a ser posible en un teatro o sala de conciertos. Perderíamos en cuanto al típico marco incomparable lo que ganaríamos en mejor acústica.
          Al margen de lo dicho hasta ahora, quiero criticar la pésima organización del evento. Es verdad que la entrega previa de entradas de invitación parecía indicar un intento de organizar el caos que reiteradamente sufrimos en este tipo de conciertos gratuitos. Por desgracia no fue así. Algunos asistentes estuvimos en cola hasta una hora antes con la esperanza de conseguir un asiento más cercano a la orquesta y coros, y tuvimos que ver como se abrían tres puertas de la Catedral al mismo tiempo, apenas se solicitaba la entrada, y el público entraba en tromba sin respetar turno alguno. La solución parecía fácil, una sola puerta abierta y algunas vallas para establecer un orden de acceso, pero una vez más la improvisación y el mal hacer de los responsables frustraron cualquier intento de orden.
         Comprendo que la gratuidad de un espectáculo es un elemento fundamental para divulgar la cultura, musical en este caso. Pero en aquellos que por su popularidad convocan a gran cantidad de público debería establecerse un precio de entrada, aunque fuera pequeño, como forma de discriminar el verdadero interés de los asistentes. Puede parecer ésta una opinión elitista, pero la comprendería quien hubiera tenido que contemplar y soportar, a su lado o delante, los arrumacos de una pareja de novios desentendidos del Agnus Dei, o los esfuerzos de una madre por distraer con un muñeco a su niña pequeña  mientras se cantaba el Ingemisco.
         Lamento terminar el comentario con esta amarga crítica de aspectos ajenos al magnífico Requiem que disfrutamos y agradecimos todos los buenos aficionados a la música clásica.
        


martes, 13 de marzo de 2018

LA GUERRA DEL GENERAL ESCOBAR. José Luis Olaizola


Hasta el momento no he conseguido encontrar una definición clara del subgénero literario conocido como novela biográfica. Tampoco puedo asegurar que biografía novelada sea un término sinónimo del anterior. Incluso no parece haber acuerdo en cuanto a su encuadre en un determinado género, aunque algunos la incluyen dentro de la novela histórica. En cualquier caso, este tipo de narraciones, en torno a un personaje real, suelen mezclar la ficción y la interpretación libre sobre determinadas actitudes o aspectos de su personalidad, con la veracidad de los hechos históricos que protagonizó. Si nos atenemos a estas dos características, estamos ante una muy buena novela biográfica, quizás la obra más conocida del escritor vasco José Luis Olaizola (1927), ganadora del Premio Planeta el mismo año de su publicación.
La historia del coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar Huerta (1879-1840) fue intencionadamente ocultada durante el periodo franquista. En los comienzos de la democracia se inició una tímida reivindicación de su dimensión histórica en publicaciones como “Cambio16” y alguna que otra revista de historia. Pero no fue hasta 1983, dos años después del intento golpista de Tejero, cuando esta novela rescató del injusto olvido a Escobar, quizás como antítesis del anterior, y popularizó su figura entre los lectores, tanto que un año más tarde fue seguida de su versión cinematográfica, interpretada por Antonio Ferrandis.
El coronel Escobar, luego ascendido a general, fue sin duda, frente a la traición de los sublevados, un ejemplo de lealtad al gobierno de la II República. Su decisiva intervención a favor del orden legítimo, en Barcelona durante la jornada del 19 de julio del 36, evitó el triunfo del golpe militar en Cataluña aunque no pudo evitar el caos impuesto por las milicias anarcosindicalistas en los meses siguientes. Una lealtad republicana que mantuvo hasta el final de la guerra y  le costó la vida, tras la derrota de 1939. Lealtad tanto más meritoria, si cabe,  por ser hombre de ideas conservadoras y fuerte convicción católica, con hermanos e hijos guardias civiles en ambos bandos, e incluso un hijo falangista que murió luchando en el bando nacionalista. A pesar  de esos antecedentes, las autoridades republicanas no dudaron de su profesional imparcialidad y le asignaron sucesivas misiones durante el curso de la guerra, a resultas de las cuales fue herido gravemente en dos ocasiones. Terminada la contienda  se negó a huir por creer que sólo había cumplido con su deber. Fue jugado por los vencedores en consejo de guerra, acusado paradójicamente  de rebelión militar, y fusilado en el castillo de Montjuic meses antes que el presidente de la Generalitat, Lluis Companys. También resulta una injusta paradoja que el nacionalismo catalán convirtiera en mártir a éste último y olvidara al hombre que le salvó la vida al comienzo de la sublevación militar.
La guerra del general Escobar (1983) está narrada en primera persona por el propio protagonista, que escribe unas ficticias memorias durante su prisión en espera de ejecución de sentencia. El lenguaje es austero y sencillo, sin florituras literarias, el que correspondería a un militar. En sus opiniones y juicios de valor no oculta sus ideas pero manifiesta una estricta neutralidad respecto a los que deberían ser sus contrarios políticos, siempre amparado en el cumplimiento del deber y una cierta piadosa comprensión. Y sin embargo, el relato no resulta frío como pudiera pensarse por lo dicho, bien al contrario, desprende una emotividad contenida y hasta cierta dosis de humor.  Todo ello tiende a destacar en el personaje la serenidad frente a un destino dramático, amparado en el fervor religioso que parece ser su refugio y consuelo.
Aunque es imposible desligar al protagonista de los hechos históricos que vivió, no estamos ante una novela de guerra. Es la historia de un hombre que sufre la guerra enfrentado a conflictos éticos, conciencia o deber, lealtad o traición, en unos tiempos en  que la trágica lucha fratricida convertía en imprecisos los límites entre esos principios y un error de cálculo podía ser fatal.
El retrato del personaje que nos ofrece el escritor, aún con cierto tinte hagiográfico, es verosímil y convence al lector. En el plano histórico el relato es riguroso y sin sospecha de parcialidad. En suma, se trata de una buena novela que se lee con agrado, y un merecido homenaje a un hombre de mérito que había sido injustamente olvidado.

domingo, 4 de marzo de 2018

GABRIELA, CLAVO Y CANELA. Jorge Amado


Las primeras frases de esta novela son rotundas: “Esta historia de amor por curiosa coincidencia…, comenzó el mismo día claro, de sol primaveral, en que el estanciero Jesuíno Mendonza mató a tiros de revólver a doña Sinházinha Guedes Mendonza, su esposa”. Como no recordar, desde el principio mismo de la lectura, los comienzos en las novelas de Gabriel García Márquez, potentes y sugerentes, capaces de atraer la curiosidad del lector desde las primeras líneas. Y, sin embargo, Jorge Amado (1912-2001) no fue un imitador del genial escritor colombiano, a la inversa, la crítica literaria le reconoce como uno de los precursores del realismo mágico en la moderna literatura latinoamericana. Es verdad que en esta novela  no se aprecia esa intención de hacer verosímil y otorgar carácter común y cotidiano a lo fantástico e irreal, el rasgo más definido de este movimiento estilístico. Pero sí podemos encontrar aquí esas descripciones intensamente sensoriales que apelan a la sensualidad, o la sensación de detención del tiempo cronológico mientras fluyen los pensamientos de los personajes, rasgos igualmente típicos del realismo mágico.
         Gabriela, clavo y canela (1958) es la obra más popular entre la extensa producción del escritor brasileño. La más premiada, más traducida y más versionada en cine y televisión. Desde el mismo comienzo del relato, el narrador omnisciente nos aclara que estamos ante una historia de amor, la del sirio Nacib y la mulata Gabriela, de una belleza agreste y cautivadora. Queda claro que esa relación y sus peripecias  es uno de los hilos conductores de la trama argumental, pero en mi opinión no es el eje principal de la  misma. Tampoco me parece que sea Gabriela la principal protagonista, tal y como sugiere el título, sino más bien Nacib, un personaje sensible, entrañabe y pragmático que, en su condición de comerciante que regenta el principal bar en el puerto de Ilhéus, está al tanto de todos los chismes, murmuraciones  y noticias de la vida ciudadana, y en cierto sentido hace de nexo de unión entre el resto de personajes. Desde el principio el narrador nos describe sus inquietudes y penetra en sus pensamientos. En cambio Gabriela entra en escena a mitad de la historia, con bastante fuerza, es verdad, gracias a una desbordante sensualidad y a su naturaleza sencilla y libre de prejuicios, con una alegría y energía vital que arrastra tras de sí a casi todos los personajes, y la convierte en centro de atención del lector. El narrador también nos cuenta en su momento la crisis de la protagonista pero, aún así, el retrato psicológico de Gabriela es menos profundo y perfilado que en caso de Nacib.
         El verdadero protagonista de la novela es la propia Ilhéus, ciudad costera del estado brasileño de Bahía, en torno a 1925, cuando el cultivo del cacao  está en pleno auge y produce el  enriquecimiento rápido de la ciudad. Es entonces cuando aparecen tensiones sociales, llevadas al terreno político, entre los antiguos propietarios, los llamados coroneles, y los hombres nuevos. Los primeros representan el conservadurismo más retrógrado, incultos y poderosos, anclados en una mentalidad patriarcal y en el espíritu de los primeros colonizadores que, revolver en mano, nos recuerdan vivamente los tiempos de Far West tan divulgados por el cine americano. Los segundos son  empresarios y exportadores de la segunda ola migratoria, gente con mentalidad moderna y ansias innovadoras, partidarios de cambios sociales y políticos acordes con la nueva realidad económica. En suma, el conflicto entre tradición y progreso, un concepto que aparece con insistencia a lo largo de la narración. Los dos personajes que mejor representan esas dos tendencias antagónicas son el viejo cacique Ramiro Bastos y el emprendedor empresario Mundinho Falcao.
         En mi opinión estamos ante una estupenda novela histórica. Por la narración desfila todo un coro de personajes arquetípicos de esas dos mentalidades, y en sus actitudes y opiniones vislumbramos la evolución social inducida por el progreso económico. La intención crítica del escritor no pretende ser agria ni incisiva sino más bien amable e irónica, más centrada en el retrato costumbrista que en la profundidad analítica. Un retrato de época enfocado en la clase social dirigente, la de los blancos enriquecidos y favorecidos por toda clase de privilegios políticos. El pueblo llano aparece de forma marginal, representados en toda una cohorte de negros y mulatos, campesinos del cacao y pistoleros, sin capacidad de decisión, refugiados en sus bailes y tradiciones ancestrales. Algunos dicen que Gabriela representa el nexo entre ambas capas sociales y es el símbolo de ese progreso y evolución que se quiere poner de manifiesto en la sociedad de Ilhéus. Yo pienso que, frente a la encorsetada e hipócrita buena sociedad, representa la espontaneidad y la alegría de vivir de los afroamericanos. En mi opinión son dos mundos intercomunicados que aún podemos percibir en la sociedad brasileña; el poder político y social para los blancos, el carnaval y la samba para los mulatos.
         En resumen, una magnífica novela, que se lee con interés de principio a fin, retrato histórico de una época y una sociedad  que a mí me parece atractiva por lo exótica, aunque esos mismos cambios sociales, entre finales del XIX y principios del XX, son extrapolables a otras naciones. Los amores de Nacib y Gabriela insertos en la trama narrativa aportan la amenidad que toda buena novela histórica debe tener si quiere mantener su intención divulgativa. La historia que comienza con un crimen de honor, impune según la tradición, termina en el epílogo con el moderado castigo penal del mismo; todo un símbolo de cambio.