Hasta el momento no he conseguido encontrar una
definición clara del subgénero literario conocido como novela biográfica.
Tampoco puedo asegurar que biografía novelada sea un término sinónimo
del anterior. Incluso no parece haber acuerdo en cuanto a su encuadre en un
determinado género, aunque algunos la incluyen dentro de la novela histórica.
En cualquier caso, este tipo de narraciones, en torno a un personaje real, suelen
mezclar la ficción y la interpretación libre sobre determinadas actitudes o
aspectos de su personalidad, con la veracidad de los hechos históricos que
protagonizó. Si nos atenemos a estas dos características, estamos ante una muy
buena novela biográfica, quizás la obra más conocida del escritor vasco José Luis Olaizola (1927), ganadora
del Premio Planeta el mismo año de su publicación.
La historia
del coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar Huerta (1879-1840) fue
intencionadamente ocultada durante el periodo franquista. En los comienzos de
la democracia se inició una tímida reivindicación de su dimensión histórica en
publicaciones como “Cambio16” y alguna que otra revista de historia. Pero no
fue hasta 1983, dos años después del intento golpista de Tejero, cuando
esta novela rescató del injusto olvido a Escobar, quizás como antítesis
del anterior, y popularizó su figura entre los lectores, tanto que un año más
tarde fue seguida de su versión cinematográfica, interpretada por Antonio
Ferrandis.
El coronel
Escobar, luego ascendido a general, fue sin duda, frente a la traición de
los sublevados, un ejemplo de lealtad al gobierno de la II República. Su
decisiva intervención a favor del orden legítimo, en Barcelona durante la
jornada del 19 de julio del 36, evitó el triunfo del golpe militar en Cataluña
aunque no pudo evitar el caos impuesto por las milicias anarcosindicalistas en
los meses siguientes. Una lealtad republicana que mantuvo hasta el final de la
guerra y le costó la vida, tras la
derrota de 1939. Lealtad tanto más meritoria, si cabe, por ser hombre de ideas conservadoras y fuerte
convicción católica, con hermanos e hijos guardias civiles en ambos bandos, e
incluso un hijo falangista que murió luchando en el bando nacionalista. A
pesar de esos antecedentes, las
autoridades republicanas no dudaron de su profesional imparcialidad y le
asignaron sucesivas misiones durante el curso de la guerra, a resultas de las
cuales fue herido gravemente en dos ocasiones. Terminada la contienda se negó a huir por creer que sólo había
cumplido con su deber. Fue jugado por los vencedores en consejo de guerra,
acusado paradójicamente de rebelión
militar, y fusilado en el castillo de Montjuic meses antes que el presidente de
la Generalitat, Lluis Companys. También resulta una injusta paradoja que
el nacionalismo catalán convirtiera en mártir a éste último y olvidara al
hombre que le salvó la vida al comienzo de la sublevación militar.
La guerra del general Escobar (1983)
está narrada en primera persona por el propio protagonista, que escribe unas
ficticias memorias durante su prisión en espera de ejecución de sentencia. El
lenguaje es austero y sencillo, sin florituras literarias, el que
correspondería a un militar. En sus opiniones y juicios de valor no oculta sus
ideas pero manifiesta una estricta neutralidad respecto a los que deberían ser
sus contrarios políticos, siempre amparado en el cumplimiento del deber y una
cierta piadosa comprensión. Y sin embargo, el relato no resulta frío como
pudiera pensarse por lo dicho, bien al contrario, desprende una emotividad
contenida y hasta cierta dosis de humor.
Todo ello tiende a destacar en el personaje la serenidad frente a un
destino dramático, amparado en el fervor religioso que parece ser su refugio y
consuelo.
Aunque es
imposible desligar al protagonista de los hechos históricos que vivió, no
estamos ante una novela de guerra. Es la historia de un hombre que sufre la
guerra enfrentado a conflictos éticos, conciencia o deber, lealtad o traición,
en unos tiempos en que la trágica lucha
fratricida convertía en imprecisos los límites entre esos principios y un error
de cálculo podía ser fatal.
El retrato
del personaje que nos ofrece el escritor, aún con cierto tinte hagiográfico, es
verosímil y convence al lector. En el plano histórico el relato es riguroso y
sin sospecha de parcialidad. En suma, se trata de una buena novela que se lee
con agrado, y un merecido homenaje a un hombre de mérito que había sido
injustamente olvidado.
Esta también me la he perdido! Al leer tu reseña dan ganas de leerla pero por ahora mi mente está en otras cosas. Saludos don Lope
ResponderEliminar