A finales
del XVIII, el romanticismo asumió entre sus principios la exaltación de
lo sentimental, de lo irracional e instintivo, en clara oposición al racionalismo de
la Ilustración. En este nuevo contexto literario, junto al dramatismo y lo
épico, los relatos se impregnan de seres misteriosos, de visiones sobrenaturales e
intervenciones diabólicas, y todo ello propició la aparición de un nuevo género narrativo; la novela de terror gótico, así llamada porque los relatos se ambientan en castillos y monasterios medievales. No es casual
que la considerada primera novela gótica, obra de Horace Walpole, se
titule precisamente El castillo de Otranto (1765).
A los
escritores ingleses, los pioneros del género, le sucedieron otros muchos,
franceses y alemanes, y entre ellos quizás sea E.T.A.Hoffmann (1776-1822) el más representativo de la
narrativa gótica. Este autor prusiano, como otros románticos, tuvo una vida
corta y agitada. Una infancia muy influenciada por prejuicios religiosos
impuestos en su educación. En la juventud compaginó su trabajo como abogado con
las más diversas tareas; director y tramoyista de teatro, director de orquesta,
compositor musical y escritor. Su novela
más famosa y oscura es sin duda Los elixires del diablo (1815),
con ella alcanza la fama literaria, y a partir de entonces se da a todo tipo de
excesos que le hacen enfermar de alcoholismo y sífilis, que finalmente lo
conducen a una muerte precoz.
La
influencia de Hoffmann fue decisiva en escritores posteriores, entre
otros Edgar A. Poe, el gran maestro
del género de terror. Sus composiciones musicales pasaron desapercibidas
para los músicos de la época. Por contra, sus personajes literarios inspiraron
a músicos famosos, tales como Wagner, Bellini o Donizetti.
Particularmente Jacques Offenbach, en su ópera Los cuentos de
Hoffmann, lo hizo protagonista de sus propios relatos de terror, entre
otros del que hoy comentamos. También el compositor francés Leo Delibes
utilizó este mismo cuento para su ballet Copelia. Para recalcar esta
influencia literaria en lo musical, señalar que su relato El cascanueces y
el rey de los ratones se hizo famoso gracias a su inclusión en el libreto
del ballet Cascanueces de Tchaykovski.
El hombre de arena es el cuento más célebre de E.T.A Hoffmann. Fue publicado en 1817, incluido en
una colección titulada Cuentos nocturnos (Nachtstücke), y está considerado
como el más representativo de este género también conocido como romanticismo
negro. Más que un cuento, es por su estructura, dividida en capítulos, una
novela breve.
Es bastante
original en cuanto a técnica narrativa. Los tres primeros capítulos tienen
forma epistolar y los narradores se dirigen a los interlocutores en segunda
persona. En dos de las cartas el protagonista, Nataniel, cuenta sus
terrores infantiles centrados en la pesadilla del hombre de arena, un
ser monstruoso que arranca los ojos a los niños que no quieren dormir. También
su obsesión por la muerte del padre, supuestamente asesinado por un personaje
con tintes diabólicos, el abogado Coppelius, al que encuentra años más
tarde, con el nombre de Coppola. La segunda carta es de Clara
para Nataniel. Frente a los obsesivos
e irracionales terrores de éste, Clara representa la racionalidad
empeñada en encontrar explicaciones lógicas a los delirios de su prometido. En
el último capítulo es un narrador, compañero de estudios de Nataniel, el
que cuenta, en tercera persona, su desgraciada historia. Puede ser el propio
escritor porque, en un ejercicio metaliterario, se dirige al lector para
explicar el planteamiento narrativo del relato, cuyo objetivo
reconocido es acaparar la atención desde el principio.
Las cartas
operan como antecedente expositivo y después es el narrador testigo el que desarrolla la
trama argumental cuando enfoca la acción sobre Nataniel y su amor por
Olimpia, una autómata a la que percibe como una mujer real, y la sucesión de
acontecimientos que conducen al desenlace.
El relato
no está exento de ambientes misteriosos ni elementos simbólicos siniestros,
como la imagen recurrente de los ojos arrancados – Freud la analizó e
interpretó como miedo a la castración-, ese fantasma de la infancia que retorna
en Olimpia. El elemento diabólico está representado por Coppelius y Coppola (¿dos
personajes o personalidad desdoblada?), descritos con rasgos físicos perversos.
La alusión a los experimentos alquímicos refuerza la sensación de misterio,
pero el tema central de la historia es el autómata, esa máquina animada,
e inánime, que imita los movimientos humanos. En la época del escritor, la
construcción de estos artificios, antecedentes de nuestros robots,
alcanzó la máxima perfección gracias al desarrollo de los mecanismos de
relojería. En su momento representaron el esfuerzo científico por reproducir el
comportamiento de los seres vivos. En sentido simbólico, el autómata es creado
por el hombre, que intenta, sin conseguirlo, alcanzar la perfección de la
creación divina.
A pesar de
todos los elementos inquietantes y misteriosos, las pesadillas y la
ambientación, en ocasiones siniestra, lo que destaca en el relato es más bien
un tipo de terror psicológico. Nataniel desde su infancia vive agobiado
por una sensibilidad enfermiza que le lleva a una distorsión de la realidad acuciada por
imágenes fantasmagóricas. En medio de su obsesivo e idealizado amor por Olimpia
presenta episodios de delirios paranoicos que, a la luz de antiguas creencias,
pudieran entenderse como posesiones diabólicas, aunque el propio escritor, más
racionalista que su personaje, los atribuye a demonios interiores del mismo. En otros momentos recupera la razón y se refugia en Clara. En fin, presenta lo que hoy podríamos calificar como brotes
esquizofrénicos y en uno de ellos se precipita hacia su trágico final. El que
corresponde a un auténtico héroe romántico con todos sus estigmas distintivos: sensible
y enfermizo, idealista y poético, angustiado y dramático.
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