La breve
reseña biográfica que ofrece la red sobre escritora colombiana Ángela
Becerra (1954) nos muestra la imagen de una mujer emprendedora y
comprometida con la causa del feminismo y la igualdad entre ambos géneros. Su
vocación literaria fue tardía y ha escrito poesía y novela hasta un total de
ocho obras, algunas de ellas premiadas. Se ha dicho de ella que es la representante actual
de un estilo denominado idealismo mágico, que tiene sus inicios entre
finales del siglo XVIII y principios del XIX con el poeta alemán Novalis.
Los aspectos que definen este movimiento son poco claros para mí. Parece que
aúna poesía y mística en una especie de correspondencia analógica entre el alma
individual y el alma del Universo. Algunos lo definen de forma igual de ambigua
pero resumida como: “poner la magia al servicio de las emociones”.
Suponemos
que muchos de esos aspectos están presentes en esta novela que envuelve la
trama argumental y a sus personajes en un aura de fantasía y misterio que
pretende atraer la atención del lector. Ella,
que todo lo tuvo (2009), es la historia de una escritora que pierde a
marido e hija en un accidente del que se siente culpable y no vuelve a escribir
desde entonces. El primer enigma es que los cuerpos de las dos víctimas nunca
fueron encontrados. A partir de aquí se introducen en la exposición toda una
serie de elementos y personajes igualmente misteriosos; Ella se siente
atraída por la figura triste de Lívido, un librero que la ama a
distancia. Tiene esporádicos encuentros nocturnos con una especie de vagabundo
filósofo que adivina su tristeza y soledad mientras le recita pasajes de la
Divina Comedia. Se dedica a la restauración de libros antiguos e investiga
sobre un diario, de época renacentista, en la que un enamorado declara su amor
imposible. En fin, con estos ingredientes se generan unas expectativas que
intuimos de difícil resolución en un desenlace creíble, porque hay demasiados
aspectos y líneas argumentales para ser cerradas con acierto en su totalidad.
No puedo avanzar más en la trama ante
el riesgo de arruinar la sorpresa con esa anticipación. Sólo diré que la autora
la refuerza mediante el recurso a una ambientación romántica, situando la
acción en el melancólico paisaje toscano de brumas y cipreses y una Florencia invernal
bañada por la lluvia, con el río Arno y el Ponte Vecchio como
epicentro de la misma. La protagonista se pierde por sus calles y plazas,
plenas de evocaciones históricas, en unos recorridos que parecen más
divulgativos que cargados de intención, porque no inducen en el lector
asociaciones alegóricas, implícitas o explícitas, que refuercen la acción que
se desarrolla. Más bien parecen las descripciones de una turista impresionada
por la belleza artística de la ciudad. El glamur y ciertos elementos de
refinada sofisticación son otros ingredientes interesantes en la ambientación.
Los capítulos se suceden enfocados
alternativamente en Ella y Lívido, dos seres solitarios y llenos
de contradicciones porque, a fin de cuentas, es la soledad y la carencia
afectiva lo que trasciende un relato que decae progresivamente en el nudo,
cuando se alarga en exceso y reduce así la tensión dramática.
Quizás el
aspecto más destacable en la novela sea un lenguaje poético que ilustra a la
perfección las emociones y la psicología de la protagonista y consigue
transmitirlas al lector. Es además el instrumento ideal para mantener ese
ambiente de misterio que se pretende generar, por más que algunas frases nos
parezcan una asociación de bellas palabras, con mayor contenido estético que
significación profunda. Las reflexiones que la escritora pone en boca de la
protagonista son en general muy acertadas con la sola excepción de una de
ellas, referente a la diferencia entre los géneros, en la que manifiesta un
feminismo tendencioso lleno de tópicos.
En resumen, se trata de una buena novela,
aunque no excepcional. Que va de más a menos en interés, con un desenlace
sorprendente pero incompleto. Con algo de menor extensión resultaría la
agradable lectura continuada de una tarde y noche.