Paul
Bowles (1910-1999) fue un compositor musical, escritor y sobre todo viajero. En
esta última faceta, sintió una especial atracción hacia el Sahara, los paisajes
norteafricanos y la cultura musulmana de los bereberes, tan alejada de la
mentalidad occidental. Ese es el ambiente de todas sus novelas. El desierto
exterior como metáfora y contraste con el desierto interior de los
protagonistas de ésta, según palabras del propio autor. Paradigma de la soledad,
pero también de la instrospectiva reflexión sobre uno mismo. Espacio cambiante de dimensiones infinitas. Lugar de tentaciones diabólicas, milagrosas alucinaciones paulinas y
ascesis místico de los eremitas.
El desierto
es el telón de fondo de El cielo
protector (1949), primera novela del escritor norteamericano, la que le dio
la fama y eclipsó en parte el resto de su obra literaria, posteriormente
versionada al cine con éxito por Bernardo Bertolucci en 1991. Es la
historia de Port y Kit Moresby, una pareja de neoyorquinos en
plena crisis conyugal que viajan al norte de África acompañados por su amigo Tunner.
Él parece seguir una especie de odisea iniciática en busca de respuestas que
den sentido a su vida. Sus reflexiones están impregnadas de una especie de
nihilismo existencialista manifiesto en frases como ésta: “tú eres solo tu
propio yo desesperadamente aislado”. El propio título es también una
metáfora, la azul bóveda celeste de los atardeceres desérticos que nos protege
y aísla del vacío exterior.
Desde el principio nos parece que Port Moresby es el protagonista
principal de la novela. Su retrato psicológico es complejo y en ocasiones
difícil de entender. Se ha dicho que presenta claras similitudes con el propio
autor. La más evidente es su atracción por el África sahariana ya que Bowles hizo de Tánger su base de
operaciones y donde se instaló definitivamente a los 37 años. Allí recibió a
muchos de los escritores norteamericanos de la generación beat. Años antes, en París, conoció a otros escritores
compatriotas, los de la llamada generación
perdida. De ahí el desencanto, el rechazo a los valores morales tradicionales,
la afición a la bebida y las drogas, la libertad sexual y el orientalismo,
rasgos del protagonista con un posible componente autobigráfico.
Por el contrario, Kit Moresby presenta unas cualidades de carácter más convencional. Mujer
insegura, con cierto grado de superstición, muy dependiente de su marido en el
que encuentra seguridad, racionalidad y orden en su vida. Le sigue en su viaje
porque pretende recuperar su amor, y para ello recurre incluso a los celos
mediante una ocasional aventura sentimental con Tunner, un amante superficial y vanidoso del que no está enamorada.
Poco a poco, partiendo de Tánger, los
viajeros se adentran en el Sahara argelino. En la ruta interaccionan con otros
personajes secundarios. Algunos como los Lyle,
pareja de franceses, madre e hijo, que además de xenófobos guardan secretos
inconfesables. En el contacto de Port
con los nativos se alternan escenas de descarnado realismo que reflejan la
miseria de los lugares, con otras de matizada sensualidad o dramatismo lírico,
como el episodio de la bailarina ciega, o el cuento de las tres moras, con
resonancias de las Mil y una Noches.
No obstante la trama argumental trascurre lenta, como inmersa en el profundo
sopor del caluroso desierto. Y cuando ya se acepta que no ocurrirá nada, el
lector se ve sorprendido por una ruptura total a partir de la cual la acción se
precipita y el foco del protagonismo pasa a Kit,
que emprende una aventura que oscila entre la liberadora autoafirmación y la
pasiva autodestrucción, hasta terminar en un desenlace abierto a nuestra personal
interpretación. Ese original giro argumental justifica de por sí la lectura y
la fama de la obra. Pero tratándose de una novela psicológica, en la que el
carácter, los sentimientos y pasiones de los personajes son la nota dominante,
es difícil profundizar más en este comentario sin desvelar los ejes
fundamentales de la trama.
No pretendo establecer comparaciones
precisas, pero encuentro un nexo común entre esta novela y otra de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas (1899). El desierto o la selva
ecuatorial son algo más que ambiente en ellas. En ambos casos, espacios
infinitos que atrapan al ser humano, lo aíslan y le hacen enfrentarse a su
soledad y a sus propios miedos, hasta devorarlos y arrastrarlos a la locura o
la destrucción.
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