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martes, 14 de abril de 2020

EL FALSO DIOS. Robin Cook


La pandemia viral que padecemos y el consecuente confinamiento ha trastocado nuestras rutinas y reforzado algunas de ellas. En este contexto, el hábito de la lectura puede surtir un cierto efecto paliativo en cuanto ayuda a superar la ansiedad y los temores derivados de esta crisis novedosa para nosotros. Los libros de mayor enjundia conceptual enriquecen e inducen a la reflexión, en tanto que aquellos otros más livianos facilitan la distracción. En aras de conseguir una cierta evasión de la realidad, mi política lectora consiste en alternar estos dos tipos de lectura. Ahora tocaba una novela del segundo grupo y por eso he rescatado ésta, olvidada en mi biblioteca, perteneciente a los volúmenes promocionales de una colección de novela policiaca que se editó hace años en kioscos. Su autor es Robin Cook (1940) un médico y escritor norteamericano cuya especialidad es el género del thriller relacionado con temas de medicina. Ha escrito muchas de esas novelas de suspense que han sido superventas en su país. Según ha reconocido en alguna entrevista, su intención es la divulgación amena de temas relacionados con la salud y el planteamiento de problemas de bioética.  
El falso Dios (1983) es una de sus obras de esa temática y esto justifica mi falta de interés inicial porque, en general, los médicos rechazamos las ficciones literarias o las películas sobre nuestra actividad profesional, ya sea idealizada o denostada, que suelen estar muy alejadas de la realidad. En ese aspecto debo reconocer mi equivocación en este caso. La trama de suspense se desarrolla en un ambiente hospitalario, perfectamente descrito, que el escritor parece conocer muy bien. Utiliza muchos términos médicos, pero se asegura que sean aquellos bastante conocidos por el público actual. También es muy preciso cuando describe el estrés de los profesionales, las tensiones y recelos entre ellos y entre distintos servicios hospitalarios, los conflictos de intereses de medicina pública y privada o los problemas relacionados con la jerarquía de los facultativos.
En cuanto al argumento prefiero introducirlo con recortes de la sinopsis de contraportada: “En el Boston Memorial, el más reputado hospital norteamericano de cirugía cardiovascular, los pacientes del doctor Thomas Kingsley deben sufrir largas esperas antes de ser operados, ya que la mayoría de las camas están ocupadas por pacientes terminales…Hasta que, inexplicablemente, empiezan a multiplicarse las muertes repentinas de esos enfermos considerados escoria humana…”
Como en todas las novelas de suspense se trata de hacer recaer de forma sucesiva las sospechas del lector hacia distintos personajes que puedan beneficiarse de esas muertes repentinas. Estas maniobras de distracción están bien urdidas. En cuanto a los protagonistas principales, el cirujano Kingsley y su esposa Cassey, también médico del mismo hospital, ambicioso, perfeccionista y ególatra él, sumisa y ciegamente enamorada ella, tienen una relación que recuerda bastante a la de Christian y Anastasia en “Cincuenta sombras de Grey”, sin llegar a la ñoñería y las fantasías sadomasoquistas.
El supuesto problema ético que pretende trascender a todo el relato queda mejor reflejado en el título de la novela en inglés, Godplayer (el que juega a ser Dios). Pero no estamos ante un caso de ética sino ante asesinatos. Ningún médico decide entre la vida y la muerte de sus pacientes, en realidad tampoco Dios lo hace. Los casos aislados de médicos y enfermeros que administraron dosis letales de fármacos a sus pacientes, con la supuesta intención de ahorrarles sufrimiento, fueron simplemente psicópatas asesinos.
La traducción del texto inglés es regular. Para aludir a los ventiladores de intensivos se utiliza el término pulmotor que puede ser una traducción literal de lung motor, equivalente a un término castellano en desuso por anticuado, el pulmón de acero
Por lo demás, la novela es entretenida, sin muchas pretensiones literarias y cumple el pretendido objetivo de evasión. La única de ambiente médico que no me ha causado rechazo por las incorreciones técnicas o por alejarse demasiado de la realidad de mi profesión.

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