La pandemia
viral que padecemos y el consecuente confinamiento ha trastocado nuestras
rutinas y reforzado algunas de ellas. En este contexto, el hábito de la lectura
puede surtir un cierto efecto paliativo en cuanto ayuda a superar la ansiedad y
los temores derivados de esta crisis novedosa para nosotros. Los libros de
mayor enjundia conceptual enriquecen e inducen a la reflexión, en tanto que
aquellos otros más livianos facilitan la distracción. En aras de conseguir una
cierta evasión de la realidad, mi política lectora consiste en alternar estos
dos tipos de lectura. Ahora tocaba una novela del segundo grupo y por eso he
rescatado ésta, olvidada en mi biblioteca, perteneciente a los volúmenes
promocionales de una colección de novela policiaca que se editó hace años en
kioscos. Su autor es Robin Cook
(1940) un médico y escritor norteamericano cuya especialidad es el género del thriller
relacionado con temas de medicina. Ha escrito muchas de esas novelas de suspense
que han sido superventas en su país. Según ha reconocido en alguna entrevista,
su intención es la divulgación amena de temas relacionados con la salud y el
planteamiento de problemas de bioética.
El falso Dios (1983) es una de sus obras de
esa temática y esto justifica mi falta de interés inicial porque, en general,
los médicos rechazamos las ficciones literarias o las películas sobre nuestra
actividad profesional, ya sea idealizada o denostada, que suelen estar muy
alejadas de la realidad. En ese aspecto debo reconocer mi equivocación en este caso.
La trama de suspense se desarrolla en un ambiente hospitalario, perfectamente
descrito, que el escritor parece conocer muy bien. Utiliza muchos términos médicos,
pero se asegura que sean aquellos bastante conocidos por el público actual.
También es muy preciso cuando describe el estrés de los profesionales, las tensiones
y recelos entre ellos y entre distintos servicios hospitalarios, los conflictos
de intereses de medicina pública y privada o los problemas relacionados con la
jerarquía de los facultativos.
En cuanto
al argumento prefiero introducirlo con recortes de la sinopsis de
contraportada: “En el Boston Memorial, el más reputado hospital
norteamericano de cirugía cardiovascular, los pacientes del doctor Thomas
Kingsley deben sufrir largas esperas antes de ser operados, ya que la mayoría
de las camas están ocupadas por pacientes terminales…Hasta que,
inexplicablemente, empiezan a multiplicarse las muertes repentinas de esos
enfermos considerados escoria humana…”
Como en
todas las novelas de suspense se trata de hacer recaer de forma sucesiva las
sospechas del lector hacia distintos personajes que puedan beneficiarse de esas
muertes repentinas. Estas maniobras de distracción están bien urdidas. En
cuanto a los protagonistas principales, el cirujano Kingsley y su esposa
Cassey, también médico del mismo hospital, ambicioso, perfeccionista y
ególatra él, sumisa y ciegamente enamorada ella, tienen una relación que
recuerda bastante a la de Christian y Anastasia en “Cincuenta
sombras de Grey”, sin llegar a la ñoñería y las fantasías sadomasoquistas.
El supuesto
problema ético que pretende trascender a todo el relato queda mejor reflejado
en el título de la novela en inglés, Godplayer (el que juega a ser
Dios). Pero no estamos ante un caso de ética sino ante asesinatos. Ningún
médico decide entre la vida y la muerte de sus pacientes, en realidad tampoco
Dios lo hace. Los casos aislados de médicos y enfermeros que administraron
dosis letales de fármacos a sus pacientes, con la supuesta intención de
ahorrarles sufrimiento, fueron simplemente psicópatas asesinos.
La traducción del texto inglés es regular. Para aludir a los ventiladores de intensivos se utiliza el término pulmotor que puede ser una traducción literal de lung motor, equivalente a un término castellano en desuso por anticuado, el pulmón de acero.
La traducción del texto inglés es regular. Para aludir a los ventiladores de intensivos se utiliza el término pulmotor que puede ser una traducción literal de lung motor, equivalente a un término castellano en desuso por anticuado, el pulmón de acero.
Por lo
demás, la novela es entretenida, sin muchas pretensiones literarias y cumple el
pretendido objetivo de evasión. La única de ambiente médico que no me ha
causado rechazo por las incorreciones técnicas o por alejarse demasiado de la realidad
de mi profesión.
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