El libro que hoy comento me induce a pensar que, a veces, el cuento es el subgénero narrativo más parecido a la poesía. Y no por la rima o el ritmo, que pueden tener su alternativa en la prosa poética, sino por esa capacidad de condensar en pocas líneas o versos los sentimientos, emociones o sensaciones más profundas y subjetivas. También porque, en ambos casos, la forma, la estética del relato o del poema, suele ser tanto o más importante que el fondo, lo que en ocasiones desorienta al lector cuando se sumerge en el universo simbólico del autor, la expresión externa de su psicología más íntima. Los cuentos y los poemas, por su brevedad, se agrupan en colecciones o antologías, unidos por el nexo de una idea común, más o menos explícita, que los trasciende. Pero en su individualidad, son como pequeñas golosinas que nos provocan sensaciones intensas y después se disipan como las burbujas de un buen champán. Por eso los olvidamos y renovamos su lectura pasado el tiempo, y quizás entonces la propia evolución personal o un nuevo estado de ánimo nos hace desentrañar analogías o metáforas antes veladas.
Sirva todo lo dicho como introducción
a mi personal descubrimiento de un nuevo escritor que unir a la ya considerable
nómina de autores jiennenses. Una alegría más y un motivo de orgullo para los
que deseamos recolocar esta provincia olvidada en el mapa histórico y cultural
de nuestro país. De la biografía del linarense Andrés Ortiz Tafur (1972)
solo conozco breves reseñas. A estas alturas ha editado varias colecciones de
cuentos, alguna de ellas premiada, y un poemario. Llama la atención su
voluntario aislamiento en el magnífico entorno natural de la Sierra de Segura,
sin duda un lugar idóneo para la reflexión y para la creación literaria.
El agua del buitre (2020) es
una colección de 18 relatos. La sinopsis de contraportada nos adelanta el
estilo surrealista de los mismos. También el diseño de la portada, obra de otro jiennense, Nono Guirado, habla en ese sentido. Un cuerpo humano,
mezcla de distorsionado estudio anatómico a lo Da Vinci y cuerpo
plastinado de Gunther Von Hagens, que parece retirar, o pegar, de su
occipucio una evanescente máscara veneciana, quizás de médico de la peste, cual
Jano bifronte que enfrenta la máscara social con la descarnada intimidad de su
rostro.
El surrealismo, además de valores
estéticos ofrece la posibilidad de trascender la pura racionalidad que no es
capaz de explicar las contradicciones del espíritu humano. Sus instrumentos son
lo onírico y lo irracional como expresión del inconsciente o subconsciente, esa
parte oculta de nuestra personalidad que Freud definió hace casi un
siglo. Aunque el surrealismo terminó como movimiento literario en la década de
los 40, muchos escritores actuales siguen utilizando sus técnicas como una
invitación a la reflexión sobre ciertas ideas. Ortiz Tafur me parece uno
de ellos, al menos en estos cuentos.
Los relatos abundan en apariciones
fantasmagóricas, ensoñaciones individuales y colectivas, pensamientos ilógicos,
ilusiones casi delirantes y situaciones de un absurdo kafkiano, etc. El título de algunos relatos define bien la
ilusoria fantasía surrealista (Espejismos, Teletransportación).
En otros se establecen analogías y paralelismos entre hechos reales y oníricos
(El hundimiento).
En los cuentos se aprecia un claro
contraste entre un estilo simbólico, a veces críptico en exceso, y un lenguaje
sencillo, directo y muy preciso, en el que cada término y hasta cada adjetivo
posesivo, dice algo del protagonista. Los narradores cuentan en primera persona
para reforzar el intimismo de la historia.
En cuanto al probable nexo de unión
entre los mismos, la idea trascendente, creo que queda claramente expuesta en
la dedicatoria inicial: “a los que pierden”. Los personajes, en general
son la expresión del fracaso personal. La muerte en soledad, el rechazo al
compromiso sentimental, el fracaso amoroso por incapacidad de comunicar, el
tedio como esperado fin de las relaciones de pareja, la degeneración en la
violencia de género, la desaparición del deseo, la cobardía de mantener la
apariencia social, los celos pasivos en un triángulo amoroso. Aún así, me
parece apreciar en los cuentos de Ortiz Tafur una especie de épica del
fracaso. Me explico; sus fracasados suelen asumir la pérdida o la frustración
de forma civilizada y hasta positiva. Como si el fracaso fuera un elemento
integral de sus vidas, esa parte oscura con la que es necesario convivir
porque rechazarla es renunciar a nosotros mismos.
En fin, para terminar. Unos cuentos
inquietantes que pueden no gustar a todos, pero hacen reflexionar. Y un
escritor interesante que sin duda nos sorprenderá en futuras publicaciones.
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