La novela policíaca o de intriga es el subgénero narrativo que ha evolucionado en mayor medida desde su origen literario hasta lo audiovisual. Los cuentos de Edgar A. Poe, señalados como el origen del género, o las novelas de la escuela inglesa, con Agatha Christie a la cabeza, son literatura pura con todos los recursos propios de la narrativa. Con la novela negra y escritores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler comenzó la época de las versiones para el cine, quizás porque la violencia y el naturalismo descriptivo o el flashback como recurso compartido se adaptaban bien a la acción trepidante propia del audiovisual.
Aún a riesgo de simplificar, diría que hay una
tercera generación de escritores cuyas novelas se asemejan a guiones cinematográficos,
y John le Carré (1931-2020)
me parece el máximo exponente de esta tendencia. La experiencia como miembro
del cuerpo diplomático sin duda fue decisiva en su carrera como autor de
novelas de intriga y suspense. En la temática de las mismas supo aprovechar los
temas de mayor interés social. Inicialmente la guerra fría con su secuela de
espionaje y un protagonista arquetípico, el agente George Smiley.
Después el terrorismo islámico y otros temas de candente actualidad. La mayoría
de sus títulos, al menos los principales, han sido versionados a la pantalla y
la novela que hoy comento no es una excepción.
Es la segunda obra que leo de John le Carré. La primera, hace años, fue La chica del
tambor (1983). La lectura de El
jardinero fiel (2001) ha confirmado mi opinión sobre este prolífico y
oportunista autor británico, escritor-guionista o viceversa según se quiera.
La novela aborda el tema de los abusos de las
multinacionales farmacéuticas. Comienza con el asesinato, en el norte de Kenia,
de Tessa Quayle, que coopera con una ONG africana. Le acompañaba el
desaparecido doctor Arnold Bluhm, interesados ambos en una investigación
sobre los efectos tóxicos de un fármaco que está siendo experimentado en la
población africana. El protagonista es el marido de Tessa, Justin
Quayle, un flemático diplomático de la embajada en Nairobi, que inicia
desde ese punto una investigación particular para aclarar las incógnitas en
torno a la muerte de su esposa y sus autores. La investigación le llevará a la
clandestinidad por su intromisión en una complicada trama de complicidades,
intereses económicos y conflictos de competencia entre la política diplomática,
el espionaje y la policía.
En un continuo flashback, el protagonista
rememora su vida con Tessa mientras desarrolla un largo periplo por
Canadá, Alemania y Suiza en busca de pruebas, o se esconde en la casa familiar
de la isla de Elba. Estos dos aspectos alargan la narración en exceso y la
hacen tediosa a pesar del esfuerzo del escritor, empeñado en introducir pequeños
detalles, casi siempre previsibles, que aumenten el suspense.
En general el relato carece de recursos de estilo
literario si exceptuamos lo dicho. Una interesante novedad se produce cuando el
narrador omnisciente alterna en el diálogo de algunos personajes las respuestas
con su verdadero pensamiento, casi siempre contrario o modulador de lo dicho.
En fin, me dicen los que han visto la película, que
es mucho mejor que la novela y estoy por creerlo. En general los lectores
anteponemos lo literario a sus versiones audiovisuales, pero esta obra me
parece una clara excepción a la norma. Y es que un relato sin estilo literario
se convierte fácilmente en un guion, y en este caso me parece que la acción y
la agilidad versátil de la pantalla debe superar con creces la aburrida
extensión descriptiva y la confusión de planos narrativos de la novela.
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