Las primeras Cruzadas siempre despertaron mi curiosidad. Sobre el tema he leído numerosos trabajos históricos y no pocas novelas de títulos muy conocidos por los lectores, además de ver sus versiones a la pantalla. Pero siempre obras estudiadas o recreadas bajo la óptica occidental y cristiana. Lo primero que leí desde un enfoque musulmán fue un estupendo ensayo del escritor franco-libanés Amin Maalouf, titulado Las cruzadas vistas por los árabes (1983) que ya comenté en una entrada anterior. Ahora acabo terminar esta novela de la escritora y periodista francesa Geneviève Chauvel, gran conocedora de la cultura islámica porque pasó parte de su juventud entre Siria y Argelia. Por eso y por su rigor histórico, fue la primera mujer occidental en ser reconocida con un premio internacional árabe, precisamente por esta novela. En su producción literaria destaca también un ciclo narrativo dedicado a grandes mujeres de la historia.
Saladino: El unificador del Islam
(1995), es una novela histórica que destaca por su perfecta documentación en
las fuentes, tanto cristianas como musulmanas. Su estructura narrativa imita la
autobiografía porque es el mismo Saladino el que nos cuenta su vida en
primera persona. En su tiempo, Saladino fue tachado de cruel y sanguinario por
los cruzados. La historiografía occidental posterior terminó por hacerle
justicia y la literatura lo ensalzó gracias a su relación con Ricardo Corazón
de León, otro personaje legendario. Se resaltó en él la caballerosidad, la
piedad con el enemigo y la fidelidad al cumplimiento de los tratados. Por el
contrario, las fuentes musulmanas lo
reconocen como caudillo unificador y conquistador, pero nunca le perdonaron del
todo su traición al anterior sultán,
Nur-el-Din, del que era vasallo, cuando depuso a su hijo y heredero y se
autoproclamó sultán de Damasco.
Quiero creer que Salah ad-Din
(1137-1193), como personaje histórico, al margen de la leyenda y humano a fin
de cuentas, fue una mezcla de virtudes y defectos. La contundente victoria
sobre los cruzados en Hattin (1187) y la conquista de Jerusalén, ese mismo año,
lo hicieron famoso. Se mostró magnánimo perdonando la vida a los habitantes
cristianos de la ciudad, cosa que no hizo Godofredo de Bouillón cuando permitió
la matanza de musulmanes tras la caída de la misma en manos cristianas casi un
siglo antes. Unificó bajo su dominio todo el Oriente Medio, Siria, Egipto e
Irak, aprovechando la debilidad política del califato fatimí de El Cairo y la
decadente dinastía abasida de Bagdad. No obstante, el imperio que creó no
sobrevivió a su muerte.
La escritora sigue en general la
corriente de la historiografía occidental. Su originalidad consiste en destacar
la dificultad de unificar en un crisol los distintos pueblos que formaban su
imperio. La conquista de Jerusalén los unió en un mismo objetivo, pero tomada
la ciudad santa y muerto Saladino le sucedió la disgregación y el Medio Oriente
volvió a ser el avispero de etnias y religiones enfrentadas que sigue siendo en
la actualidad.
En resumen, una buena novela
histórica, muy divulgativa y asequible, que nos permite conocer la historia de
un personaje bastante conocido desde otro punto de vista.
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