El dinamismo cultural y una prolífica, aunque tardía vocación literaria, son los rasgos que mejor definen la carrera de la escritora Rosa Regás (1933). En el primer aspecto destaca su papel como directora de la Biblioteca Nacional de España y su proyecto renovador y modernizador de la institución que alcanzó buenos resultados, pero suscitó las críticas de la oposición política. En lo literario, ostenta una abundante producción de ensayos y relatos cortos. La nómina de sus novelas se reduce a seis, pero dos de ellas premiadas. Con Azul (1994) alcanzó fama y el reconocimiento del prestigioso Nadal en 1994. Con ésta que hoy nos ocupa fue premiada con el Planeta. El conjunto de su obra narrativa se caracteriza por el tono intimista, un buen retrato de los personajes y ciertos matices autobiográficos, más o menos explícitos.
En La canción de Dorotea
(2001), el título es una metafórica alusión
a la voluntad de construir la propia vida con música y letra que, mejor
o peor, determina el futuro y el destino de los personajes, y por
extensión nuestra propia vida. Pero no
debemos engañarnos por lo dicho, no estamos ante una profunda reflexión
existencialista, aunque algo de ello impregne el relato. Se trata más bien de
una novela de suspense psicológico, no basado en la acción trepidante
sino en una historia simple en apariencia en la cual, de forma intuitiva,
entendemos que nada es lo que parece y por eso nos mantiene interesados hasta
el final. De otra parte, se enfatiza en la caracterización interior de los
personajes, en la descripción de sus estados de ánimo y las pasiones y
conflictos psicológicos que se desarrollan en ellos como respuesta a determinadas
acciones externas.
La protagonista principal es Aurelia
Fontana, profesora universitaria que alterna su vida entre Madrid y una
casa de campo, en las cercanías de Gerona, donde Adelita es la guardesa
y cuidadora de su padre enfermo. La historia implica a estas dos mujeres y su
conflictiva y paradójica relación. Los personajes masculinos son todos
secundarios o circunstanciales. Uno de ellos, el enigmático hombre del sombrero
negro, hace sentir su presencia en torno a las protagonistas y despierta en ellas
pasiones y deseos, pero poco más sabemos de él. Unas continuas llamadas
telefónicas que apelan a una desconocida Dorotea, contribuyen a
intensificar el clima de misterio no resuelto.
En las primeras cincuenta páginas la
trama argumental parece definitivamente configurada de forma simple en torno a
un caso policial, el robo de un anillo y su denuncia. A partir de aquí se
complican los hechos de tal forma que Aurelia se debate en medio de una
serie de incógnitas que la enfrenta a sentimientos encontrados, ingenuidad y
generosidad, pero también remordimientos, pasión y deseos frustrados.
Debo aclarar que Aurelia cuenta
su historia en primera persona. Es por tanto una narradora protagonista,
y como tal adopta un punto de vista subjetivo que le impide interpretar de
forma imparcial los pensamientos y acciones de los demás personajes. Son
algunos de los secundarios los que aportan matices de realidad a la historia,
pero siempre parciales y sin desvelar totalmente un misterio que sólo se aclara
al final, cuando la protagonista se debate entre la curiosidad obsesiva y la
depresión. Y como en las buenas novelas de suspense, el desenlace se produce en
las últimas páginas y queda abierto a la interpretación del lector.
Entre otros aspectos de la novela
destacaré las magníficas descripciones de paisajes y ambientes, en un tono
poético y muy ligado a la emotividad subjetiva de Aurelia. Muy preciso
también el análisis y la descripción sintomática de su propia depresión. Lo
autobiográfico se sospecha en el remordimiento que le provoca la conflictiva
relación de amor y odio hacia un padre autoritario. Igualmente, contradictoria
es su relación con Adelita, que evoluciona desde una ingenua admiración,
pasando por la generosidad hasta llegar a los celos pasionales.
En sus comentarios la protagonista
deja entrever cierta crítica de la psicología masculina, ambivalente en cuanto
se acoge a protectores amores, desprovistos de pasión, pero rechaza el
paternalismo y la prepotencia. En este sentido me parece que la escritora
muestra algunos prejuicios de juventud e imprime en el relato una impronta
feminista al tiempo que explora fantasías, miedos y pasiones muy femeninas.
Aparte de lo dicho, en una corta digresión sobre la transición política
española nos muestra su opinión que comparto plenamente.
Se trata en suma de una buena novela.
Muy bien estructurada en lo narrativo. Mantiene el suspense y se lee con agrado.
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