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martes, 31 de mayo de 2022

PANZA DE BURRO. Andrea Abreu

        La crítica, siempre atenta a las novedades editoriales, suele fijar su atención en autores noveles y en sus primeras obras. En el caso de Andrea Abreu (1995), esa recepción ha sido muy favorable. En su corto recorrido literario ha recibido varios premios y la revista británica Granza la ha reconocido entre las mejores escritoras de su generación. Esta joven autora canaria se inició precozmente en la poesía y es frecuente colaboradora en artículos de prensa. Panza de burro (2022) es su opera prima, la que ha provocado curiosidad en el mundillo literario y admiración en su editora, Sabina Urraca, que se deshace en elogios en el prólogo de la obra.

    La novela tiene un componente autobiográfico, al menos en lo que respecta al espacio geográfico que tiene un cierto papel protagonista. Un barrio marginal de un pequeño pueblo muy próximo a la costa norte de Tenerife. La insistente descripción de un cielo brumoso por la capa de nubes atrapada en las faldas del Teide (panza de burro); el volcán como símbolo de una amenaza que presagia un destino siempre postergado pero inexorable; el mar próximo y lejano para las protagonistas, alegoría de luz y liberación. No se aportan nombres, pero es fácil remitirnos a Icod de los Vinos, el pueblo natal de Andrea Abreu. De ahí la sospecha, confirmada por la escritora, de retazos de relatos oídos o vivencias de la misma.

          La trama argumental se desarrolla de forma lineal durante un verano, en una coordenada temporal no datada pero que intuimos en un pasado reciente. Es la historia de la amistad entre dos niñas en su paso a la adolescencia. El foco de atención se centra en una de ellas, Isora, chica extrovertida y muy querida en el barrio. Pero en mi opinión, la protagonista principal es la propia narradora, que cuenta en primera persona la relación entre ambas. No sabemos su nombre, Isora la llama Shit, y es tímida e introvertida. Su relato nos introduce en una amistad conflictiva por contradictoria. La admiración incondicional no exenta de envidia, la relación de poder y sumisión, el despertar sexual y el deseo frente a los celos.

          La escritora describe con crudeza el ambiente en el que viven las niñas. Marginación social y pobreza, incultura y religiosidad sincrética plagada de ritos supersticiosos. Rompe de esta forma la imagen estereotípica de las islas afortunadas que tenemos los peninsulares. Lo consigue también mediante la utilización de un lenguaje directo tomado del habla canaria, tanto en su vocabulario como en las formas sintácticas y fonéticas, y lo lleva al extremo particular de un argot de barrio. Un lenguaje bajo el que parece latir una orgullosa reivindicación de la identidad canaria.

          Es difícil conseguir un buen retrato psicológico de las niñas desde la perspectiva de adulto, pero la escritora lo consigue plenamente. El realismo del relato no evita la vulgaridad e incluso un cierto tufo escatológico.

          Entre otros aspectos destacaré que la narración es un tanto plana, con poco empeño en la sucesión de acontecimientos, y de un final previsible. Pero se trata de una novela corta y eso nos salva de un cierto tedio. Yo creo que la escritora no pretende suscitar la intriga del lector. Su empeño parece más interesado en despertar nuestra conciencia mediante la ruptura violenta de imágenes culturales tópicas y tabúes sociales, de género o sexuales.  Todo ello con un cierto tono provocativo y vagamente reivindicativo.

          Confieso que la novela no es particularmente de mi agrado, pero también admito mi ignorancia y mis prejuicios sobre la cultura canaria. Aún así, tiene los valores antes reseñados, que muestran a una escritora original en sus planteamientos estéticos que, dicho llanamente, apunta maneras.

          

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